Hacer algo por alguien”. Este es el pensamiento, noble y lúcido, de Gladys Sánchez, maestra de cuarto año de básica de la escuela Honorato Vázquez, ubicada en la parroquia Atahualpa (a tres horas de Quito).

“Mis alumnos son hiperactivos y desorganizados, pero son en el fondo muy cariñosos, con un alma ingenua y pura, a la cual hay que llegar con cariño, con comprensión, con amor; hay que tener en cuenta que ellos provienen de hogares fracturados, donde la violencia intrafamiliar, el alcoholismo y la infidelidad son pan de cada día…” señala Gladys.

Hace tres años, “la señorita” -como la llaman sus niños- logró el nombramiento como maestra de quinta categoría, e inmediatamente fue designada para trabajar en la parroquia Atahualpa: “Pasé mucho tiempo en la Dirección Provincial de Educación solicitando mi nombramiento definitivo (antes trabajé como maestra a contrato en la escuela Santo Domingo de Cutuglagua); hasta que lo logré: lo único que quería es trabajar con una remuneración fija, y dar todo lo mejor de mí por una vocación a la que amo: la docencia”, manifiesta nuestro personaje.

Esta pasión por enseñar, por instruir, que nació en Gladys por su desmedida dulzura hacia los niños, tuvo un gran costo: sus dos hijas adolescentes tuvieron que quedarse en Quito para terminar la colegiatura, dejando un gran vacío en el sentimiento de su madre (una ausencia infinitamente superior a la distancia de tres horas medida por el tiempo).

“Tuve que venir a trabajar a esta hermosa parroquia, de casi dos mil habitantes, dedicados especialmente a la agricultura y la ganadería, donde se pueden avistar animales como los armadillos, las ardillas, los osos y una variedad única de pájaros e insectos; donde se puede gozar de los beneficios climáticos de la hoya de Guayllabamba… Tuve que venir acá y arrendar un cuartito, del cual salgo muy de mañana, con el ánimo predispuesto para enseñar, además de leer y escribir, valores y principios humanistas a mis niños; un cuartito, que por la noche se convierte en el rincón de mis nostalgias, pues es cuando más les recuerdo y más me hacen falta mis hijas”, expresa Gladys, con la melancolía aguadita en los ojos.

Claro que nuestra maestra visita a sus niñas (en los ojos de los padres se quedó eternizada aquella sonrisa infantil que a punto estuvo de partirles el corazón en dos, de pura alegría), y es el reencuentro de la felicidad y la armonía, pero también de los terribles dolores de espalda que aquejan a Gladys: “El médico del Seguro Social me detectó una hernia discal y me dijo que no puedo estar sentada por mucho tiempo, máximo por intervalos de diez minutos, y que luego debo caminar y cambiar de posición; también me aconsejó que si viajaba, lo hiciera con un cinturón de varillas, para que mi columna no sufra tanto”.

Por esta molestia, Gladys tiene que trasladarse periódicamente a Quito para ser examinada por el especialista, lo que, a más del tormento del viaje, provoca que ella se vea en la obligación de pedir un maestro de reemplazo: los niños no pueden quedarse sin clases… El costo de la vocación…

“Cuando pienso en mis alumnos, en el trabajo que realizo, todos mis problemas quedan atrás, pues yo escogí esta responsable y muy sensible profesión; lo que sí me duele es que todos los gobiernos de turno nos vean a nosotros como la última rueda del coche; no es justo que los maestros, todos los años, tengamos que luchar para que nos alcen algunos dólares, contados con los dedos de la mano, a nuestro paupérrimo sueldo básico; no es justo que, a veces, ni siquiera nos paguen a tiempo. Por ejemplo, como maestra de quinta categoría gano 103 dólares de sueldo básico, que sumados a todos los beneficios de ley, incluido el bono rural y de comisiones, suman alrededor de 327 dólares; de esta cifra tengo algunos descuentos: IESS, cesantía, jubilación, entre otros, que me restan casi 80 dólares. Si a esto le seguimos restando mis gastos mensuales: alquiler del cuarto, 20 dólares; pasajes, 60 dólares; comida y medicinas de mi columna, 120 dólares, me quedan en total, líquidos: ¡40 dólares! Por eso no considero adecuado el trato que el Estado da a los maestros; por eso soy afiliada a la Unión Nacional de Educadores, UNE, organización que lucha por reivindicar nuestros derechos: sueldo digno, capacitación, promociones, etc., y también por tener un país libre y soberano, que nos permita cambiar nuestra realidad social”, relata, con énfasis entremezclados de seriedad, indignación y rebeldía, nuestro personaje.

… Y así amanece otro día en la hermosa parroquia Atahualpa; los niños de cuarto año de básica están sentados en sus pupitres, atendiendo a la señorita Gladys, quien sonríe y piensa, con nobleza y lucidez, que está “haciendo algo por alguien” , a pesar de la ausencia de sus hijas, del dinero que es tan escurridizo como un armadillo, del dolor de la espalda y de los regateos del gobierno de turno por subirle 10 dólares (dos manitos llenos de dedos) a su sueldo básico…

Gladys sonríe a la vida cuando alguno de sus alumnos le escribe cartitas y le dice: “Perdón señorita por haberme portado mal… Gracias ‘profe’ por enseñarnos a leer, a escribir, a jugar, a soñar…”

En esta vida tan corta y contradictoria, una humilde maestra rural, con la bondad convertida en corazón, “hace algo por alguien”…