¿Qué era el planeta a fines de los cincuenta de la pasada centuria? Sencillamente un lago signado por la guerra fría impuesta por Washington a la humanidad frente al “peligro rojo” que emanaba de las hoy desaparecidas Unión Soviética y Europa del Este. Cuanto acontecía giraba mayoritariamente en torno a ese epicentro.

Fue esta etapa un largo, peligroso y costoso episodio que pareció concluir con la disolución del llamado “socialismo real” y los cánticos de pretendida eternización capitalista, pero que no pudo conjurar un posterior reverdecimiento, luego de instantes de vacío y desconcierto, de nuevas hornadas revolucionarias y progresistas.

Y en medio de aquella contradicción fundamental entre grandes polos contrapuestos, la humanidad sufrió y enfrentó la existencia de naciones colonialistas y colonizadas; de una brutal carrera armamentista; de la política hegemónica destinada a ganar áreas de influencia, muchas veces mediante las llamadas “guerras locales”.

También de “conflictos de baja intensidad” ejecutados por la rapiña imperial y del estímulo a dictaduras y oligarquías como instrumentos para someter toda aspiración de justicia y ruptura de la dependencia impuesta por los intereses foráneos.

En nada ajena a esos avatares, y con el insoportable peso de un sangriento régimen pro imperial garante del injerencismo de Washington en la Isla, es que irrumpe la Revolución Cubana en el escenario regional y global.

Tal acontecimiento es expresión, junto a otras manifestaciones de avanzada, de una necesidad ingente de cambios fundamentales. Fue y ha sido el aporte del pueblo cubano al esfuerzo por elevar la espiral de la historia a planos positivos.

De manera que a lo largo de estas cinco décadas, la batalla mundial entre poderosos, explotadores y excluyentes, y aquellos que impulsan la independencia, el bienestar y los derechos claves de los pueblos, cobró niveles inusitados...y no se detiene.

En dicho lapso numerosas naciones en Africa, donde resultó clave el apoyo internacionalista cubano, dejaron atrás el coloniaje y lanzaron por tierra a regímenes racistas apoyados por Washington.

Mientras en Asia, victorias como las de los pueblos de Corea (unos años antes) y Viet Nam (1975) contra las agresiones militares directas de la Casa Blanca, o el afianzamiento y ejemplar desarrollo de la República Popular China, resultaron y resultan trascendentes estímulos al avance popular en el mundo.

América Latina, por su parte, vio el temprano desarrollo de movimientos guerrilleros que aún persisten en zonas como Colombia, sintió en carne propia varias invasiones militares directas de EE.UU. y asistió a esfuerzos de cambios no violentos frustrados por la vesania interna y externa, como en el Chile de Salvador Allende.

De otro lado, atravesó la larga noche de las dictaduras militares con su secuela de decenas de miles de muertos y desaparecidos; y logró arribar a un presente donde la voluntad de las masas azotadas por graves problemas socioeconómicos y la incapacidad de las políticas imperialistas, impulsaron la eclosión de gobiernos de izquierda que están renovando el paisaje político regional.

De manera que el golpe que supuso para el movimiento revolucionario mundial la disolución de la URSS y del modelo socialista en Europa del Este a fines del siglo XX, terminó convertido en un acicate para la búsqueda de nuevos derroteros, para la identificación con las verdaderas esencias socialistas.

Puso en evidencia, además, que el sistema imperial nunca ha constituido una alternativa de justicia y una respuesta cabal a las aspiraciones de las mayorías.

Mientras, Washington, encabezado en los últimos ocho años por la más obcecada ultraderecha, solo ha brindado al planeta guerras petroleras disfrazadas de antiterrorismo, como los pantanos militares en Afganistán e Iraq, y formularios políticos y económicos para perpetuar su dominio y saqueo universales.

Programas contrahechos que han conducido al sistema imperial a estas horas de crisis en sus polos esenciales, donde la irresponsabilidad y la incapacidad oficiales, y el apego a los afanes de ganancia ilimitada de especuladores, traficantes y negociantes de toda laya, provocan una recesión económica globalizada, donde los más pobres pagarían la mayoría de los platos rotos.

No obstante, la humanidad parece confirmar, en especial en estas últimas cinco décadas, que de las grandes hecatombes suelen provenir las grandes soluciones, y es de desear que el hombre no requiera otro medio siglo de brumas políticas, económicas y sociales para salir definitivamente al sol.

Agencia Cubana de Noticias