(Por Gladys Quiroga y Nicolás Doljanín).- La mañana del domingo 19 de abril pasado, después de un largo combate contra la tristeza, el cuerpo le dijo basta a Miriam Borgonovo.
“La Borgo”, como la conocíamos en la UTPBA, donde desarrolló tareas de investigación durante los años monstruosos de la depredación neoliberal, era socióloga, una gran trabajadora sin tiempos muertos para la lucha y la amistad y una eximia bailarina de Tango.
La sensibilidad que la unía a los versos del Flaco Spinetta iba de la mano de una lealtad incondicional a las enseñanzas que, como estudiante joven durante el alfonsinismo, había encontrado en los textos de Milcíades Peña para situar sus compromisos militantes con la vida.
Hija de una pareja de profesores socialistas, retomó la enseñanza en el Gran Buenos Aires y la militancia docente, conservando intacto el culto al compañerismo, el entusiasmo y la humildad que siempre le admiraron todos los que tuvieron el privilegio de conocerla.
Quería tener muchos hijos, alcanzó a tener dos hijas, pero los alumnos de la Escuela Pública de Francisco Alvarez, partido de Moreno, quedan en posesión del mejor de los legados de Miriam Borgonovo.
Esa escuela cuenta desde hace un año con un nombre elegido democráticamente dentro de la comunidad educativa: Madres de Plaza de Mayo.
“Dejo mi granito de arena”, dijo Miriam.
Y así se queda entre nosotros: siempre joven y siempre humilde.
Como un nomeolvides, quedándose hasta el alba.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter