Qué dirán ahora los fundamentalistas neoliberales de nuestro país que se opusieron a la nueva constitución frente a la crisis financiera mundial que tiene su epicentro en EEUU, país en el que se ha producido la mayor estatización mundial de la banca y de las pérdidas generadas por una oligarquía financiera convertida en una verdadera banda de asaltantes y bribones, cuya profesión es la especulación financiera y juegan en el mercado bursátil como en un casino. ¿Seguirán planteando que el Estado no debe intervenir en la economía? ¿Seguirán diciendo que la mano invisible del mercado es la mejor arma para regular la economía?

Seguramente contestarán que sí con la misma y torpeza con la que George Bush está pide al congreso norteamericano que le apruebe el salvataje bancario más grande de la historia económica mundial. Y no solo por el monto que se calcula en alrededor de 1 billón de dólares, sino porque su repercusión desborda las fronteras norteamericanas y amenaza con un terremoto financiero global

La medida se propone cubrir las pérdidas ocasionadas por los juegos especulativos multimillonarios de algunos monopolios financieros internacionales y establece que la gran mayoría del pueblo norteamericano, y el resto de los pueblos del mundo, cubran la pérdida de ese pequeño grupo de atracadores que no se despojan de nada y algunos de los cuales quedarán más ricos después de la crisis. Se repetirá en los Estados Unidos la historia conocida ya por otros pueblos: las pérdidas se socializan mientras las ganancias quedan en las mismas manos privadas.

El ideal de sociedad consumista en la que supuestamente la riqueza amparaba a todos se cae y el estruendo se escucha en todo el planeta. ¿Dónde quedan las bondades y la certeza del libre mercado? ¿Qué pasó con la auto regulación del mercado? Ahora pocos quieren hablar bien de ello y por el contrario muchas miradas regresan a los textos del viejo Marx, que lúcidamente previó los efectos que tendría la mundialización del capitalismo y del proceso creciente de centralización y concentración de las riquezas.

Las bolsas tiemblan en todo lado y el terror del efecto dominó cruza desde Washington a Tokio, cruzando por Bruselas, Londres y Shangai… La memoria de los estadounidenses recupera las imágenes de pobreza, desempleo y desesperanza que cubrieron su país en la crisis de los años treintas.

Los dogmáticos neoliberales voltean la mirada al Estado para que acelere el funcionamiento de las máquinas de la Reserva Federal y lleguen con prontitud los millones que requieren. Mientras eso ocurre, los grandes bancos no pierden la oportunidad de absorber a quienes no pueden esperar más.