(Por Facundo Gari).- “El trabajo cultural puede transformar la sociedad”. Adhemar Bianchi, director del grupo comunitario de teatro Catalinas Sur, insiste en ello desde que baja de su mountain bike amarilla con la que arriba al Teatro de La Ribera, en La Boca, y durante más de una hora de charla mañanera con Agencia NAN.
Tal vez se lo repita a sus compañeros, al pasar pero constante, en los ensayos. O mientras cosen botones a las mangas de algún frac apolillado -de un bisabuelo que rajó de la Primera Guerra y se vino a construir el sueño europeo en América- para resignificarlo en “vestuario” de Venimos de muy lejos, una de las tantas obras con las que el grupo celebrará sus 25 años hasta que haya que arrancar la última hoja del calendario 2009. La cola “muy lejos” le sirve a Adhemar de anzuelo para pescar, del mar de los recuerdos, su historia: que nació en Montevideo en 1945, que desde pequeño estuvo vinculado al teatro porque su madre era actriz, que en su pubertad ya era “hombre de luces” en algún equipo técnico oriental y que vino a Argentina cuando en Uruguay se produjo el golpe de 1973. “Trabajaba en la Administración Nacional de Puertos y algunos de los que estuvimos en la huelga general contra el golpe nos tuvimos que ir”, reseña sin nostalgia, curtido.
Ya en esta orilla, en el barrio porteño de Catalinas, en 1984 recibió una oferta para hacer un taller de teatro en la cooperativa de la Escuela 8 Carlos Della Pena, donde estudiaban sus dos hijas. El uruguayo subió la apuesta: “Hagamos un proyecto con los vecinos y en la plaza”, propuso. Así nació Catalinas Sur. Primero con 15, luego con 30, al poco tiempo con 70 y ahora, un cuarto de siglo después, con más de 300 personas participando en los espacios de teatro, circo, música y títeres. Ninguno de ellos cobra un peso, ni por vedetismo ni por anchura curricular; y todos hacen de todo, desde el vestuario hasta el libreto, algunos un poco más, por experiencia acumulada, otros un poco menos, pero sin clausura.
Varios de los que cuando empezaron eran purretes, ahora son coordinadores de grupos. Otros varios que alguna vez fueron parte de Catalinas Sur hoy son creadores o miembros de otros proyectos, en los que también subyacen los valores que sostienen estas (ni pequeñas ni medianas sino) grandes empresas: “La solidaridad, la creatividad y la recuperación del espacio público”, dicta Adhemar, con sus 63 a cuestas, mientras el cronista toma nota.
Anotaciones 1: Del exilio propio a la independencia apropiada
– ¿En Uruguay participó en experiencias similares a la que después realizó con Catalinas Sur?
– En 1980, cuando pude volver a mi país, tuve una experiencia en la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay (AEBU). Tenían un local muy grande, con gimnasio y pileta, abierto al barrio. Y como forma de resistir las rupturas que provocaba la dictadura, todos los años organizaban “Los juegos de AEBU”. Se hacían deportes, se jugaba ajedrez y muchos otros juegos. También se propuso hacer competencias de shows musicales y teatrales. ¿Quiénes participaban? Los afiliados, la gente de la cantina, los vecinos, los profesores de educación física que trabajaban en el lugar y los empleados de la asociación. Era una forma de mantener una cohesión, de hacer cosas creativas con la gente en un momento muy duro. Ahí me di cuenta de la potencialidad de trabajar con personas que no son actores pero tienen muchas ganas y saberes que hacen un producto creativo.
– Y cuando regresó le ofrecieron hacer un taller de teatro que le vino como anillo al dedo…
– La cooperadora de la escuela Pena era una mutual en Catalinas, un barrio compuesto por monoblocks con una plaza en el medio que funciona como el patio de un conventillo, en el mejor sentido, en el de la vida comunitaria. Allí, la mutual armaba partidos de fútbol, hacía bienales de arte, traía pinturas, armaba shows. Era una mutual muy integrada al barrio, dirigida por los propios padres de los pibes de la escuela. En un momento, durante el último gobierno militar argentino, el intendente Cacciatore entendió que no le convenía que en las escuelas hubiera organismos autogestivos y que no fueran de apoyo a la gestión. Obviamente, la mutual fue expulsada de la escuela, pero se siguió trabajando en el barrio con compras comunitarias y las actividades que ya se hacían. Había un taller de teatro que dictaba una profesora, pero que funcionaba como uno de los tallercitos más del tallerismo que existe en esta ciudad en la que, en los tiempos libres, todo el mundo se anota en uno. Eran talleres sin un planteo comunitario ni proyección. Cuando propuse trabajar en la plaza Islas Malvinas, aunque algunos se asustaron, aceptaron. Y así nacimos, festejando el 9 de julio de 1984.
Anotaciones 2: “No somos todos iguales, pero tenemos los mismos derechos”.
– ¿Cómo se sustentó Catalinas al comienzo?
– En los primeros años, con choriceadas que se hacían en la plaza y pasando la gorra, sumado a una pequeña cuota que pagábamos los integrantes. Teníamos un local chiquito que nos habían prestado para guardar cosas y trabajábamos en la plaza. De repente, se arrimaba algún plástico y nos regalaba un cuadro con el que hacíamos una rifa. De esa forma, comprábamos los materiales para hacer las escenografías y los vestuarios. La mano de obra, al igual que hoy, era propia.
– ¿Qué requisitos hay que cumplir para participar en el grupo?
– Ninguno. Lo único es querer integrarse, pero siempre sabiendo que se trata de un proyecto de identidad barrial. Tanto desde el punto de vista temático como del de ensayos y trabajo institucional, somos un grupo de La Boca.
– De los casi 300 integrantes actuales, ¿cómo seleccionan a los que van a formar parte de determinada obra?
– No se selecciona, se abre y todos los que quieran participan. El tiempo le va dando a la gente la experiencia para tomar desafíos actorales más importantes, pero siempre se trabaja en el lineamiento de cuál es tu gracia, aprovechando lo que el vecino trae, no imponiéndole. Se intenta combinar lo grupal, sin protagónicos importantes. Por eso siempre son obras con muchos personajes.
– ¿Los mismos que actúan son además vestuaristas, iluminadores, coreógrafos y libretistas?
– Sí, pero una cosa fue el grupo cuando empezó y otra es a los 25 años. Ahora tenemos dos personas que diseñan vestuario, que son integrantes del grupo: una que se hizo con nosotros y otra que vino formada. Los más experimentados son aprovechados en la coordinación. Cuando necesitamos una técnica, traemos un maestro. Seguimos haciendo todo juntos, pero cuando necesitamos alguien de afuera, lo llamamos y queda en el grupo, al menos por un tiempo. Incluso, puede llegar a integrarse definitivamente. Y ahí pasa a hacer lo mismo que el resto, en la categoría de vecino, no en la de actor. Al principio no aceptábamos actores, pero nos dimos cuenta de que era discriminante porque también son vecinos. Y los integramos, pero no hacen ni más ni menos que los demás.
– ¿Cómo es la pedagogía de Catalinas Sur?
– Nosotros hacemos un trabajo en el que juego teatral, creación colectiva e improvisación son fundamentales. Y, básicamente, el canto comunitario. En nuestro taller de inclusión, que toman los ingresantes, empezamos con juegos y seminarios para traspasar técnicas. Cada uno se va interesando en títeres o en circo, por ejemplo. Invitamos a los recién llegados a ver las improvisaciones y se van aprendiendo las canciones de las obras que ya se están haciendo. Lo que enseñamos sería tragedia o comedia, casi nunca drama psicológico. Pero, en realidad, no le ponemos títulos, porque utilizamos los elementos necesarios para ayudar a la gente a hacer realidad su idea y que sea una creación colectiva. En Venimos de muy lejos nos preguntamos sobre nuestro origen. Y de los cuentos que cada uno aportó nació la obra, la historia de nuestras familias.
– ¿Qué enseñanza, al margen de lo teatral, cree que brinda Catalinas Sur a sus integrantes?
– Creo que esto abre cabezas y afectos, ayuda a ser mejor persona. El “todos somos iguales” significa que todos tenemos los mismos derechos, porque en realidad no somos todos iguales. Hay gente que tiene más tiempo o facilidades. Un pibe se puede subir a un trapecio y un veterano no, pero el viejo recuerda canciones que el otro ni loco. No somos iguales, pero podemos combinarnos. Creo que esa es una práctica que funciona. Mucha gente se fue del grupo y ha intentado multiplicar esta mecánica. El Choque Urbano nació en el grupo. Cada año voy a España a dar talleres con una compatriota y compañera, y el que hace la parte musical es hijo de un integrante del grupo y fundador de los Katurga, un grupo de percusión de los 70s. Y con la misma mecánica con la que trabajamos en Catalinas, ya creó diez grupos de percusión allá. De todas formas, con los que se van a otros proyectos, mantenemos el contacto y el lazo afectivo.
Anotaciones 3: Sobre la fertilidad de los barrios
– En ese sentido, algunos autores señalan que de Catalinas nació el resto de las agrupaciones de teatro comunitario. ¿Es así?
– Lo de la semilla suena pretencioso. El grupo ayudó a crear marcos para que nacieran las cosas que tenían que nacer. Donde no existen tipos que tiren para adelante y un grupo interesado, no puede haber Catalinas, ni enseñanza, ni centro cultural, ni un carajo. Eso nace de la gente. En todo caso, lo que hacemos es darle una mano al grupo hermano que recién empieza, pero cada cual es autónomo. Nos juntamos cada mes en la Red Nacional de Teatros Comunitarios. Sí, somos los más viejos, los que comenzamos y entusiasmamos a otros cuando llevamos nuestras obras a otros barrios, pero nada más.
– ¿Qué momentos históricos fueron bisagra para Catalinas Sur?
– El primero fue en 1984, cuando se formó el Movimiento de Teatro Popular, que integramos junto con alrededor de diez grupos de teatro comunitario: Arco Iris, el Grupo Dorrego, Agrupación La Tristeza, Kalandraca, La Runfla y otros. Terminada la dictadura, la sociedad necesitaba expresarse. Lo comunitario y la recuperación del espacio público son necesarios para toda sociedad que viene de una época de opresión. Y la segunda bisagra importante fue 2001, porque surgió la necesidad de participar y recrear los lazos solidarios. Por un lado fue un boom de grupos de teatro comunitario que se armaron en los barrios por la necesidad de protagonismo, de hacer cosas de la gente, de volver a participar. Por el otro, perdimos un montón de integrantes que se fueron. En las asambleas barriales, los vecinos se conocieron y se dieron cuenta de que lo que estaban haciendo era circunstancial, pero que había una construcción para hacer en cada barrio, que era la recuperación del territorio como lugar de creación, de seguridad. Porque lo único que da seguridad es que la gente esté en la calle haciendo cosas, no más policía, más represión o pena de muerte. Se necesita un lugar de expresión.
Anotaciones 4: Una de cal y una de arena
– ¿Qué situaciones difíciles atravesó y sigue atravesando el grupo?
– Atravesamos situaciones difíciles cada vez que hay cambio de funcionarios, por los acuerdos que tenemos. El que viene, muchas veces no sabe quiénes somos, y el que se fue, no le dijo. Entonces, tenés que explicar todo de vuelta y existen los tiempos burocráticos. En fin, los problemas de cualquier persona en un país donde la cultura tiene uno de los presupuestos más bajos.
– ¿Y de las lindas?
– Cuando estrenamos un espectáculo en la plaza, ver cómo se emociona la gente, lo que pasa con el público. O cuando salimos a la calle, de gira y el grupo arma un picnic en algún lugar lindo. O ver a los que eran niños cuando empezamos, hoy coordinando grupos. Mirás a esos pibes y decís: “¡Puta!”.
– ¿Sueños en el tintero?
– Dos. Uno: la carpa, para poder trasladarnos a todos lados. El otro, una idea muy loca que se me ocurrió al principio y que todavía no me saco de la cabeza: un barco para hacer algo en el Riachuelo.
– Pero este año lo van a dedicar al festejo de los 25 años...
– Sí, con amigos como Cero Bola, La Mojigata, Los Macocos y muchos grupos más. En el Teatro de La Ribera hasta abril y para mayo veremos qué sala conseguimos hasta julio, cuando volvamos a El Galpón, nuestro espacio.
Nota publicada en http://agencianan.blogspot.com/
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