Gustavo tenía un libro que Daniel quería pero no conseguía. El primero le ofreció una copia al segundo, a cambio de unas fotos. El segundo, encantado, se fue a su casa a leer el texto que había trocado. Cuando lo terminó, le prestó la copia a Raquel, que clonó al ya clonado libro y lo llevó a su taller de pintura, en donde luego de la lectura en voz alta de algunos fragmentos, varios alumnos le solicitaron a la docente una copia del texto completo. Cada pupilo que llevó una copia se la prestó a múltiples amigos, amantes, vecinos y colegas que multiplicaron los múltiplos multiplicados. Al infinito. La cadena de favores puede ser real, en principio, porque Gustavo existe, y además porque efectivamente cambia fotocopias de libros. ¿Cómo? A través de El Trocadero Libros (http://eltrocaderolibros.blogspot.com), un blog que desde principio de año cataloga 92 publicaciones de “arte, estética y otras disciplinas afines”, describe brevemente cada una y ofrece un reglamento con una serie de pautas para el intercambio.

“Yo fotocopio libros, luego los intercambio por otras fotocopias, objetos de arte, videos, música, servicios, etcétera. Las características de los libros que fotocopio son múltiples: ediciones agotadas, raras, fuera de comercio, extranjeras o de costo elevado”, son las palabras con las que Gustavo Christiansen, un artista y docente marplatanse de 40 años, da la bienvenida a los cibernautas que llegan a su sitio.

Pero la idea, aclaró el divulgador a Agencia NAN, “no nació de la nada”. La génesis del blog se ubica en el marco de unos “encuentros de artistas” que junto con Analía Baños y Magda Bruzzone, dos colegas, organiza en Mar del Plata desde 2005. Allí se propuso crear una muestra artística cuyo corolario fuera el trueque de las obras expuestas entre sus creadores. Una vez realizada la primera de esas exposiciones, la ex coordinadora de los encuentros Diana Aisenburg mostró un libro de Joseph Beuys y los artistas se mostraron muy interesados. “¿Por qué no trocar además de obras artísticas, textos e información?”, pensó Gustavo. Y a la siguiente reunión llevó tres copias de distintos libros de ese autor alemán, que fueron permutadas por producciones de los concurrentes.

El intercambio de material se hacía cada vez más frecuente pero, una vez finalizado el día, el regreso de cada artista a su ciudad -–principalmente Mar del Plata, pero también Ayacucho, Tucumán, Rosario y Tandil— imposibilitaba seguir con los trueques. De ahí, la necesidad de crear un vínculo que hiciera extensiva la práctica durante todo el año, un blog-lista que tuviera fotos y precisiones sobre los libros a trocar. En relación, además, con “la búsqueda de un punto de encuentro que no sea una galería de arte”.

“¡Un momento!”, dirá el lector, “lo que este tipo está haciendo es ilegal”. Sí, es cierto. El consabido Derecho de Autor y las legislaciones de copyright que lo amparan desde la Convención Universal de Derechos de Autor adoptada en Ginebra el 6 de septiembre de 1952 y ratificada por Argentina, atravesando además por una serie de convenios y tratados internacionales, prohíbe la reproducción de obras literarias, científicas y artísticas tales como escritos, obras musicales, cinematográficas y plásticas. No obstante, aun atento a “la ilegalidad que ronda este trabajo”, Gustavo superpone que “es de suma importancia socializar información y textos, no guardarse nada”. Compartir es el eje de la propuesta.

Es preciso aclarar algo. Gustavo no es dueño de una librería ni tiene una fotocopiadora industrial en su casa. Por las copias y el anillado de los libros, paga. Cuando un interesado se contacta con él y pide una de las obras que figuran en el catálogo, que abarca desde obras netamente abocadas al arte como El Pop Art, de Lucie Lippard, pasa por otras de carácter biográfico como Frida, de Hayden Herrera, e incluye producciones filosóficas-literarias como El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, Christiansen acuerda un encuentro –-que puede ser en persona o telefónico— para determinar lo que se va a intercambiar.

“Se habla con la persona que quiere determinado libro. Puede ser un cambio uno a uno, dos a uno, según lo que la persona proponga. Lo importante es que se negocie para que ninguna de las partes salga perjudicada, que convenga a los dos”, afirma el trocador.

¿Y qué cosas podrían darse en pago por la copia de un libro? Gustavo las permutó por objetos tan disímiles como fotografías, almanaques y collages, por otras copias que se van incluyendo al catálogo e, incluso, por “algunos litros de cerveza artesanal, que es muy rica”, añadió jocoso.

“Creo que duplicar textos para intercambiar y que el texto que entra al listado se pueda volver a copiar hace al trabajo muy interesante y, aunque la fotocopia sea muy utilizada, le da a la acción cierta sensibilidad artística”, definió Gustavo.

El tiene un libro que Jorge quiere pero no consigue. El primero le ofrecerá una copia al segundo y el segundo, a cambio, le dará al primero unas calcomanías. El segundo, encantado, se irá a su casa a leer el texto que el primero le habrá trocado. Y así al infinito.

Nota publicada por la agencia NAN (http://agencianan.blogspot.com/).