“La vida de este compañero es demasiado prolífera para resumirla en una reseña biográfica. La vida de este compañero fue demasiado creativa para que la soportaran los inútiles de la muerte, quienes lo secuestraron en las primeras horas del 5 de mayo de 1976. Desde que empezó a vagabundear con su padre por los alrededores de Chacabuco –donde nació en 1925- fue un eterno caminante y hacedor de múltiples oficios, y uno de los escritores más brillantes surgidos en la década del ’60”, reseña el libro “Periodistas desparecidos”, un trabajo colectivo editado por la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA).

El enamoramiento de Conti con las islas del Delta se produce en la década del ’50, cuando el eximio escritor y periodista las descubre y comienza la construcción de una casa en el paraje llamado Punto Muerto de la Isla Les Palmiers, en el arroyo Cruz de Gambado.

Para Conti esos fueron tiempos de creación y construcción, pero por sobre todo de concreción de sueños. Es que en aquella etapa le fue dando forma a su barco “Alejandra” y a su novela “Sudestada”, por la que en 1962 recibió el Premio Fabril, casi al mismo tiempo que botaba la embarcación.

“Sí, era esto lo que estuvo buscando todo ese tiempo. El verano había madurado en él ese manso y terco deseo de un barco, y luego trajo al barco mismo. Aquí, en la soledad de este río, ¿qué otra cosa puede desear un hombre? Generalmente se muere con su deseo y nada más, porque es difícil tener un barco. El Bastos hablaba a menudo de barcos y el sordo Angarita, que hablaba más bien para sí, no hablaba de otra cosa. Pero él lo había deseado, o lo había provocado, y ahora estaba ahí.”, escribió en esa obra literaria.

Marta Scavac, la última compañera de Conti, con quien tuvo un hijo –Ernesto- y sufrió el horror del secuestro de aquella fatídica madrugada del 5 de mayo de 1976, alguna vez recordó historias más dulces y felices, de amor, y en donde el Tigre no estaba ausente.

“‘¿Le gusta el río, Martha?’, me dijo, y como atiné a decir que sí, rumbeó para el Tigre a toda velocidad. Yo esperaba que me preguntara para qué quería hablarle y no sabía que iba a decir, pero él comenzó a hablar de todo un poco. Estaba tan bien que me olvidé que era yo quien se suponía tenía algo para decir”, relató sobre una de las primeras citas que tuvieron.

Sería una injusticia adjudicarle al destino la suerte provocada por las manos de los asesinos en esos tiempos de impunidad, pero de saberlo quizá Conti lo hubiera dejado así. Es que su último artículo periodístico, publicado en la revista Crisis de abril de 1976, tuvo al río y a las islas como protagonistas.

Aquella nota titulada “Tristezas del vino de la costa o la parva muerte de la isla Paulino”, comienza diciendo: “Los lugares son como las personas. Comparecen un buen día en la vida de uno y a partir de ahí fantasmean, es decir, se mezclan a la historia de uno que se convierte en la quejumbrosa historia de lugares y personas.”

De ese lugar, ubicado cerca de Berisso, Conti también se despide: “La isla está ahí, fantasmosa, pero entre sus árboles viven hombres de carne y hueso que esperan a pesar de todo esas ligeras amarras que la salven de irse a pique para siempre. Yo mismo mientras recruzo el río no pierdo la esperanza porque, vaya vulgaridad, todavía creo en el hombre y creo en este país y me juro sobre el tembloroso Ford A que empuja nuestra frágil madera que volveré un día a echar la meada inaugural en el baño público de la invicta y soñadora isla Paulino”.

Desde hace unos días, Haroldo Conti tiene nuevamente su lugar en el Delta del Tigre, es el Rincón del Escritor, un espacio para que se conozca su historia, pero por sobre todo, para que muchos hombres y mujeres vuelvan a soñar sus sueños.

Fuente
La Oreja que Piensa (Argentina)