Estadio de All Boys, noviembre de 2005. Lleno total. Sobre el escenario, Manu Chao. Un puñado de hombres y mujeres vestidos con remeras rojas aguarda con expectativa el momento de salir junto al cantante.

Están el boliviano que le llorará a la Pachamama; la mujer que alegará ser la esposa de Batistuta; la Mirtha Legrand de los bancos de plaza; y el de las rimas filosofales que hace que quien lo escuche se quede tendido. El músico franco-español también lleva musculosa roja y agita un brazo en el aire. Entonces, pide un fuerte aplauso para recibirlos. De los del grupo, Hugo López, con sus lentes de marco ancho y la astucia que no le ha robado el tiempo, se detiene frente al micrófono. Es claro en la consigna. “Tenemos derecho a ser felices”, grita ante un público exultante. Nadie le grita que está loco, pero qué más daría si alguien lo hiciera. No está solo y eso es lo que lo llena. “Manu Chao reparte estrellas de esperanza, más efectivas que las pastillas y psicofármacos que hacen los laboratorios”, subrayará luego.

Pero la experiencia de La Colifata, la radio de los internos y ex internos del Hospital Municipal José Tiburcio Borda, ubicado en la ciudad porteña de Barracas, no fue siempre tan atestiguada.

Los 30 mil ojos que miran, las 30 mil manos que aplauden en Floresta no estuvieron en 1991 cuando un puñado de locos empezó a delirar en frecuencia modulada, en directo desde el loquero. Durante aquellos primeros años, estuvieron ellos y ellas, pacientes; Alfredo Oliveira, el director de orquesta que era, por entonces, aún estudiante de psicología; y la lente curiosa de la filmadora de Carlos Larrondo, realizador de LT22 Radio La Colifata (Bausan Films/Filmanova), un documental inédito en Argentina que comprime en hora y media la experiencia de casi 20 años de aire radial en el Borda y que será presentado en el Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos, del 27 de mayo al 10 de junio en Buenos Aires.

Tiene 35 años y hace 10 que vive en Barcelona. Se enamoró de quien fue su mujer y madre de sus dos hijos y la siguió hacia España. Allí se hizo amigo de Manu. Pero eso sucedió después. En 1995, cuando la sanción de la Ley de Educación Superior del menemato permitió el arancelamiento de los estudios de grado y la limitación del ingreso, Carlos comenzó a estudiar Imagen y Sonido en la UBA. Un año después, cursó un taller de realización audiovisual donde le solicitaron hacer un documental: “Tenía una amiga que estaba trabajando en el Borda, haciendo prácticas como estudiante de medicina, y me dijo que vaya, que había historias muy interesantes para contar. Fui y mientras esperaba que abrieran el servicio en el patio para los pacientes, me quedé sentado en la puerta. Allí conocí a los que fueron los protagonistas de mi documental”, reseña desde Barcelona en la charla telefónica con Agencia NAN.

“Aquel primer corto para la facultad se llamó De locos para locos. Me lo traje a Barcelona y lo pasamos en alguna muestra y a los amigos en el barrio. Así fue como Manu me pidió una copia. Y enloqueció. En ese momento, él quería hacer un disco compilatorio con artistas de la calle. Y un día me dijo: ‘Mira, me gustaría poner a La Colifata’. Y yo le di el audio de aquel documental de 1996 y le dije ‘Tú haces eso que sabes hacer tan bien, mezclar todo’”. Así nació Siempre fui un loco, el disco con canciones de Sativa Reggae, Che Sudaka, Piratas Urbanos, Malaya, Placton, Mikilez y del propio Chao, entre otros, mezcladas con los audios tomados de los programas que Larrondo registró con la cámara. Llegaron a ser 300 horas de grabación en su archivero: discos y casetes de programas enteros, charlas con los internos, viajes por Europa, América y las provincias argentinas, donde los colifatos fueran invitados a contar su experiencia. Por eso, hacer el documental fue duro: Carlos y Manu a la par; el primero editando el celuloide, el segundo seleccionando y montando la música. “Tuve que dejar muchísimo afuera. Fue un proceso largo y doloroso”, admite el cineasta.

Si bien la finalidad del documental es contar la práctica de los colifatos, hay varios ejes que sostienen el relato. En principio, la arbitrariedad de los que señalan la locura. Justamente, promediando el video, Manu Chao hace referencia a las fronteras entre los que están locos y los que no...

La frontera que demarca quien está loco y quién no se desdibuja. Puedes coger y encasillar, poner una estructura y decir aquí entra y aquí no, por tanto es tal cosa o tal otra; podes clasificar. Pero luego te encuentras con gente ahí adentro que está en una terrible situación de necesidad y problemas mentales, pero también materiales y afectivos. Es muy difícil de diferenciar, en esos aspectos, quién está loco de quién no. Hay ciertos parámetros: si le preguntas a un psiquiatra o psicólogo te van a dar justificativos. Pero nosotros no somos psiquiatras ni psicólogos. El acercamiento fue como artistas. Los trabajos que hicimos son a partir de una visión de la locura desde la sensibilidad artística, que sirve para acercar realidades. El discurso científico está para los científicos. Nuestra tarea es pasar la palabra.

Otro eje son las condiciones sanitarias infrahumanas en las que viven los internos. Trinity, uno de los colifatos, compara el hospital a un campo de concentración.

Con solo ver las condiciones en las que está el Borda, te das cuenta. Es un problema estructural. Acá en Europa eso no pasa. El Borda pertenece al Estado, que tendría que ocuparse y no se ocupa. Los funcionarios hacen lo que pueden. Donde no hay, no hay. Si el Gobierno no destina dinero a poner eso en condiciones, quién lo va a hacer. Hace un tiempo me enteré de eso de que van a tirar el Borda y me parece una barbaridad. No creo que se animen, pero no es para mejorar la situación de nadie. Lo que van a hacer es un negocio. Después, que cada uno se busque la vida como pueda.

 Durante el proceso de filmación viajó varias veces a Argentina y fue testigo a saltos de los avances que La Colifata fue realizando. ¿Qué diferencia nota entre la radio de su primera aproximación a la de 2007, en su última visita?

 Lo que ha cambiado es la historia. La radio ha crecido muchísimo, pero operativamente sigue siendo lo mismo. Cuando fui en 1996 estaba funcionando de la misma manera: en un alerito, en un pasillo abierto. Luego se fueron a la placita, debajo de los árboles. Alfredo a los controles, un micrófono que pasa de persona en persona y algunas visitas. La estructura es básicamente esa. Los equipos fueron donados y Alfredo ha ido consiguiendo financiación. Pero no la tienen del Estado. Tampoco del hospital, que no presta más que el huequito para montar la radio. Ellos no tienen ayuda económica oficial... Ahora están recibiendo dinero de Francia y nosotros con la película hemos aportado algo. Toda la gente que viene de afuera a filmar o lo que sea, aporta. Ellos van buscando todo el tiempo formas de financiación. Y reciben donativos de ropa o la antena o un Citroën, como donó una persona. La gente les manda música, invitaciones a Rosario, Mendoza, México o Europa, y otros regalos.

 Muchos de los pacientes dicen sentirse mejor, más aceptados a partir de la experiencia. ¿Notaba mejoras en la forma de socializarse entre ellos y en el aire?

 Sentirse útiles les hace obtener reconocimiento. Eso es muy bueno porque les abre puertas. Ahora les reconocen en la calle, por la voz y la cara. Dejan de ser extraños.

 ¿Cómo conoció a Manu Chao?

 Lo conocí en Barcelona, cuando llegué. De amigo, en el bar, de tomar una cervecita y charlar, o de ir a jugar a la pelota y andar en bicicleta. Yo sabía que era músico, pero en ese momento recién empezaba a rodar lo de Clandestino, publicado hacía unos meses. Le estaba yendo muy bien, pero aún andaba por la calle y nadie lo paraba. Era otra vida. Manu es buena gente, muy cálido y cariñoso. Cuando fabricamos el disco, los de La Colifata se enteraron y fue todo un acontecimiento aquí y allá. Para todos fue muy bonito.

 ¿Y cómo es la relación de los internos con él?

 Manu se lleva muy bien con ellos. El es lo que ves: muy humilde. No ocupa mucho espacio al otro. Y con los colifatos tiene un comportamiento muy especial. Hay un cariño mutuo, respeto y admiración. Así la relación fluye.

 También se lo ve a Lalo Mir en el corto. ¿Qué rol cumple en la radio?

 Fue el primer locutor masivo que empezó a transmitir microprogramas de La Colifata, hace ya una punta de años. Ha cambiado de empresa muchas veces, pero ha llevado a los colifatos siempre consigo. Siempre está llamando, invitando a alguno de los internos. Es como un padrino de la radio.

 En uno de los testimonios que aporta, Lalo sostiene que La Colifata es un fenómeno que contrapone dos locuras, la de adentro y la de afuera. ¿Estamos todos locos?

 El hospital psiquiátrico es el espejo de las miserias del hombre, de la sociedad. El Borda es el espejo de la podredumbre de la sociedad argentina, no porque los internos estén podridos, sino porque están viviendo la miseria. Es como me dijo una vez Alfredo: el Borda es como un resto arqueológico. Y no hay que cavar para encontrarlo, lo tienes ahí adelante.

 ¿Qué diferencias encontró entre La Colifata y las experiencias europeas que tomaron el modelo del grupo del Borda?

 En Argentina, el Borda es más abierto, más explosivo, catárquico. En Europa es bastante más contenido. Lo que es lo mismo es que hay una gran hermandad y solidaridad. Están muy unidos. Son grupos sólidos. A los de Radio Nikosia, en Catalunya, los veo de vez en cuando por la calle o los voy a visitar.

 De todas las reflexiones que hacen los colifatos sobre la locura, los locos y la sociedad, ¿hay alguna que sintetice el mensaje del documental?

 Me pones en un aprieto si me haces elegir (risas). Me gusta esa que un hombre lee en un taller, que dice que la locura es un papel en blanco. Es una poesía que ahora se me ha volado de la cabeza, pero me encanta. Los aforismos de Jorge Garcés son maravillosos. Uno dice algo así: “Si todos los médicos dicen que los pacientes son iguales, nosotros tenemos derecho a tratarlos a ellos como un igual”.

 Manu Chao dice que Bush es el loco más grande. ¿Para usted qué o quiénes lo son?

 Ahora, los que están inyectando al mundo con noticias absurdas como lo de la gripe porcina. Eso me parece una locura. Me parece una locura que un gobierno quiera cerrar un hospital psiquiátrico sin ninguna justificación, sin pie ni cabeza. Este mundo está en la freidora, este mundo está loco. Los colifatos echan luz sobre eso. Están diciendo miren, los locos no estamos tan locos. Lo de la fiebre porcina ha paralizado el mundo un mes. Los científicos han estado publicando cosas por todos lados diciendo que se han investigado virus mucho más peligrosos y esta es una gripe más. La gripe normal mata a 4 mil españoles al año. Con esta gripe, se muere uno y ya hay que cerrar todos los aeropuertos. Eso me parece una locura total. Este es un virus mediático que tiene más que ver con el control y las ventas de una gran empresa farmacéutica que con una amenaza real. En México de lo último que te tienes que preocupar es la gripe; allí pasan cosas realmente graves que tienen solución y que nadie resuelve. Y ahora hay que gastar una millonada en comprar una vacuna mientras hay gente muriendo de hambre. Eso es una locura.

Nota publicada en el portal Buenos Aires Sos (www.buenosairessos.com)