Saben sus dirigentes que no tendría mucho futuro un PRI dirigido por la tecnocracia, sobre todo por encontrarse el país al borde del abismo de la ingobernabilidad, tanto por el fracaso del Partido Acción Nacional (PAN) al frente del Ejecutivo, como por el recrudecimiento de una crisis económica que no parece tener salida. Bajo estas condiciones, sería explosivo un nuevo gobierno tricolor sólo interesado en servirse del poder con fines patrimonialistas, y servir a una oligarquía igualmente ciega y sorda a los reclamos de las mayorías.

Es muy probable que los salinistas se impongan al comenzar sus trabajos en la nueva legislatura, por la inercia de los acontecimientos y el peso real que les dan los cuantiosos recursos que poseen. Con todo, la realidad del país influirá en un cambio de dirección que puede ser aprovechado por los priistas preocupados por el futuro de México, que aunque usted no lo crea también los hay. De hecho, los cambios que puedan darse en 2010 serán obra de los propios priistas, teniendo en cuenta la inoperancia de una izquierda dividida y sumida en sus mezquinas contiendas, y una derecha igualmente fragmentada y hundida en el descrédito.

Si los salinistas suponen que obtuvieron una victoria inobjetable el pasado 5 de julio, están muy equivocados. En realidad se aprovecharon del voto de castigo al PAN, de la inoperancia electoral de la izquierda y de su propia capacidad para comprar el voto de gente que carece de lo más indispensable. Un verdadero triunfo lo podrán obtener en el ejercicio del poder en la Cámara de Diputados, haciendo política a favor del país, no de su grupo de apoyo. Como esto se antoja casi imposible, lo más probable es que muy pronto comiencen a darse jaloneos fuertes entre los propios priistas, unos para afianzar su fuerza y otros para evitar que esto suceda.

Es cierto que los priistas saben muy bien que les conviene a todos cerrar filas, pero en las actuales condiciones del país, lograrlo sólo será factible en la medida que no antepongan intereses particulares a los del país, en este momento en grave riesgo por la crisis económica y, sobre todo, porque aumentó de manera considerable el déficit social que se ha venido acumulando a lo largo de los años. En la actualidad, México es un polvorín a punto del estallido, tanto por los excesos de los tecnócratas, como por la voracidad de una oligarquía insaciable que todavía quiere seguir acumulando riquezas y privilegios.

Otro factor digno de tomarse en cuenta, es el peso específico de los gobernadores, quienes fueron un factor determinante en la selección de los ahora diputados electos, a quienes exigirán lealtad por encima de cualquier consideración. Se acabaron los tiempos en que sólo contaba la voluntad del jefe del Ejecutivo, lo que facilitaba la toma de decisiones en todos los niveles, y dificultaba indisciplinas improcedentes. Aparte, no hay que olvidar que los poderes fácticos también cuentan, sobre todo las televisoras, los cuales presionarán en todo momento, dentro de la Cámara de Diputados, para que sus intereses no se vean perjudicados.

En consecuencia, al coordinador de la bancada del PRI y líder de la mayoría en la LXI Legislatura le esperan largas jornadas de trabajo muy problemático. Es muy probable que este papel le corresponda a Beatriz Paredes Rangel, quien a lo largo de su carrera ha demostrado capacidad e inteligencia. Con todo, en las actuales condiciones del país, otra vez, eso no será suficiente para superar presiones de todo tipo. Menos aún si el PAN se empeña en mantener un poder que ya perdió en las urnas, y pretendiera apuntalar compromisos adquiridos que ya no puede cumplir. De hecho, Felipe Calderón dejó de ser presidente de la República si se considera que los pasados comicios fueron realmente un plebiscito. En un régimen parlamentario al estilo europeo tendría que renunciar al cargo a partir del primero de septiembre.

Fuente: Contralínea 141