Mientras se armaban computadoras con pedazos de otras computadoras, y se montaba una oficina con muebles de otras oficinas, estaba claro que la ANC iba a ser el espacio donde debían tener voz los miles y miles cotidianamente acallados.

Debía ser donde, desde el punto de vista de la comunicación, el periodismo y la cultura, se diera cuenta del fenomenal proceso de concentración de la propiedad de los medios que se producía en todo el mundo, en simultáneo con su marco histórico determinante, como fue el también fenomenal proceso de concentración económica: no hay una sin la otra.

Eran momentos en que en la Argentina los grupos económicos como Clarín, Telefónica, Moneta, CableVisión, Vila, entre otros, daban forma al capítulo local de lo que conglomerados como Warner, Vivendi, Cisneros, Time, News Corp, Prisa, entre otros, construían a escala global.

Mientras ese puñado de grupos crecía y se adueñaba de todo, otros millones, la contratara necesaria, quedaban en la calle, sumergidos en la miseria y expulsados a la marginalidad, la invisibilidad y el silencio.

Ese puñado que se había adueñado de todo cerró el círculo con la construcción del cerco informativo, y diseñó una realidad virtual que buscaba garantizar el silencio eterno de todos los expulsados y perdedores. Los que quedaban fuera debían quedarse afuera pero callados: en silencio, sin comunicarse, sin contar, sin reconocerse, sin coligarse ni organizarse.

En los días previos de aquel 20 de mayo de 1999, seis meses antes, más de 45 mil personas participaron del Primer Congreso Mundial de la Comunicación organizado por la UTPBA, el 10 por ciento de los cuales fueron periodistas y trabajadores de prensa que rompieron el cerco del silencio y durante casi una semana contaron y se contaron cara a cara su cotidianeidad laboral.

Esos miles concluyeron sobre la necesidad de poner en marcha una agencia de noticias que contara ese proceso, político y comunicacional, que cada uno de ellos vivía y padecía a diario, que era igual al de cualquier otro, con cualquier otro empleo.

No se trataba, entonces, de montar la “redacción más grande del mundo” en términos estrictamente periodísticos, aunque así se tradujera. Era un concepto profundamente político asentado en la dialéctica de la política y la comunicación: sin comunicación no hay política, y sin política no habrá comunicación.

La comunicación, en este caso la ANC, era la herramienta (una de las herramientas), para una política que daba batalla contra el terrorismo neoliberal en momentos, aquel 1999, en que el pensamiento único arrasaba, y cuyas consecuencias los miles de asistentes al Congreso Mundial retrataban en cada intervención.

Lo que parecía un objetivo de máxima, fue con el tiempo la realidad de la ANC: con sus sucesivas etapas y sus adaptaciones logró que miles y miles conformaran “la redacción más grande del mundo”, con la que se soñaba en 1999, con miles rompiendo el cerco informativo construido por el brazo mediático del poder económico.

Diez años más tarde, aquel mandato y aquel sueño de poner en marcha la redacción más grande del mundo es una realidad que se disfruta cotidianamente: el resultado de la acción colectiva.

Integrante de UTPBA, corresponsal del diario Reforma de México y ex integrante de ANC.