(Por Nahuel Sosa).-El crecimiento y la aceleración en la producción y aparición masiva de las nuevas tecnologías, conlleva distintas transformaciones tanto en las pautas culturales, los hábitos cotidianos como nuevas prácticas hacia el interior de la psiquis de los sujetos y su interacción social. La digitalización de ciertas relaciones sociales, asumen su máxima expresión particularmente áreas informáticas como el Facebook, los chats, el Twitter, los blogspots, y la telefonía móvil.
La penetración cultural tecnológica e informática reconfigura nuevas percepciones acerca del sentido y las consecuencias que tiene este fenómeno. Fenómeno que si bien es globalizado y alcanza a una importante porción de la población mundial, no deja de existir una brecha digital entre los sectores más pobres y excluidos con los que mayor riqueza concentran.
En este aspecto no se puede obviar que la penetración es relativa o por lo menos tamizada, sin ir más lejos grandes sectores sociales de los países del tercer mundo carecen de acceso a Internet, por otra parte determinadas tradiciones religiosas y culturales tensionan y frenan una penetración ilimitada.
El debate acerca del rol que juegan las nuevas tecnologías puede tener diversas lecturas: desde su idealización, que supone una cantidad de beneficios que se transforman cuasi-indispensables para la vida cotidiana; hasta su confrontación al asumirlas como elementos de opresión y alineación que responden a las lógicas del poder dominante.
Hebert Marcuse y Michael Batchin en sus críticas o actualización del psicoanálisis freudiano, dieron cuenta de los mecanismos de intervención que desarrollan las sociedades capitalistas hacia el interior de la psiquis formateando y reproduciendo determinadas prácticas del orden establecido.
Marcuse en sus investigaciones (que dan cuenta de la sociedad industrial en su estado irracional, el avance de las nuevas tecnologías y la expansión de los medios de comunicación de masas) desnuda cómo el capitalismo crea necesidades ficticias manipulando hasta los instintos de satisfacción (el ello), resultando una satisfacción represiva es decir: la gente se reconoce en sus mercancías.
En su libro el Hombre unidimensional Marcuse afirma:” los productos adoctrinan y manipulan promoviendo una falsa conciencia, inmune a su falsedad (…) El progreso técnico extendido hasta ser todo un sistema de dominación y coordinación crea formas de vida y de poder que parecen reconciliar las fuerzas que se oponen al sistema”.
A lo largo del tiempo el capitalismo ha utilizado el recurso del fetichismo, no sólo para las mercancías y el dinero sino también para sus puntos neurálgicos de funcionamiento, para citar algunos ejemplos actuales: fetichización de las nuevas tecnologías, democracias formales occidentales, estética publicitaria o la supuesta “libertad de prensa”.
Este fetichismo de las mercancías, la aparente naturalidad con que se desenvuelven las relaciones sujeto-objeto forman parte de la “naturaleza” del capital, o sea la causa-consecuencia de un determinado modo de producción.
Es preciso recordar que el capital no explota solo a través del trabajo en la esfera de la producción, sino que la abstracción del valor supone un modo de existencia que reconfigura o suprime la creatividad humana en tanto realización del sujeto, es decir el objeto que el hombre produce se enfrenta a él mismo, tiene un poder independiente y este objeto (capital) se subjetiviza e invierte los roles dominador-dominado, creador-producto.
Este extrañamiento en la creatividad de producir conlleva la materialidad como forma de relación, “las cosas” cobran su propia vida, “las cosas” le quitan la esencia humana a sus creadores.
Sin ánimos de hacer comparaciones forzadas, a modo de análisis podríamos interrogarnos si en la actualidad no existe un “fetichismo digital”, donde las “cosas digitales” también aparentan ser externas al ser genérico que las esta produciendo y los individuos tienden inconcientemente o no a reconocerse en la virtualidad, es decir la identidad del sujeto se digitaliza como otro hasta llegar a casos extremos de disociación como se han observado reiteradamente en programas cibernéticos como Second Life, donde el sujeto esta más tiempo con su doble yo virtual en la ciudad ficticia que en la real.
La tecnología es alienante en la medida que la correlación de fuerzas la sitúe como un modo sofisticado de la intervención ideológica del capitalismo, esto no implica ignorarlas como ámbitos de disputas o mejor dicho herramientas que en su justa medida son útiles para la transformación social.
Ningún conflicto social se resolverá solo a través de un foro cibernético ni de envíos de mails, pero a su vez las nuevas tecnologías pueden asumir un papel importante a la hora de romper cercos informativos y transmitir ideas.
Cualquier avance científico no es neutral y siempre estará rodeado del debate del para qué, con qué fines y si beneficia a la sociedad en su conjunto o sólo al negocio y el status quo de unos pocos. En este plano el desafío por incorporar los avances tecnológicos e informáticos al servicio de las mayorías y al acceso irrestricto como un bien social debe ser una lucha que trascienda los blindajes del vértigo virtual.
Periodista. “Radio Universidad” y portales “Motor de ideas” y “Despierta Buenos Aires”.
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