La solidaridad ciudadana es esencial para reducir el impacto de la xenofobia, atizada por la crisis económica.

A medida que nos adentramos en el siglo XXI, la globalización ha contribuido a intensificar los flujos migratorios en respuesta a la demanda de los mercados laborales. Sin embargo, se configura un escenario donde anidan cómodamente quienes explotan la crisis económica para alimentar el odio y la intolerancia xenófoba.

Los inmigrantes van a ser el chivo expiatorio en esta obscena crisis, como revelan los últimos datos del CIS, que muestran la mirada reprobatoria de la mayoría de los españoles hacia quienes vinieron a buscar una oportunidad para encontrar una vida digna en su huida de la miseria. En momentos de incertidumbre para millones de personas, se aprecian peligrosas las proclamas xenófobas de los involucionistas que afectan a la cohesión y al desarrollo de la convivencia. Una xenofobia que nunca será democrática, aunque la votase la mayoría de la sociedad.

Es la incertidumbre de una sociedad desmemoriada con su pasado migratorio, de corta empatía con el nuevo vecino al que ve de forma utilitaria y con escasa sensibilidad ante situaciones espantosas, como las expulsiones forzadas, los episodios de abusos y malos tratos racistas o la tragedia de quienes encuentran la muerte en la soledad de un cayuco.

El mensaje de los líderes políticos europeos no puede ser más nefasto: la recién aprobada Directiva Europea de Retorno, la ausencia de compromiso con la Convención Internacional de Protección de Derechos de los Trabajadores Migratorios, las políticas y reformas en Italia, Francia, España y, en general, en toda Europa, proyectan un escenario que pone en cuestión el avance de los Derechos Humanos.

En este escenario de crisis, el aumento del prejuicio xenófobo y del hostigamiento a la inmigración está servido. El rechazo latente a compartir igualdad de trato en materia de empleo, sanidad, educación y otro tipo de atención asistencial se viene constatando no sólo en las encuestas oficiales, sino que también se evidencia en situaciones discriminatorias de la vida cotidiana. Si se añade la agitación y hostigamiento a los inmigrantes que impulsan grupos de ultraderecha, en las calles o en Internet, para azuzar conflictos con consignas tipo “Stop invasión” y “Los españoles primero” en línea con el populismo neofascista europeo, la perspectiva es inquietante.

Una acción xenófoba que en los últimos años ha recibido fuertes estímulos con los resultados electorales obtenidos por formaciones ultra –recogiendo una cosecha de votos estimable en Austria, Italia, Francia, Alemania y Suiza, entre otros – en esta Europa desnortada.

Se trata de una xenofobia acompañada de intolerancia religiosa y cultural que hace de la diversidad su enemigo y del diferente, del inmigrante, un potencial objetivo de agresión en distintos santuarios de intolerancia, como las gradas ultra del fútbol.

El discurso político prevalente es muy incorrecto. Se obvia el aporte integral de la inmigración, a la que debemos la mitad del crecimiento del PIB de los últimos cinco años de “esplendor”, y que ha asumido los trabajos más duros y peor remunerados, contribuyendo al superávit de las cuentas públicas; obvian su aporte sociocultural; y ocultan que les necesitamos tanto como ellos a nosotros. El discurso de algunos líderes resulta bochornoso, ya que afirman que los autóctonos tienen prioridad en materia de derechos o vinculan la delincuencia al inmigrante como sempiterno recurso para tapar ineficacias en seguridad ciudadana.

En el deber de las actuaciones institucionales para atajar la emergencia xenófoba hay que destacar el déficit de sensibilización preventiva, la escasa ayuda a las víctimas de crímenes de odio, la nula aplicación de la legislación de igualdad de trato, la ausencia de una Fiscalía especial contra el racismo y delitos de intolerancia, la nula erradicación en Internet de las webs, blogs y foros que difunden la xenofobia, la permisividad racista en las gradas de los estadios de fútbol o la aceptación de facto de presencia de grupos que promueven el nazismo y la violencia.

Trabajemos la solidaridad ciudadana que reduzca el impacto de la xenofobia y en este año electoral conjurémonos a no dar ni un solo voto a sus partidos. Quizás nuestra determinación obligue a quienes tienen responsabilidad de representación y gobierno a actuar de forma humana ante su compromiso.