A la luz de sus diez jornadas -nueve de festival y una de apertura- el PM08 demostró al chupín como la prenda fetiche de un proletariado festivalero con aspiraciones de clase rockera. Se señaló cierto “elitismo” encarado desde el valor de las entradas, para alejar la posibilidad de participación del proletariado inadaptado a los festivales, pero -como señaló el guitarrista de una banda que se presentó en el festival- “hoy un pibe que trabaja en un call center puede pagar esos precios”, que oscilaron entre los 60 y los 110 pesos según variables de segundo orden: la anticipación, la fecha a la que se quería tener acceso y la nacionalidad de las bandas. Y que incluyeron el valor agregado de la "posibilidad" -impracticable, pero en teoría existente- de ver a 20 bandas en una jornada.

Chupines de todos los modelos, marcas y colores tuvieron allí cuatro cumbres: los skinnyjeans de los indies de The Hives y Stone Temple Pilots; los chupines coloridos de los floggers de Babasónicos; los bombilla negro azabache de los emo-góticos de Nine Inch Nails; y los jeans rectos, ajustados y desteñidos, de los metaleros de Mötley Crüe. Actores distintos, de tradiciones y rituales diferentes, que como tales pujaron, sin manifestarlo, por un capital que aquí es simbólico.

Por casualidad o no, las cuatro cumbres fueron decantando del uso tribal de los indies al uso para la resistencia de los metaleros, pasando por el uso consumo flogger y el metafórico -pantalón chupado, persona triste- de los que fueron a NIN. Eso lleva a que, en perspectiva, la mayor credibilidad se la lleven los neogóticos tecnoindustriales y los metaleros obreros industriales, que son en definitiva (a falta de una fecha punk per sé) quienes deben resistir su hegemonía sobre el chupín rockero pese a los embates de los emergentes floggers e indies.

Y la mención al punk se hace porque sus artífices le dieron uso, función, sentido y significado al pantalón pitillo antes que cualquier otro género o artista, teniendo en cuenta que el hippismo y la psicodelia no le aplicaron un sentido político. Sobre este tema el sitio PunksUnidos.com.ar publicó un artículo muy interesante hace algunos años: "Estética punk". El sentido político del pitillo punk es claro: demuestra la imposibilidad de consumo de sectores sociales privados del derecho a decidir sobre la vida útil de una prenda; y contrapone las patas de zancudo de la juventud desocupada a las panzas llenas de las monarquías parlamentarias (“Pretty vacant” de Sex Pistols, como continuación de la denuncia de "I am whe walrus" de Beatles). Y ese sentido (el del chupín) se suscribe en una suerte de macrosentido de la vestimenta, donde el alfiler de gancho demuestra la imposibilidad de costear un sastre tanto como la desazón de aquella juventud en un sistema político y económico que intenta dormirlos por fuera del trabajo, reducirles las fuerzas para, incluso, coser lo descosido.

La lucha por el chupín es simbólica, pero al convertirlo en tótem deviene social, en una lucha por el status que confiere tener uno. En ese sentido, el PM08 reprodujo con el paso de sus cumbres chupineras la conducta histórica de la Humanidad: del estadio tribal en el que están (por haber tenido un desarrollo más tardío) los indies, aún definiendo usos y costumbres; a la cosmología flogger (cámara digital, chupin, escote en v, celular), sumidos en el consumo de clase; a la religiosidad neogótica, con un estadio más avanzado de abstracción para figurar una estética textil en torno de su padecimiento; y lo industrial, la enajenación del hombre por la máquina y no el uso ritual de Trent Reznor.

Sumando el dato curioso de que los metalúrgicos son el gremio más grande del país, la resistencia pesada pudo más en la puja por el chupín que la liviandad del Ser fotográfico o la indigencia de los indies al respecto de tener su lugar en el rock. En buena parte por mérito propio, pero también por incapacidad ajena.

El caso del chupín flogger tiene las contradicciones lógicas del capitalismo y manifiesta la misma tendencia de la historia del Arte de definir siempre a un producto cultural totémico por su inmediato anterior. Sólo que en lugar de Impresionismo-Expresionismo aquí el chupín trasciende a su opuesto, el pantalón de tiro bajo, el conocido muestraculotte, prenda interior femenina que no tiene que ver con los revolucionarios más radicales en aquello de la libertad, igualdad y fraternidad. Es decir, el chupín flogger es entonces un movimiento de consumo, una moda, y como tal precisa de construir contrahegemonía antes de osar siquiera asomarse al taller mecánico.

El caso del skinnyjean indie tiene que ver con conflictos de poder hacia el seno del grupo al no tener un exponente definido. Que el suplemento No de Página/12 haya podido dar cuenta de la existencia de al menos dos vertientes (el indie cabeza y el careta) en esta pujante tribu urbana es botón de muestra. Pero a la vez hay una diacronía entre la realidad del jean nuevo y de primera marca y la apariencia de dejado, de abstraído, de conceptual, del joven indie. Una contradicción de apariencia contraria a la que Walter Benjamín señala en el uso de falsificaciones. Aquí lo que otorga status no es la obra por exceso (una copia como tótem tanto como un original) sino por defecto (en la degradación textil del vaquero, prueba a la hora de decir: “yo los uso desde el ‘97”).

El neogótico está más retirado de la puja. Sabe que por falta de fuerzas (no bélicas sino anímicas) está en desventaja. Son para los metaleros lo que la burguesía fue en Francia para la Monarquía: la primera infantería, esos a los que hay que capturarles la bandera de escolta del pantalón bombilla negro azabache para luego ir a por los abanderados del chupín de cuero y el jean recto ajustado, con las llaves de la moto colgando de la presilla, del Señor Feudal.

El azar climático propició una llovizna en la jornada que encabezó Babasónicos y una lluvia densa en la que cerró Mötley Crüe. ¿El resultante? Quejas porque se iría la planchita de los flequillos en un caso; y boca abierta para beber la lluvia provocada por el Hada del Metal en el otro. La variable Clima se convirtió así en K, una constante sin ingerencia, que refuerza la idea de resistencia (al agua) de un chupín de cuero o de un recto impermeabilizado con líquido de frenos.

Por un análisis práctico, metódico e histórico, habrá que ver que el PM08 fue un importante campo de batalla en la lucha por el chupín. Nadie lo oficializó, pero los cortesanos de cada fecha se encargaron de señalar que “quería el mismo pantalón pero no había talle” y que “estos pibes ahora usan chupines” cuando otros -los que ya no son pibes, en una aristotélica definición por oposición -lo hicieron “los últimos 20 años”, poniendo en evidencia la puja real por ese capital simbólico, el proselitismo rockero, la aparición de nuevos actores sociales en la cultura recitalera, el conservadurismo y el progresismo de la escena.

Es cierto, ha pasado poco tiempo desde el PM08 para que las marcas lo asimilen, pero en esto ya hay una nueva tendencia propuesta (y las más de las veces impuesta) a nivel mundial: que tras el muestraculotte y el chupín, vendrá el pata de elefante. Lo más probable es que algunos se abran y que la discusión simbólica por el chupín se abandone. Aún así, lo sucedido en el PM08 sirve para entender que este para algunos “novedoso fenómeno” de las tribus urbanas sí tiene un campo de discusión, el simbólico, encarnado en la tecnología como deidad y en los shoppings como capilla, pero también en el uso calificado de un pantalón apretado.

Nota publicada por la Agencia NAN (http://agencianan.blogspot.com/)