Florencia, Colombia. Chocaguán Amazónico, empresa campesina de producción alternativa nacida en plena bonanza de la coca colombiana, celebrará en septiembre 15 años de vida en el corazón de la guerra.

Chocaguán elabora chocolate con el cacao amazónico que cultivan 115 asociados en Caquetá, departamento del sur de Colombia, un país que lleva 45 años de guerra interna. Cerca de 20 por ciento de sus integrantes son mujeres jefas de familia.

Casi 20 años atrás, el sacerdote católico italiano Giacinto Franzoi lanzó allí su campaña “No a la droga, sí al caucho y al cacao”.

El misionero había llegado en 1978 a Remolino del Caguán, poblado selvático sobre el río Caguán, aguas abajo de la cabecera del municipio de Cartagena del Chairá, situada 117 kilómetros al sureste de Florencia, capital del Caquetá.

Casi al mismo tiempo llegó la coca. Unos hombres, entre ellos un estadunidense excombatiente de la Guerra de Vietnam, llevaron una semilla desconocida que, dijeron a los pobladores, los sacaría de la pobreza.

Los promotores del cultivo guardaban el secreto sobre sus usos y compartimentaban el procedimiento químico para tratar la hoja del arbusto, hasta que los mismos cultivadores armaron el rompecabezas y reprodujeron el procedimiento para producir pasta base, paso intermedio en la obtención de cocaína.

El reino de la pasta base

Por mucho tiempo, la pasta base fue el principal producto de Remolino. Los compradores se multiplicaron y competían entre sí, ofreciendo sumas nunca vistas.

“Fueron años de delirio general. Los campesinos que se habían quedado fuera de la bonanza nos pedían las semillas” de coca, relata el lugareño Simeón Pérez a Franzoi en el libro Dios y cocaína: de cómo un misionero sobrevivió en El Caguán, escrito por el italiano y publicado este mes en Bogotá.

En su libro, Franzoi describe esos tiempos de boutiques, joyerías, modernos electrodomésticos que funcionaban con generadores a gasóleo; prostitución, pistas aéreas clandestinas y montones de billetes que se esfumaban con la misma facilidad con que aparecían.

A fines de 1964 habían entrado al Caquetá las comunistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que cumplieron en mayo 45 años y

cuyo documento fundacional reclama una reforma agraria aún pendiente.

Desde 1962, la creciente concentración de la propiedad de las mejores tierras fue complementada con el fomento estatal a la tala de bosque, a cambio de títulos de propiedad a los colonos que se aventuraran más allá de la frontera agrícola.

Una consecuencia fue la expansión de la coca, como el cultivo más rentable en geografías aisladas de los centros de acopio.

Cartagena del Chairá tiene 13 mil 622 kilómetros cuadrados, la mitad todavía parte de la Reserva Forestal de la Amazonia. La selva amazónica, última gran mancha de bosque en el planeta, pagó en el Caquetá los platos rotos de la droga y el conflicto.

En tiempos de la coca “había buena afluencia de dinero”, dijo para este artículo Rubén Darío Montes, representante legal de Chocaguán y expresidente del Comité de Cacaoteros de Remolino del Caguán y Suncillas, río tributario del Caguán.

“No había controles de las autoridades”, rememoró. La primera incursión antinarcóticos, en 1988, destruyó uno de los 20 laboratorios de drogas que funcionaban allí.

Milagro del cacao

Desde 1985 las comunidades organizadas del Caguán comenzaron a proponer la sustitución de la coca por otros cultivos.

Ante la ofensiva antidrogas, muchos escaparon. “El padre Jacinto (como llaman a Franzoi en el Caguán) era párroco de Remolino, y comenzó a analizar qué hacer para evitar el desplazamiento y no aumentar los cordones de miseria” en las ciudades, contó Montes.

Ocho personas atendieron el llamado del cura para cambiar de cultivo, y en 1994 registraron el Comité de Cacaoteros, junto con la empresa Chocaguán; luego se acercaron más campesinos.

El caucho fue descartado porque demora ocho años en producir, en cambio las semillas mejoradas de cacao dan cosecha al año y medio de la siembra. Las primeras tabletas de 500 gramos de chocolate crudo se elaboraron en 1993.

La fábrica de chocolates retaba la lógica del mercado.

En 1993 se vendía cada domingo en Remolino una tonelada de pasta base a 1 mil 350 dólares el kilogramo, según el cambio de la época. Mientras, todos los productores vendían a la semana entre 10 y 50 kilogramos de grano de cacao al recién creado Chocaguán, que les pagaba unos 2.70 dólares por unidad.

Chocaguán fabricaba por semana 50 paquetitos de nueve bolitas artesanales de chocolate crudo, condimentado con canela o clavos de olor. Todo el mundo compraba, incluso la guerrilla y los narcotraficantes. El negocio floreció.

“Gracias a Dios, y a la economía de la coca, todo lo que se producía se vendía”, comentó Rodrigo Velaidez, asesor de Chocaguán y agrónomo experto en cacao.

Entre la coca y el plan Colombia

En 1996 la crisis rural causada por una súbita política de apertura comercial arrasó con más de la quinta parte de la superficie de cultivos tradicionales del país y con más de 300 mil empleos, según Darío Fajardo, exconsultor del Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Eso catapultó la siembra de coca, siempre diezmando zonas de selva.

La consecuente sobreoferta de pasta base derrumbó su precio, generando en 1996 las marchas de campesinos cocaleros que pedían al gobierno acciones para compensar las pérdidas.

Las FARC rechazaron al principio la coca; pero cuando el dinero del narcotráfico empezó a financiar bandas paramilitares que se aliaron con el ejército en la lucha contrainsurgente, la guerrilla se involucró activamente en el negocio para interferirlo.

El Plan Colombia, activado desde 2000 con financiación estadunidense, buscó disminuir los ingresos por droga de las FARC, mediante fumigaciones aéreas con glifosato.

Mientras, los asociados de Chocaguán ampliaron lentamente las siembras de cacao y adquirieron maquinaria para instalar su planta en Remolino, con recursos propios, ayuda de gobiernos nacionales y locales y apoyo internacional gestionado por Franzoi.

Hoy las ventas se reparten entre el Caquetá y zonas de departamentos vecinos. El chocolate también ha llegado a la cadena local de supermercados Carrefour, por gestión de las Naciones Unidas, y a tiendas de productos vegetarianos.

De las 200 hectáreas sembradas, están en producción unas 70, pertenecientes a la mitad de los socios, que proveen a Chocaguán entre tres y 200 kilogramos semanales del grano. Siete operarios temporales, de los cuales tres o cuatro suelen ser mujeres, se ocupan de procesar el chocolate.

Ahora, la empresa proyecta trasladar parte del procesamiento a Cartagena del Chairá, lo que ahorrará costos, reducirá los riesgos del transporte del producto por río en zona de guerra y facilitará la proyección comercial.

Cada semestre Chocaguán adelanta “días de campo” para actualizase en técnicas ambientalmente amigables. “Al menos 70 por ciento de los asociados aplican los saberes y conocimientos adquiridos”, sostuvo Velaidez.

Los directivos de Chocaguán atribuyen la supervivencia de la empresa al hecho de pertenecer a cuatro redes nacionales de producción alternativa y resistencia contra la guerra, apoyadas por la cooperación de Suiza y Holanda, entre otros.

En Chocaguán “no somos erradicadores (de la coca), somos promotores de la sustitución gradual y voluntaria de los cultivos de uso ilícito. Nunca se forzó a la gente a nada, y así ha seguido hasta hoy”, dijo Velaidez.

El propio Montes apenas tiene una hectárea de cacao. “Es poquito. Lo mínimo para que le garantice a uno rentabilidad son tres hectáreas por familia. Es por falta de plata, porque terreno tengo. Y esa hectárea la sembré a cuenta y riesgo personal”, contó.

La guerra genera incertidumbre. “Si yo siembro, me toca sacar tres millones de pesos (1 mil 350 dólares) para sembrar, pero vienen y nos fumigan. No está garantizado que no fumiguen el cacao”, agregó.

En el Caguán hubo fumigaciones con glifosato en 1996, 1999, 2002 y 2005. La última fue la que más dolió a los cacaoteros, porque se dio después de que la experiencia recibiera el prestigioso Premio Nacional de Paz 2004, otorgado al trabajo de resistencia civil basado en la seguridad y la soberanía alimentaria en momentos de una masiva ofensiva militar.

“Caquetá ha sido una de las zonas de principal enfoque de las ayudas militares y antidrogas de Estados Unidos”, comentó para este artículo Adam Isacson, considerado el principal experto en Plan Colombia y director del Latin American Security Program del estadunidense Center for International Policy.

Desde 2004 fueron apostados en Caquetá 17 mil soldados, pero no hay información sobre la proporción de recursos militares y de inteligencia del Plan Colombia destinados al departamento.

En un cálculo personal, “muy conservador”, Isacson dijo que “el apoyo estadunidense a operaciones en el Caquetá ha sumado, por lo menos, 5 millones de dólares al año, o 50 millones de dólares desde 2000.

“Hubieran usado la plata en obras para la región, mejoramiento de vivienda, programas de asistencia en salud y educación, que es un problema; en vías de penetración, vías de acceso”, lamentó Montes.

En 1995, las comunidades organizadas elaboraron una propuesta de sustitución completa de la coca en el Caguán, que sumaba algo más de 19 millones de dólares, al cambio de entonces.

Persecución

La zona del Caguán y sus habitantes quedaron estigmatizados desde que se desarrollaron allí unos fallidos diálogos de paz entre el gobierno y las FARC (1998-2002).

Con las FARC ha habido “momentos de tensión” y “roces”, dijeron miembros de la empresa campesina. “La clave es mantenerse al margen, con argumentos”, remarcaron.

Pero los asociados de Chocaguán no han escapado a persecuciones y cárcel. Incluso Franzoi resultó inculpado. Fue acusado de haber entregado 68 mil 300 dólares a las FARC y de haber guardado armas de la guerrilla en su parroquia. Pero en junio de 2008 la fiscalía lo desvinculó de la investigación y poco después el sacerdote regresó a Italia.

“Si no respetan al padre, menos lo van a respetar a uno”, comentó Montes.

El adusto clérigo italiano, hoy de 66 años, guió pacientemente a esta reportera en 2005 por el jardín de cacao, a dos kilómetros del pueblo, sembrado de diversas especies para obtener semillas y preservar tipos genéticos, que dan testimonio de la búsqueda de alternativas para esa parte de la Amazonia.

“No cuenta ni el que planta ni el que riega, sino Dios que hace crecer”, decía entonces un letrero de madera a la entrada del jardín. En 2007 fue sustituido por otro: “Chocaguán, una opción de vida para una economía solidaria”.