La fecha no es azarosa, en un día similar, pero de 1960, la población de República Dominicana despertó con una terrible noticia: agentes del ex dictador Rafael Trujillo habían asesinado violentamente a las hermanas Patricia, Minerva y María Teresa Mirbal. Su participación activa en la resistencia contra el régimen hizo que los brutales asesinatos se convirtieron en el comienzo del fin de la dictadura, y a partir de principios de los años 80 en un símbolo para las organizaciones feministas.

Un nuevo 25 de noviembre marca el calendario y renovadas denuncias y feminicidios siguen registrándose en el mundo.

¿Qué motor pone en movimiento la mano pesada y rígida del hombre cuando cae con furia sobre el de una mujer? ¿Qué placer genera el displacer puesto en otro cuerpo? ¿Qué se juega en cada acto de acoso, de discriminación y de abuso?

No existe mayor dolor que el de la violencia en cualquiera de sus expresiones física, psicológica, económica, sexual, moral o religiosa. Su ejercicio escinde las partes, rompe la imagen, degrada la figura, deja marcas, coloca a un “otro yo” frente al espejo, deconstruye identidades, vulnera.

Una palabra, un gesto, una mirada pueden ser suficiente para acallar a la mujer y dejarla hundida en las mayores oscuridades, en el más insondable de los silencios. Un golpe, un solo golpe, pero certero, puede acabar con los sueños, con los deseos o lo que es peor aún, con la vida.

La expresión más bella es la surgida de las emociones.
La mejor caricia es la que se da con afecto.
La palabra más suave es la que sale del corazón.
La mirada más valiosa es la que nos ayuda a construirnos como sujetos, como hombres y mujeres.

Tomar real conciencia de las disparidades de género y diseñar políticas de estado que colaboren en ello debe ser el objetivo para que nunca más haya que conmemorar un 25 de noviembre.

Integrante del Observatorio de Medios-UTPBA.