Los maestros tratados como mafiosos, los trabajadores como sínicos, las universidades enfrentadas con gases y toletes por pedir dialogo con el primer mandatario; la violencia de Estado que se expresa en la imposición de leyes y decretos antipopulares, en sanciones y amenazas de destitución… todas son razones suficientes para que en el Ecuador, nuevamente, los pueblos se lancen a las calles, combatan por sus derechos, y por defender el verdadero rumbo que el cambio debe seguir.
En estas luchas no hay nada en común con los procesos conspirativos que lleva adelante la derecha, y esto hay que aclararlo. Es más bien todo lo contrario, es enfrentar a las posiciones oligárquicas, retardatarias que están incrustadas en el Gobierno, e impulsar la acción directa de las masas trabajadoras en la defensa de sus derechos y en el impulso de un auténtico cambio.
Cambio que no puede ser diseñado en laboratorio, o en las oficinas de algunos tecnócratas que buscan parecer inteligentes tratando como mediocres a todos quienes han cumplido un importante papel para que la educación no caiga a niveles mucho peores, por el trato que le dio el neoliberalismo en todos estos “oscuros” años.
El cambio nada tiene que ver con los estándares internacionales que determinadas instituciones monopólicas impulsan, como aquel del ranquin de las universidades que tiene preocupada a la Senplades. No se puede pensar a la sociedad ecuatoriana con la mentalidad europea, por más PHD que sean los funcionarios de gobierno; no son las mismas realidades, no son los mismos procesos históricos, económicos, políticos, culturales…
Es hora de recordar una frase que el Presidente de la República solía mencionar con insistencia cuando resultaba triunfante en los procesos electorales: “yo solo soy el mandatario, ustedes son los mandantes”. Y, efectivamente, eso es así; Rafael Correa es el jefe de Estado por decisión de los pueblos de este país, por acción directa de las fuerzas políticas de la tendencia democrática, patriótica y de izquierda que existe en el Ecuador. Nunca estuvo planteada la posibilidad de que los ecuatorianos decidiéramos darle el papel de señor feudal, y mucho menos de que en su entorno tuviera capataces que imponen con sangre y fuego las decisiones, que ordenan y no escuchan.
No son pocos los sectores populares que se ven afectados con las últimas decisiones gubernamentales, no son pocas las familias que sufrirán directamente los efectos de esas decisiones. En un contexto de crisis general del sistema capitalista, limitar el derecho a la educación, al trabajo, al derecho sindical y gremial, no puede sino producir sismas intensos; no se trata de tan solo unos cuántos puntos de caída en las encuestas, sino de una peligrosa suma de malestares e indignación en la conciencia de los pueblos.
El proyecto de cambio que apoyamos sigue estando claro, son los errores de apreciación que ciertos niveles del gobierno tienen, o aún peor: los intereses que ciertos sectores cercanos a Correa tienen, los que se vuelven tan oscuros como la larga y triste noche neoliberal que el Presidente dice combatir.
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