por Plinio Esquinarila; plinio2005@gmail.com
30-3-2009

Cada cierto tiempo, las conciencias culposas de Estados Unidos y Europa echan una mirada compasiva a nuestro subdesarrollo bajo el paraguas de la investigación histórica y antropológica. Entonces tenemos resultados como la “teta asustada”, esa creación de la norteamericana Kimberly Theidon, que ha dado lugar al filme del mismo nombre, convertido en singular plataforma que una corriente de opinión política usa para que el Estado dé su brazo a torcer en la construcción del llamado museo de la memoria (*).

¿Qué ha investigado la antropóloga Kimberly Theidon? Lo que ella llama “violación sistemática del ejército en los distritos altoandinos a mujeres y niñas indefensas” en el “conflicto armado interno” entre las fuerzas del orden y los grupos “alzados en armas”, en particular Sendero Luminoso. ¿Y cuál es su gran descubrimiento? Nada menos que la existencia de una creencia incorporada a la vida real que consiste en pasar la tristeza, de madre a hijo, a través de la leche materna, aporte que bautizó con la sugestiva frase de “la teta asustada”.

Kimberly Theidon, feminista, activista de derechos humanos, experta en temas de género y en comisiones de la verdad, del Syracuse University, que en Lima trabaja en la ONG Instituto de Estudios Peruanos -IEP-, donde labora buena parte de la intelectualidad de la llamada izquierda caviar criolla, nos viene a desarrollar el conocido libreto del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación -CVR-, a saber: Que el Estado propició la violación sistemática de los derechos humanos en las zonas de conflicto, siendo una de sus derivaciones la violación masiva y en grupo -“fue un hecho generalizado” afirma-, incluido de niñas, de “todas nuestras niñas [de Vilcashuamán]”, según uno de los testimonios que recabara de una mujer también violada en esa provincia ayacuchana.

A medida que nos vamos enterando de los logros de su investigación, nuestra sorpresa es mayúscula. “Un hecho que acabo de descubrir es que los sacerdotes, en alianza con el Ejército, comercializaban mujeres que pertenecían a Sendero Luminoso y que –si querían salvar sus vidas- terminaban casadas con los indeseables de cada pueblo - es decir con “opas” (tontos) y viejitos lugareños-, tras una venta en el mercado” (1).

¡Qué terrible! A esta científica social poco le faltó para decir que monseñor Juan Luis Cipriani, en persona, desde el Arzobispado de Ayacucho, encabezaba tan singular trata de cholas y/o paisanas, en complicidad con los jefes de los comandos político-militares de las zonas de emergencia. Aunque, para darle un cariz científico a tan intrépida conclusión, la gringa de ocasión (y de ONG) dice que esa práctica “fue una manera de resignificar el parentesco con la violencia sexual”.

Imponer la “memoria popular”

Los que nacimos y conocemos la sierra sabemos que hay mucha imaginación en este tipo de antropología de ONG, que utiliza a las comunidades como conejillos de indias, como si fueran unos conglomerados salvajes y primitivos donde las mujeres andan metiéndose tubérculos en la vagina. No vamos a entrar a este tema. Sería perder el tiempo, pero sí adelantar unas interrogantes obligatorias: ¿Los antropólogos peruanos son tan limitados que no se habían dado cuenta de esas prácticas generalizadas, más aun los de origen andino, o los mismos senderólogos y los periodistas que seguían de cerca la guerra antisubversiva? ¿Es que tenían que venir de Estados Unidos para ponernos al descubierto las “tetas asustadas” de indígenas grupal y masivamente violadas por esos degenerados del Ejército y la Marina?

¿Nadie se dio cuenta del otro descubrimiento de Theidon, el infanticidio generalizado a causa del susto también masivo de tetas, para evitar una lactancia que provocaría en los bebés una vida de sufrimiento, porque la madre violada asumía -según el tetudo pensamiento Theidon- la idea de que su párvulo jamás iba a ser normal ni tener cariño por tomar su asustadiza leche?

Bien decía un amigo irreverente que de este tipo de antropología de supuesto compromiso con los marginados se rescata solo el 20 por ciento porque el resto es bluff, es pura “paja” con ropaje intelectual. Tal vez exagera. Pero de exageraciones y nuevos fundamentalismos está hecha buena parte de la derivación histórica –ya no antropológica- de la lucha antiterrorista que el Estado peruano libró contra Sendero Luminoso y el MRTA. La mejor prueba está en tres indicadores:

I. Activistas del tipo Theidon buscan con obsesión estratégica, y así lo afirma en un artículo por ella escrito (2), que “una meta de las Comisiones de la Verdad es construir nuevas narrativas de la nación que sean más inclusivas de las experiencias de los grupos que han sido históricamente marginados. Desde esta óptica, la idea es suplantar –subraya- la ‘memoria oficial’ por la ‘memoria popular’”, o de la “sociedad civil”.

II. Otro objetivo de ese activismo de izquierda caviar o gauche caviar- es la sacralización de su logro político y programático más importante –el informe final de la CVR- para imponer esa “memoria popular” como política de Estado y reemplazar, en nuestro devenir republicano, al viejo civilismo en su odio y su añeja controversia con los militares en el Perú.

III. Para allanar esta hoja de ruta pretenden inculcar en la conciencia colectiva, según el informe de la CVR, que ese “conflicto armado interno” es “el más violento de la historia de la República”, más incluso que la guerra con Chile, lo cual no es cierto. Y le buscan similitudes con el holocausto nazi, cuyo correlato latinoamericano serían las dictaduras militares argentinas de los años ’70 y la de Pinochet en Chile, cuando sabido es que no hay ningún punto de comparación, menos aun con la ligada a Adolfo Hitler. Esto con fines de represión y persecución política.

Sofisma y “estimación multisitemas”

Y es que aquella izquierda que controló la CVR parte del sofisma de que todo aquel que no está de acuerdo con su informe final, o que no forma parte de ese coro, no valora los derechos humanos. Sofisma puro por ser un examen antes que nada político, maniqueo, intolerante y totalitario. Porque los derechos humanos, en tanto logro de la cultura universal, pertenecen a todos y cada uno de los ciudadanos y a las diferentes instituciones y corrientes de opinión. El problema es que cada cual le dará su propia lectura que no siempre coincide con la que le dan los partidarios de la CVR.

Para muestra algunas perlas con las que no se puede estar de acuerdo con el referido informe final que vio luz en agosto del 2003. La cifra de 69.280 muertos y desaparecidos es un insulto a las matemáticas por la sencilla razón de que para llegar a tan monstruosa cantidad se utilizó un método de contabilidad de anchovetas en el mar y venados en bosques, tal como lo demostró el PHD Hugo Ñopo, uno de los mejores matemáticos del Perú, además de economista e investigador del Banco Interamericano de Desarrollo –BID- y otras instituciones. Para Ñopo, los supuestos técnicos que usó el filósofo norteamericano Patrick Ball, uno de los contratados por la CVR para tales cálculos, fueron errados y condujeron a una cifra “poco seria y absolutamente irresponsable”. Agrega que “es imposible hablar de un número. Lo más serio es hablar de rango de cifras. Por eso, decir que son 69.200 es algo risible” (“Correo”, 9/9/2005).

De lo contrario, alguien tendría que explicar cómo es que llegaron a la conclusión de que entre 1980 y el año 2000 hubo un promedio superior a 10 muertos por día. ¿De donde salió esa cifra si hasta entonces todas las instituciones oficiales y no oficiales contabilizaban cerca de 25.000 muertos y desaparecidos, que ya era de por sí espeluznante? ¿Dónde están los datos empíricos con una aproximación de nombres y apellidos? De la experiencia del conflicto racial de la Ruanda africana, afirmaba un técnico de la CVR, donde hubo 800 mil muertos en tres meses a pedrada y cuchillo. ¿Qué tiene que ver Ruanda con el Perú? Nada.

Es de subrayar que a los 8898 casos documentados por la Defensoría del Pueblo y las ONG de derechos humanos, se añadieron otros 15.794 descubiertos por la CVR, la mayoría víctimas del terrorismo, en bueno reconocer, llegándose a documentar exactamente 24.692 casos. Entonces, como el plazo del mandato de la CVR se agotaba, y no pudiendo cubrir todo el territorio nacional, según explicaron en ese entonces, es que recurren al filósofo y criptólogo Patrick Ball, también activista de derechos humanos, quien con su controvertida “estimación de multisistemas” disparó la cifra hasta 69.280 muertos y desaparecidos.

Dicha estimación fue refutada por Hugo Ñopo, sin que ningún comisionado de la CVR respondiera, tampoco Patrick Ball, quien ante la presión de la comunidad científica de matemáticos arguyó no tener tiempo para dar las explicaciones detalladas del caso, alcanzando una nota displicente a Ñopo y a los peruanos interesados, al sostener que se utilizaba un lenguaje inadecuado y que el debate simplificaba un asunto altamente técnico (**).

Con el paso del tiempo se supo que colocar esa cifra desmedida fue producto de un acuerdo político impuesto por la mayoría caviar de la CVR, con el claro propósito de hacer aparecer, especialmente al Ejército, como asesino de miles de civiles inocentes. Esta cifra además causaría tal impacto mediático en el mundo que les permitiría recabar no solo copiosos recursos dolarizados sino manejar la agenda y la iniciativa política para implementar la persecución más grande contra las Fuerzas Armadas, dando pase a un programa político, social, económico (reparaciones) y cultural, donde el monumento “El Ojo que llora” y el museo de la memoria serían apenas la punta del iceberg del desarrollo programático del referido informe final.

Maquillando la guerra con Chile

Si para la CVR el “conflicto armado interno” es el “más violento de la historia de la República”, su conclusión es que supera ampliamente las pérdidas en la guerra de la independencia y la guerra con Chile, los dos mayores conflictos en los que se ha visto involucrado Perú" (3). Este temperamento fue hecho público por periodistas de la misma red, entre ellos el español Francesc Relea Ginés y Patricia Balbuena, de la Coordinadora Nacional del Programa Andino de Derechos Humanos, PADH, entre otros.

No hay en lo anterior ignorancia sino un intento interesado de cambiar la lectura del referente reparador del Perú respecto de Chile, más aun cuando el historiador Nelson Manrique, que trabajó en el esquema histórico del informe, reafirmaba ante los medios que dicho conflicto había sido en efecto más violento que la Guerra de 1879 y todas las guerras pretéritas del Perú. La funesta ocupación chilena en la aciaga guerra de 1879 era de esa forma maquillada con la pretensión de cambiar en la ciudadanía nuestros patrones y referentes de la “memoria oficial” por la supuesta “memoria popular” que se circunscribe a la etapa posterior a 1980 en que Sendero Luminoso inicia la “lucha armada”.

Ese revisionismo pasaba por agua tibia y a un plano subalterno el tema de la difícil vecindad con Chile porque el trabajo de la CVR había probado –al margen de su conclusión de que los terroristas eran responsables del 54% de víctimas fatales- que el enemigo era interno: la Fuerza Armada en general y el Ejército peruano en particular, a los que la demoledora campaña mediática presentaba como “asesinos” y “genocidas”, propiciando que la “gauche caviar”, que cogobernaba desde el gobierno de transición de Valentín Paniagua, se arrogara por sí y ante sí el papel de fiscal acusador y de juez carcelero de un periodo histórico demasiado reciente y de heridas frescas que aún hoy se huelen a diario desde Vizcatán.

Así fue difundida aquella prédica dentro y fuera de nuestras fronteras hasta que voces aisladas en el Perú se opusieron a esa lectura tendenciosa y politizada de la historia. ¿A quién le van a hacer creer ustedes que esos años fueron peores que la ocupación chilena?, fue una pregunta que se les hizo a los comisionados en esa oportunidad. ¿Saben como fue la batalla del Alto de la Alianza, la expedición del merodeo de Lynch, o el holocausto de Huamachuco? Y se acabó éste y el otro debate, el de pretender -en ese entonces- darle a los terroristas de Sendero Luminoso el estatuto de partido político, en una aceptación tácita -desde la CVR- de su supuesto carácter beligerante, algo que ni el Congreso ni el Ejecutivo se habían atrevido a insinuar.

Desde entonces esa posición política que manejó la CVR trata de imponer su “verdad” de los 69.280 mil muertos con apoyo mediático. Y siguen abultando la cifra sin responder aún a Ñopo. Eso lo vemos en el informe de una consultoría encargada en 2005 por la “Comisión de seguimiento, paz, reparación colectiva y reconciliación nacional” –heredera de la CVR–, donde Daniel Manrique Vallier, hijo del mencionado Nelson Manrique y partícipe en la elaboración de la estadística de la CVR, registra a 13.218 personas como muertos y desaparecidos, afirmando que se trataría de un reporte completo y diagramado.

“No fueron los peores”

Como se ve, en los últimos años hemos sido testigos de ese despliegue descomunal para imponernos la “verdad” de la CVR y su “memoria popular”, campaña que no se circunscribe a antropólogos de la estirpe de Kimberly Theidon o del filósofo Patrick Ball, sino a toda la intelectualidad de la gauche caviar criolla. Desde el sicoanálisis, por ejemplo, es sugerente lo que escribe Jorge Bruce: “ (…) la verdad que se abre paso en el Informe de la CVR nos coloca frente a un escenario dantesco de abusos masivos, injusticias sin cuento, torturas, violaciones y asesinatos, atrocidades sin límites, en donde los senderistas no eran los únicos malos sino que en cierto sentido -lo que hace las cosas todavía más difíciles de procesar-, acaso no fueron los peores.”. (Blog Espacio Compartido)

A Bruce le aflora la mala conciencia y su verdadero programa político CVR porque, a esa defensa humanística y subliminal de Sendero Luminoso, por mero fanatismo y odio a la Fuerza Armada, agrega a los responsables civiles de los años pretéritos al régimen de Alberto Fujimori, es decir al doctor Alan García y en menor medida al arquitecto Fernando Belaunde. Para este prisma bruciano la guerra antiterrorista no concluyó con una victoria sobre un inminente régimen polpotiano que encarnaba Abimael Guzmán, sino en un páramo de sangre y muerte donde nadie ganó en absoluto y todos perdimos, siendo los uniformados los más malos de todos los malos. De esa forma edulcora el patético papel de la izquierda marxista en su subrepticio “apoyo moral” a la secta maoísta de Sendero Luminoso y a los del MRTA o en su silencio calculado.

En consecuencia, el desarrollo del informe final de la CVR se ha convertido en un programa político y un modus vivendi de consultorías infinitas so pretexto de la defensa de los derechos humanos. Conste que nadie en su sano juicio puede negarle a los partidarios de la CVR pensar de esa forma, poner énfasis en la variable humanitaria, y menos aun activar políticamente. Es su derecho. Con seguridad que la mayoría de ellos, sobre todo los jóvenes, lo hacen en forma honesta y lo menos interesada posible, por lo que este sector merece respeto por su franqueza. Pero es inadmisible negar a otros, a quienes ponen el énfasis en la defensa de los logros de la guerra antisubversiva, sus propios pensamientos y convicciones que los lleva a no estar de acuerdo con el informe final que nos ocupa.

Eso sí es intolerancia porque es una falacia la imposición de una sola memoria. Con mayor razón si los dos actores centrales de la guerra antisubversiva –FFAA y Sendero Luminoso- cuestionan y/o detestan el referido informe. Tampoco está de acuerdo la mayoría de peruanos porque, consciente o inconscientemente, asume que muchas víctimas vivas han decidido guardar silencio. Este también es un derecho que debe ser respetado, como lo reclama el mesurado historiador Jorge Luis Valdez Morgan de la Pontificia Universidad Católica del Perú, no obstante que es partidario del museo de la memoria (ver su blog La bitácora de Hobsbawm).

Hay pues heridas frescas. Nuestros soldados aún combaten y mueren en el VRAE y en Vizcatán en los enfrentamientos con los terroristas de Sendero Luminoso y narcotraficantes. Por lo demás, ¿alguien con cinco dedos de frente puede asumir que los familiares de militares asesinados aceptarían enterrar a los suyos junto a los de Sendero Luminoso, sus asesinos, previo rollo de la “memoria histórica común” y los hermanamientos que predica la CVR? Es simplemente inconcebible, meras buenas intenciones, o una tarea para una nueva generación, cuando las heridas hayan cicatrizado y el olvido, sí, el olvido del trauma, o el bloqueo síquico, hayan hecho lo suyo. El mismo temperamento existe con seguridad en los familiares de Sendero Luminoso para con los militares.

Por todo lo dicho, es indudable tanto el uso programático cuanto una sacralización del informe de la CVR. Pobre del que se oponga al mismo porque de inmediato será satanizado como partidario de la impunidad y del “fujimontesinismo”. Y las mismas circunstancias con el desarrollo posterior del informe, primero el monumento “El ojo que llora”, de Lika Mutal, luego el museo de la memoria gestionado por los ex comisionados de la CVR encabezados por Salomón Lerner y la misma Mutal, en marzo del 2008, ante la ministra de Cooperación y Desarrollo de Alemania, Heidemarie Wieczorek-Zeul.

No olvidemos que para entonces Lerner, Mutal y su entorno ya habían formado la Asociación “Caminos de la Memoria” y en nombre de esta institución presentaron a la funcionaria germana un ambicioso proyecto para realizar un museo que albergue la muestra “Yuyanapaq” y el monumento “El Ojo que llora”.

La amnistía conversada

Estamos tratando un tema muy sensible donde se dan posiciones diversas y encontradas. Mientras para el informe de la CVR, por ejemplo, el museo de la memoria sería una forma reconciliatoria de cerrar heridas, para otros es reabrirlas. Por lo que urge reformular los alcances y recomendaciones de dicha informe, en cuya búsqueda no hay otra salida que arribar a acuerdos políticos porque es imposible que se alcancen consensos.

En ninguna parte del mundo, salvo en Sudáfrica, hubo un consenso que consistía en perdonar y amnistiar a cambio de decir la verdad sobre los crímenes del apartheid segregacionista. Se trataba, como en España, de una renuncia oficial a la venganza, condición esencial para la reconciliación y la transición ibérica que se plasmó en una amnistía general que abarcaba no sólo a los republicanos y comunistas, que se habían levantado contra el régimen de Francisco Franco, que ganó la guerra civil, sino a los culpables de crímenes cometidos por las mismas fuerzas franquistas, aunque ahora en la Madre Patria el Partido Socialista y la Izquierda Unida pretendan patear el tablero.

No hay otra salida para que el Perú, en un futuro no muy lejano, empiece a reconciliarse por la vía de una amnistía conversada, previa revisión del informe final de la CVR.

La lucha en el terreno de las ideas

Últimamente proliferan, en diversas latitudes, “foros de la memoria” que trasuntan la investigación histórica para ser meras plataformas o "espacios" de activismo político y social. Eso es lo que pasa en el Perú. No es que a los antropólogos de las “tetas asustadas” y a los revisionistas de la historia con Chile les interese per se su ciencia, y menos aun actúen por principios en favor de los pobres, de los indígenas y los desvalidos. No. Están más interesados en su activismo político y social.

De otra parte, sucede que sus partidos, otrora de izquierda marxista poderosa, reducidos a su mínima expresión, ya no tienen la fuerza de antaño en el orden actual, donde en las últimas elecciones han sacado apenas, juntos, el 1.5%. Y para recuperar ese poder hace años han trasladado su activismo y proselitismo a otras esferas, como los derechos humanos y la ecología, entre otros “espacios”, para coparlos con apoyo de su prensa adicta y sus intelectuales, en esa búsqueda fanática de suplantar la “memoria oficial” por su “memoria popular” o de la “sociedad civil”, meta acariciada en la que avanzan raudos con un antimilitarismo sin precedentes, que en estos tiempos es “políticamente correcto”, ante la incapacidad y el complejo de inferioridad de la derecha, de la misma socialdemocracia desorientada (léase Apra), del socialcristianismo y del conservadurismo moderno para dar una lucha consistente en el terreno de las ideas y los programas.

Esa incapacidad se ha visto en una candidata presidencial del Partido Popular Cristiano, Lourdes Flores Nano, quien aupada al informe de la CVR acepta una salida engorrosa, propuesta por el alcalde de San Miguel, don Salvador Heresi, que plantea implementar un museo de la memoria supuestamente equilibrado, donde se invite a la Fuerza Armada. Con seguridad que eso por ahora es inviable, porque si aun no están juntos, menos aceptarán estar revueltos.

Uso político del museo

Además, como ha escrito el historiador Luis Salcedo Okuma, de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, la palabra “museo” genera expectativas y suspicacias. Erigir un museo es hacer física una forma de recordar. La pregunta que surge es “¿cuál(es) memoria(s) dictaminará(n) la línea del museo?”.

Y en el caso de la experiencia argentina, la memoria oficial no se entiende como una búsqueda de reconciliación sino todo lo contrario: “Ni olvido, ni perdón” es la arenga, por la brutalidad de la última dictadura militar, afirma Salcedo Okuma.

“Sin embargo detrás de esa justa reivindicación de memoria se esconde un uso político innegable. Los museos, espacios donde la memoria se hace visible, muy visible, son esencialmente políticos. Es pues lo más correcto que sean plurales y democráticos, aunque a veces las posiciones de memoria sean irreconciliables”. (Blog La Bitácora de Hobsbawm).

Como este es un debate mundial, ligado al tema de las comisiones de la verdad, el español Gustavo Bueno ha dado en el blanco al afirmar que "(...) la memoria histórica sólo puede aproximarse a la imparcialidad cuando deje de ser memoria y se convierta simplemente en historia". (4).

Si acaso los partidarios de la “memoria histórica común” quieren museos de la memoria a su imagen y semejanza, son libres de hacerlo, pues tienen recursos y donaciones provenientes de las conciencias culposas de Occidente. Pero no pueden presionar a más de medio Perú a seguirlos en su aventura. ¿A mérito de qué pretenden obligar a los contribuyentes a solventar un museo de la memoria bajo los parámetros de la CVR, toda vez que el eventual apoyo alemán será limitado y se acabaría en poco tiempo?

Es más, deben tener bien en claro que para la mayoría de peruanos es inconcebible que los terroristas violadores de los derechos humanos, no contentos con reclamar elevadas indemnizaciones para los suyos en la Corte de San José, los estemos homenajeando en museos con dinero de los contribuyentes.

Los partidarios de la CVR deben entender de una buena vez que su memoria no es nuestra memoria. Porque mi memoria, que se supone subjetiva, no tiene por qué coincidir con la de un asesino senderista o un caviar que se lamenta día y noche del "conflicto armado interno", a sabiendas que en esos años muchos eran cómplices ideológicos y/o sufrían graves cargos de conciencia porque Sendero Luminoso y el MRTA llevaban a la práctica, poniendo el pecho, lo que aquellos también habían predicado por décadas: la lucha armada contra el Estado burgués y el imperialismo para la toma del poder y la socialización de los medios de producción.

Dicho de otra forma, como el museo va a tener un uso político, porque alguna línea tendrá la administración, a futuro lo mejor sería que cada posición tenga la libertad de hacer o no su museo para plasmar su “memoria” singular, pero con su plata. Los senderistas arrepentidos y los que en algún momento se reincorporen a la vida política, que hagan el suyo para que no nos saquen en cara que no tuvieron la oportunidad de honrar a sus muertos. Los caviares también, donde su lema hipotético sería la expiación de las culpas nacionales y mundiales y allí, entre sollozos, que debatan día y noche sus caviaradas y “tetas asustadas”. Si los partidarios de la Fuerza Armada quieren hacer su museo, adelante. La única condición para todos sería el respeto a la legalidad y evitar difamaciones de lesa historia.

Renuncia a la venganza

Pero hay que advertir que la salida no es esa, porque no es con museos que la sociedad peruana se va a reconciliar, sino con la amnistía general de todos los presos políticos y el fin de la persecución a los uniformados, salvo tal vez casos emblemáticos de probada acción criminal. Esto implica, reitero, una revisión del informe final de la CVR y una renuncia oficial a todo tipo de venganza. Porque este sentimiento primario, la venganza, está en la base de este juego maniqueo para unos y macabro para otros. Alguien con mucha agudeza ya dijo que tal vez monumentos sobran en el Perú. Y la construcción de nuevos museos no cambiará nuestra realidad.

Finalmente que los defensores más pulidos de la CVR y del museo de la memoria no nos vengan con que estamos cayendo en una posición “negacionista” y ocultadora de la existencia del “conflicto armado interno”. Todo lo contrario porque lo seguimos viviendo en el VRAE, en Vizcatán y en el Alto Huallaga. Lo que sucede es que recién empezamos a desentrañar el nuevo fundamentalismo que implementa la “memoria popular” y nos damos cuenta que todo ello proviene de una moda historiográfica francesa de tercera generación de la Escuela de los Annales: nos referimos a la Nueva Historia o Nouvelle Histoire liderada por los marginales Pierre Nora y Jacques Le Goff. Hasta en esto están atrasados porque ese snob intelectual ya está en su cuarta generación con Roger Chartier.


(*) Esta reflexión nada tiene que ver con el meritorio filme, su directora Claudia Llosa y sus artistas, porque el tema del arte tiene otra dinámica y otros juicios de valor.
(1) Ver entrevista de Paola Ugaz a Kimberly Theidon en el portal de Terra o en el blog Reportaje al Perú.
(2) http://www.idl.org.pe/idlrev/revistas/145/pag16.htm
(**) Los interesados pueden leer su nota en http://groups.yahoo.com/group/MacroPeru/message/5312…
(3) http://www.solidaridad.net/vernoticia.asp?noticia=1351
(4) Gustavo Bueno: Sobre el concepto de «memoria histórica común». Intervención en la presentación del libro De Bilbao a Oviedo pasando por el penal de Burgos (Pentalfa 2002), memorias políticas de José María Laso.