La escalada terminológica acudió tanto a las denominaciones, utilizadas frecuentemente para definir devastadores fenómenos metereológicos hasta “incrustar” con sonidos onomatopéyicos la idea de catástrofe, colapso o derrumbe. Como sabemos, no se trata sólo de estilos.

Las metáforas son vehículos de orden y control, así como no es casual que existan estrategias detrás de los neologismos y las palabras claves de la economías.

El uso de determinado lenguaje no es más que la forma en que se codifican las grandes operaciones económicas en la pretensión de justificarlas masivamente.

No caben dudas, el coloniaje intelectual sobrevive a cualquier cambio de etapa y muchos discursos mediáticos en torno a la crisis financiera internacional es prueba de ello, dado que la apropiación del sentido de la palabra, ya ha sido consumada.

El éxito de la lógica del banquero (utilizado aquí como la lógica del capitalismo) se debe a que ese enorme ejército de ocupación del sentido de la palabra que se construyó en los últimos 35 años durante el desarrollo de la teoría económica neoliberal, sigue hoy disponiendo de un batallón de escribientes con un abecedario reducido a códigos con los que el sistema “nos permite” comprender la realidad.

El capital cultural acumulado a lo largo de la historia (para justificarse y esparcir sus fundamentos) nos remite a un ejército invisible y férreo que sigue resistiendo toda explicación contraria, así como el desarrollo de una alternativa crítica a la vigente.

Es como la legua bífida de las culebras, que tienen esa doble capacidad. Utilizan el mismo veneno para salvarnos o matarnos, igual que las tozudas y reiteradas palabras que nombran de la misma manera la realidad ante diferentes circunstancias.

Algunos medios de comunicación, se refieren al sistema financiero como si fueran una entelequia con vida propia, un fenómeno impredecible. Los mercados financieros ¿no son acaso un entramado de construcción humana? Se refieren a la crisis actual como una disfunción “no deseada” del sistema, sin nombre, sin responsables y disociada de la naturaleza del sistema.

La abstracción a “fenómeno natural” permite así, presentar soluciones al problema legitimando las iniciativas por parte de quienes tienen responsabilidades directas en la debacle.

En tanto, los efectos colaterales de esta disfunción no pretendida, pasan a ser los miles y millones de seres humanos que ya hoy cargan sobre sus vidas la condena a la desocupación, a la pérdida de calidad de vida, a la pobreza, a la pérdida de viviendas, de salud, las aventuras bélicas por los cientos de caminos y formas en que hoy se plasma.

Las palabras se deshilachan frente a una realidad que intenta ser explicada una y otra vez desde la lógica del banquero. Ese capital simbólico que nunca se distrae, que nunca entra en crisis, se vuelve a pavonear en portadas, noticias y columnas especialmente pensadas para atender el repentino fatalismo del banquero, que agoniza en su propia salsa, condimentada por la propia usura del sistema.

La crisis explicada desde un lenguaje maniqueo y metafórico no es más que otra vuelta de tuerca del poderoso capital simbólico que el neoliberalismo supo construir a lo largo de los últimos años.

Los conceptos e ideas padecen desde años la cárcel de un léxico que alfombro el discurso masivo de las principales usinas de la cultura y el entretenimiento.

 Nota publicada en Movimiento Continuo número 4, diciembre de 2008
 Periodista. Responsable del Observatorio de Medios de la UTPBA