Con el 51.27 % del total de los votos, el pueblo de El Salvador elegió a Mauricio Funes como su nuevo Presidente. La jornada electoral estuvo matizada por una amplia participación popular, que expresó con su voto el rechazo inflexible a la política neoliberal impuesta por el gobierno de Rodrigo Ávila, candidato de la derecha por el Partido derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).
El triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) trae dos hechos históricos en El Salvador: el FMLN ganó por primera y última vez las elecciones en 1992, año en el cual la ex organización guerrillera entregó las armas para convertirse en un partido político; la elección del presidente Mauricio Funes rompe la hegemonía de gobierno que durante 16 años mantuvo el partido ARENA
Las expectativas que surgen por la victoria alcanzada por la organización política de izquierda traspasan las fronteras de dicho país. El naciente gobierno se apresta a enfrentar una grave crisis fruto del modelo neoliberal que ha empobrecido a las grandes masas de trabajadores, y para quienes Mauricio Funes es la esperanza de un gobierno democrático, identificado con el dolor de los sectores populares.
El triunfo de Funes debe entenderse como la voz de un pueblo rebelde que venció al miedo para cambiar el destino de sus vidas; como un proceso que reclama justicia a la sangre que miles de salvadoreños derramaron en su lucha por días mejores, en contra de la dictadura militar de Duarte (1980 – 1992).
El proceso para la elección presidencial en El Salvador sienta un precedente importante en el camino hacia el cambio que, de a poco, comienza a propagarse por Latinoamérica y todos los países del continente. Es una manifestación al deseo de convertirse en naciones verdaderamente libres, soberanas y democráticas.
El histórico triunfo de la izquierda en El Salvador no es un hecho de mera coincidencia. Es la respuesta a la crisis que hoy en día envuelve a todo el mundo; a la situación de miseria e incertidumbre que sufre gran parte de la humanidad, la cual enfrentan diariamente los pueblos con la firme convicción de mejores días.
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