Decía Carlos Marx, uno de los más grandes científicos que ha tenido la humanidad, que la revolución es la partera de la historia. Y más tarde, Lenin analizaba con precisión esta metáfora: “Todo lo nuevo, que tiene que nacer, surge, necesariamente, del dolor, y no por evitar ese dolor, una mujer decide dejar de ser madre, puesto que la nueva vida tiene que venir, se vuelve lo más importante para ella”.

La clase obrera, como clase para sí, es decir, como protagonista política de la historia, nació en nuestro país en medio del dolor, fue parida, dicen muchos, un 15 de noviembre de 1922, en la ciudad de Guayaquil, en medio de una masacre abominable ordenada por el entonces presidente de la República, José Luis Tamayo. Acontecimiento que significó una ruptura entre el Ecuador de años previos, que transitaba de un feudalismo concentrador a un capitalismo atado al viejo poder. Era, efectivamente, un capitalismo semifeudal y semicolonia, en el que la sobreexplotación de los obreros, considerados los esclavos modernos de la nueva sociedad, era la base sobre la que se levantaba la fortuna de las clases dominantes.
Las riquezas más importantes estaban en manos extranjeras. Y de entre todo lo que producía el Ecuador, el cacao se convirtió en la materia prima fundamental para la exportación, que generaba las suficientes divisas para mover nuestra economía. En un escenario internacional de crisis, con características similares a la actual, las compras de esta fruta tropical se detuvieron, y a nuestro país le cayó una grave crisis, que incluía devaluación del sucre, la elevación de los precios de los artículos de primera necesidad, y la sobreexplotación de la fuerza de trabajo obrera.

El levantamiento se producía de manera espontánea, aislada, por sectores, hasta que se fue configurando, poco a poco, la organización sindical. Eran tiempos de revolución proletaria en Rusia; en 1917 había triunfado la insurrección bolchevique, y las ideas libertarias del proletariado internacional se expandían como pólvora por el mundo.

El 15 de noviembre fue el día clave. La Confederación Obrera del Guayas llevó adelante un paro general de actividades, al que se sumaron decenas de organizaciones de trabajadores, y sectores populares en general. Guayaquil estaba tomada por los trabajadores. Datos oficiales hablaban de una marcha de 4.000 a 10.000 trabajadores, pero estimaciones más reales hablan de alrededor de 20.000 personas.

El presidente Tamayo ordenó parar la movilización, “cueste lo que cueste”. Y así lo hicieron las fuerzas militares. Las primeras víctimas del criminal tiroteo, fueron los huelguistas que se distinguían por sus overoles de obreros, por las banderas rojas que portaban. Fue un asesinato a sangre fría. Cientos de cuerpos sin vida.. Se habla de 800 en total, fueron a parar al río Guayas. Una imagen de terror abrumó al país entero, con tal contenido ideológico que literatos como Joaquín Gallegos Lara habrían de inmortalizar este momento con obras como “Las cruces sobre el agua”.

Los trabajadores no solo mostraron el pecho, también respondieron, con armas en la mano, ese intento de matar la esperanza. Y desde ese día, la clase obrera en el Ecuador adquirió su madurez política. Sigue siendo la principal clase social, la que un día no tan lejano ya, conquistará el sueño de una vida justa, solidaria, de progreso, una patria nueva, socialista.