Más de 20 mil delegados de 180 países participaron entre el 16 y el 22 de marzo pasado en Estambul, Turquía, en el 5° Foro Mundial del Agua. El encuentro fue convocado por el Consejo Mundial del Agua, en el que organismos internacionales –entre ellos el Banco Mundial– y grandes empresas multinacionales del rubro tienen un peso determinante.
El Foro fue la continuidad del realizado en México en 2006, sin que las conclusiones actuales implicaran cambios sustantivos a los resultados, ya pálidos, del evento llevado a cabo en la capital azteca.
En paralelo, en la misma capital turca, un Foro Alternativo reiteró la posición de numerosas organizaciones y redes de la sociedad civil mundial que luchan para que el acceso al agua sea reconocido como un derecho humano esencial.
El foro oficial de Turquía se contentó con reconocer al agua como “necesidad”, concepto que no satisface las exigencias de las redes mundiales. La ONU estima que la población mundial superará, en 2050, los 9.000 millones de personas. A ese ritmo, la demanda de agua se incrementaría hasta alcanzar los 64.000 millones de metros cúbicos al año, profundizando de este modo la actual crisis del recurso. La agricultura consume el 70% del agua disponible, la industria el 20%, y el 10% restante se destina a necesidades domésticas. Para la mayoría de los países reunidos en Estambul, la situación no amerita más que un llamado a la “cooperación internacional”, sin efectos concretos en lo inmediato. Sin embargo, se levantaron voces discordantes en el evento oficial. Un grupo de naciones suscribió una declaración de disidencia que coincide con el concepto esencial defendido por las principales redes sociales mundiales activas en el foro alternativo. La rubricaron 10 naciones latinoamericanas: Bolivia, Venezuela, Cuba, Ecuador, Chile, Panamá, Honduras, Paraguay, Uruguay y Guatemala, junto con otras 14 de Europa (Suiza), África (Benin, Camerún, Chad, Etiopía, Marruecos, Namibia, Niger, Nigeria, Senegal y Sudáfrica) y Asia (Bangladesh, Emiratos Árabes Unidos y Sri Lanka). Solicitaron al conjunto de naciones que, en adelante, los debates sobre el agua se realicen en el marco de las Naciones Unidas, respetando principios democráticos, participativos y de inclusión social.
Algunos representantes latinoamericanos insinuaron que un próximo paso imprescindible sería la convocatoria de un foro iberoamericano del agua, donde participen los gobiernos y representantes de movimientos sociales del continente.
En tanto, en el foro alternativo, otro tema ocupó un lugar primordial. La constatación de que la falta de acceso al agua genera ya en casi todas las regiones del planeta diferentes tipos de confrontaciones. Reiterando una tesis preocupante: las guerras del futuro serán cada vez más por el control del agua.
“La conflictividad en el planeta a causa del agua tiende a agravarse con los actuales cambios climáticos”, señala Rosemarie Bär, una de las responsables de la Coordinación Suiza “El agua como bien público”. Bär anticipa señales alarmantes. El África subsahariana sufrirá una disminución del 20% de su disponibilidad de agua de aquí al fin del siglo. Y a nivel planetario, cerca de 70 importantes ríos están amenazados de secarse por los cambios climáticos y el exceso de consumo. Con esta perspectiva, los conflictos violentos en torno a este recurso vital seguirán aumentando.
El “drama” del agua
El escenario ya es preocupante: 1.200 millones de personas en el planeta no cuentan con agua potable y 4.000 niños menores de 5 años mueren diariamente a causa de dicha situación. Y para peor, el modelo predominante, según la activista helvética, produce víctimas y cifras escalofriantes. La producción de un litro de bioetanol (combustible vehicular) necesita cerca de 5.000 litros de agua. Un tomate de Marruecos, que será luego exportado, necesita 13 litros virtuales de agua. Mientras que la producción de un vaso de jugo de naranja demanda 170 litros de agua, y una camiseta de algodón necesita 20.000 litros.
“El acceso al agua es un derecho humano fundamental. De su aplicación dependen prácticamente todos los otros derechos humanos esenciales”, enfatiza ante Acción Bruno Riesen, responsable de campañas de Amnistía Internacional (AI) en Suiza y representante de su organización en el último Foro Social Mundial realizado en enero pasado en Belém, Brasil.
Y si bien se tiende a hablar constantemente de la crisis financiera, de la inestabilidad bancaria, de los graves problemas climáticos, “muchos olvidan que una parte esencial de los grandes problemas del futuro está ligada con el agua”, destaca.
En caso de persistir la actual tendencia, subraya el representante de AI, las previsiones son alarmantes. “Dos tercios de la población mundial, es decir más de 3.500 millones de personas, no contará con agua potable en 2025”.
La lógica predominante en la actualidad, explica Riesen, implica el desperdicio del vital líquido, el crecimiento desmedido del consumo de una parte pequeña de la población planetaria –en detrimento de la mayoría–, así como una producción agropecuaria que acapara el 70% del consumo del agua a nivel planetario.
“Con el agravante que dicha producción está encaminada, por ejemplo, a los agrocarburantes. Es decir a irrigar plantíos destinados luego a abastecer de combustible los vehículos de la población del norte”, denuncia.
Responsabilidad de la ONU
Concepto marco con el que coincide la abogada portuguesa Catarina de Albuquerque, experta independiente sobre el agua potable del Consejo de los Derechos del Hombre de las Naciones Unidas.
El no respeto a ese derecho fundamental, «implícitamente reconocido por las Naciones Unidas cuando reconoce el derecho a mejorar las condiciones de vida», anticipa el riesgo de nuevos y mayores conflictos, señala Albuquerque.
Confrontaciones que «buscan controlar las fuentes de agua, o que conciben a éstas como instrumentos o blancos militares, bajo el pretexto de ser blanco de objetivos terroristas o incluso como medio de presión y chantaje entre naciones», explica.
De ahí que la resolución de los problemas del agua, “está ligada con una verdadera voluntad política de los diferentes actores y Estados”, enfatiza Albuquerque.
También surge la responsabilidad y la importancia del sistema de “las Naciones Unidas, que con su diversidad de Estados miembros, de propuestas y actores, de preocupaciones en la diversidad, constituyen un verdadero milagro” y un marco esencial para resolver los problemas mundiales, entre ellos, el del agua, concluye.
“En la propuesta de su declaración final del 5° Foro de Estambul no encontré referencias explícitas al agua como derecho humano fundamental”, analiza Albuquerque, quien por tal razón decidió no participar en dicho evento.
“Somos bastante escépticos de lo que salga de ese Foro controlado por las transnacionales del agua”, enfatiza el pastor Alberto Rieger, responsable de la Organización Oeme (Ecumenismo, Misión, Cooperación al desarrollo), de las iglesias cristianas helvéticas.
En esos foros, “la sociedad civil internacional no es tenida realmente en cuenta”, y las reivindicaciones de los movimientos sociales, son subestimadas, insiste Rieger.
Por eso importante redes internacionales que luchan por el agua como bien público y que participaron en el Foro Social Mundial de Belém de Pará –fines de enero pasado–, “han definido una estrategia de presión y estuvieron presentes en Estambul para hacer escuchar su voz”.
“Nuestra reivindicación, tal como se definió en la Declaración del Agua de Belém (ver recuadro), es que todo ser humano tenga acceso y derecho al agua de buena calidad y en cantidad suficiente para la higiene y la alimentación”, explica el coordinador de Oeme.
Y que la gestión del agua “permanezca en el ámbito público y comunitario, con participación, equidad, control social, sin fin de lucro –concluyó–, sin generar violencia a los territorios, preservando el ciclo del agua”.
Nota publicada en el portal Acción Digital (http://www.acciondigital.com.ar)
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