«Robot killer big dog» (el robot asesino Perro Grande) nuevos proyectos militares estadounidenses que buscan lograr una infanteria compuesta de robots.
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Los «Jasones»: el compromiso de los científicos estadounidenses con el desarrollo de proyectos tecnológicos de vanguardia del lobby militaro-industrial imperial

En 1971 aparecieron en la prensa de EEUU los textos llamados Los Papeles del Pentágono, los cuales eran revelados por Daniel Ellsberg, un antiguo analista de la Rand Corporation [el lobby militar del Pentágono], por esa época también fue publicado el libro La historia secreta de la ciencia en la Guerra Fría de la autora Ann Finkbeiner.

Mientras que el primero ponía al descubierto las maquinaciones del gobierno de EEUU en la época de la guerra del Vietnam. El segundo la existencia de un equipo secreto de científicos que colaboraron –con varias administraciones gubernamentales de turno en Washington.
Este grupo era conocido bajo la apelación del grupo «Jasón» o «los Jasones».
El origen de este nombre viene de la mitología griega, es la historia de Jasón y los Argonautas y la búsqueda del vellocino de oro, objeto que les daría victoria y gloria. Pero respecto a nuestros científicos identificados con el proyecto del Pentágono nada los liga con los trovadores de la leyenda griega ni con el verdadero Jasón, el descubridor de esta piel de carnero de oro pendiendo de la rama de un árbol en Dodona, en el sitio denominado Hiperbórea en el Polo Norte.

«Jasones» era pues la existencia de un equipo secreto de científicos colaboradores de ciertos poderes y como lo comenta el profesor catalán en matemáticas, Salvador López Arnal, gracias a este libro nos enteramos de que hace ya 37 años, en 1971, «los Jasones» representaba un neto compromiso político de un grupo de científicos que incluía las primeras plumas del ámbito de las ciencias físicas y biológicas, incluso algunos de ellos Premios Nóbel de su disciplina.
«Los Jasones» son entonces científicos de punta del mundo académico norteamericano que, al mismo tiempo, asesoran nada más ni nada menos que al Departamento de Defensa. Si después de esto, alguien teoriza en torno a la separación radical entre ciencia y política en la sociedad contemporánea, les recomendaríamos sosiego y estudio.

Pero no hay duda que vale la pena reparar en su contenido y los propósitos de su autora, Ann Finkbeiner, escritora, redactora científica y directora del programa de posgrado en redacción científica de la Universidad Johns Hopkins (EEUU). Ann Finkbeiner cuando escribe demuestra su admiración a muchos de los componentes del grupo «JASÓN». En su artículo ella cita nombres [de los científicos]:

«...Freeman Dyson sigue peinando su cabello (de color gris, aunque aún mantiene un cierto tono moreno) a lo duque de Windsor...»
(p. 271));
Pero es cuanto menos sesgada la información que usa, basada en una parte no desdeñable en las declaraciones de los propios «jasones», algunos de los cuales, curiosamente, han objetado que su nombre aparezca públicamente.
Este libro tiene una introducción y nueve capítulos que llevan los siguientes nombres:

Las bombas;
Nace Jasón;
Los años de gloria;
Héroes; Villanos;
Cambios;
Correspondencias;
Cuellos azules,
Cuellos blancos,
¿Quo vadis Jasón?
Y un epílogo, más las fuentes y un útil índice analítico y nominal.

Ann Finkbeiner, Los jasones. La historia secreta de los científicos de la guerra fría. Paidos, Barcelona, 2007, 295 páginas (traducción de Albino Santos Mosquera). Nota: una versión de esta reseña apareció en la revista El Viejo topo, abril de 2008.

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Vale la pena nombrar algunos de los grandes científicos que han colaborado en «Jason»: Eugene Wigner, Charles Townes, Hans Bethe, Luis Álvarez, Murray Gell-Mann, Steven Weinberg, Val Fitch, Leon Lederman, y Henry Kendall. Obtuvieron el premio Nóbel en 1963, 1964, 1967, 1969, 1970, 1980, 1988 y 1990 respectivamente. Cuatro miembros más, que la autora no cita por su nombre, miembros durante un período breve de «Jasón», también alcanzaron el premio. La relación señala un punto esencial del grupo: su independencia...

Steven Weinberg, por ejemplo, abandonó «Jasón» a principios de la década de 1970 tras los estudios que se realizaron sobre Vietnam en estado de guerra. No sabía si lo que hacía servía para algo positivo ha declarado, sin especificar por otra parte qué entendía por positivo y, además, tenía ganas de escribir libros tan excelentes como “Los tres primeros minutos del universo”. Empero, a finales de la década de los ochenta, Weinberg volvió a Jason como asesor senior.

Eduard Frieman, uno de los jasones que había trabajado con armas nucleares, declaró en una entrevista de 2002 que en su opinión todo había ido bien en el grupo hasta el asunto de Vietnam, "que provocó un tremendo desbarajuste interno en Jason". ¿Jasón y Vietnam? ¿Qué es eso? Un breve relato de lo ocurrido sería el siguiente (No es el guión de alguna película de terror en ciernes).

En 1964, en La Jolla, William Nierenberg, un físico que había colaborado en el proyecto Manhattan y que se había unido a Jason en 1962, dirigió un estudio sobre Vietnam probablemente centrado en los métodos de la guerra de guerrillas de los combatientes vietnamitas. Aquel verano fue un verano de nuevas ideas y de charlas informativas, algunas de las cuales estuvieron promovidas por el gran físico Muray Gell-Mann, el inventor de los quarks. Algunas de ellas, en opinión del propio Nierenberg, repugnantes y estúpidas. Elaboraron dos informes: "Visión nocturna para contrainsurgentes" y "Documento de trabajo sobre guerra interna"

La posición política de la autora queda reflejada en los compases finales de su estudio. […] En materia de política científica, confiaría ciegamente en ellos. "Me fiaría de los jasones porque me darían su criterio científico honesto aunque éste implicase políticas que entrasen en contradicción directa con el fervor pro - tratados climáticos, anti-defensa antimisiles o pro-prohibiciones de pruebas nucleares de muchos de ellos".

Pero también en las comunidades científicas hay voces críticas que se niegan a arrodillarse y a seguir sendas cientificistas de disparate político y social. Charles Schwartz fue nombrado profesor titular de Berkeley y a partir de 1970 empezó a exigir a sus alumnos la firma de una promesa hipocrática por el que se comprometían a no utilizar la física que él les enseñara para hacer daño a alguien. Tuvo que desistir. El departamento de una Universidad puntera, no una institución gubernamental ni una corporación armamentística, le amenazó con retirarle la plaza.

Schwartz dejó de enseñar física. Creía que no hacía más que suministrar carne fresca y cultivada a los contratistas de defensa. Empezó a impartir asignaturas sobre la relación entre la ciencia, el gobierno y la sociedad. Dejó de recibir incentivos y aumentos de sueldo porque casi no se dedicaba a la investigación científica. Se convirtió en un activista.
En 1987, declaro a la Radio Pública Nacional que aunque los jasones presumen de decirles a los generales cuándo no funcionan sus armas, en realidad sólo sirven para hacer que el Pentágono sea más eficiente (Puede verse su opúsculo Science Against the People: The Story of Jasón –La ciencia contra el pueblo: la historia de Jasón- en la red).

Non serviam: ésta es la norma ética esencial de Charles Schwartz, el principio que acompañaba y acompaña a su compromiso ético y científico: la búsqueda de verdades que no estuvieran al servicio de los destructores y dominadores privilegiados de la Tierra. No todos los jasones compartían ni comparten su punto de vista.

El caso de agro-jasones analizado por Armas contra la guerra Alfredo Embid, el respetable médico español encargado de la edición de Armas contra la guerra, a quien el mundo tanto debe, y para quien no parece haber secreto alguno que pueda ser ocultado en los sótanos de la inteligencia anglosajona, publicó en diciembre de 2008 uno de sus siempre esperados boletines. El que se titula El hongo asesino del trigo beneficia a las multinacionales de los OMG es particularmente interesante desde el punto de vista del ejercicio de la ciencia puesta al servicio de la manipulación genética y del hambre como mecanismo de control social de la periferia del planeta. Veamos ese vivo ejemplo.

El hongo Ug99

La alarma sobre la propagación del hongo Ug99 es utilizada por Monsanto y otras empresas de la agroindustria transgénetica como argumento para conseguir que se cancele la actual prohibición de los Organismos Modificados Genéticamente y conseguir la propagación de ciertos OMG patentados, supuestamente resistentes al hongo Ug99.

Ese hongo es conocido desde 1999 con esa denominación, y ha sido singularizado por la ciencia genética por su particularidad de que mata el trigo, y porque en su contra aparentemente no existe el pesticida eficaz. El Ug99 ya se ha extendido a Pakistán desde África de acuerdo a los informes en la revista británica New Scientist.

Las primeras cepas de Ug99 se encontraron en 1999 en Uganda, de donde siguió su propagación en Kenia en 2001, a Etiopía en 2003 y al Yemen en 2007. Ahora se ha encontrado curiosamente en Irán y puede alcanzar, a través de Pakistán, a la India y China. No deja de ser curioso que el hongo se haya localizado precisamente en Irán, que es el primer país en la agenda de intervenciones militares estadounidenses y que según los expertos se dirija a China que es uno de los países enemigos a largo plazo, como lo reconoce el Proyecto para una nueva centuria americana, Project for the New American Century (PNAC), del Hudson Institute de Washington, y el American Enterprise Institute for Public Policy Research (1).

Como siempre es necesario hacerse la pregunta clave: ¿quién gana con la propagación del hongo?

Engdahl William y Norman Borlaug

El periodista independiente, economista e historiador William Engdahl señala que una de las consecuencias de la propagación del Ug99 es ya evidente. Un incremento de la campaña de las multinacionales como Monsanto Corporation y otros grandes productores de semillas de plantas genéticamente manipuladas para promover mayor introducción de variedades de trigo OMG supuestamente será resistente a los hongos Ug99.Se ha informado de que biólogos de Monsanto y en los diversos laboratorios OMG de todo el mundo, el centro de México, CIMMYT y el ICARDA en Kenya, están trabajando para patentar esas cepas.

A la cabeza de ellos está Norman Borlaug, de la Fundación Rockefeller, el agrónomo a cargo de la Revolución Verde. También trabaja el USDA del Servicio de Investigación Agrícola (ARS), la misma agencia que creó con Monsanto la criminal tecnología de semillas Terminator.
Recuérdese que en la década de los cincuentas, la Fundación Rockefeller introdujo la denominada Revolución Verde que, entre otros, tuvo como resultado una reducción de las variedades de trigo que pudiera resistir este nuevo brote de hongos.

En 1946 Nelson Rockefeller y Henry Wallace, antiguo secretario de agricultura y fundador de la compañía Pioneer Hi-Bred Seed sentaron en México las bases de la Revolución Verde con el pretendido propósito de acabar con el hambre. Lo que en opinión del doctor Alfredo Embid el objetivo real era desarrollar una industria agro-alimenticia mundializada dependiente de la industria petroquímica y de las inversiones financieras. Sectores bien manejados por los Rockefeller, lo que facilitó la monopolización agrícola en cada vez menos manos. El resultado era previsible: la revolución agronómica, que al mismo tiempo que aumentaban las desigualdades entre ricos y pobres, lejos de acabar con el hambre contribuyó a extenderla. El aumento del hambre y la desnutrición naturalmente produjeron un aumento de la mortalidad.

Cita Embid el libro Las semillas de la destrucción, y William Engdahl, investigador asociado del Centro de Investigaciones sobre la Globalización de Canadá, documenta extensamente el papel de Borlaug, que obtuvo el Premio Nobel, y la Fundación Rockefeller en la promoción de las patentes sobre semillas de los alimentos para reducir la población mundial.

La noticia de la propagación del hongo beneficia a las multinacionales de EU en su estrategia de extender los OGM. La consecuencia de la propagación efectiva del hongo será producir más hambre aun, dice el doctor Alfredo Embid, y una reducción de la población que es el objetivo de los poderosos desde hace décadas.

Los estragos y la desmoralización causados por este pillaje y los que están aún en periodo de experimentación han llegado acompañados por la incitación al fraude resultante de la inusitada expansión del crédito caro y especulativo. Esto tiene que producir los efectos perversos que las empresas transnacionales y el crimen organizado, provistos cartas de naturalidad para sobrevivir a la crisis, necesitan para permanecer en el escenario.