La Encuesta nacional de ingresos y gastos de los hogares de 2008 reafirma que la alternancia en el gobierno entre la derecha neoliberal priista y la ultra neoliberal foxista-calderonista sólo tuvo por objeto asegurar la continuidad de la revolución de los conservadores contra los pobres iniciada por Miguel de la Madrid. Que los trogloditas clericales azules sólo fueron los herederos de la peste neoliberal que, generosamente, ensancha cada vez más el número de náufragos y reduce el de los opulentos navegantes. De ese México donde la concentración de la riqueza en menos del 10 por ciento de las familias tiene como condición que otro 70 por ciento sobreviva en la miseria y la pobreza. Del modelo neoliberal socialmente excluyente y políticamente despótico que los priistas se preparan a retomar en 2012, con la bendición del bloque de poder, los reyes oligárquicos, la burguesía y los fachos pequeños burgueses y de la iglesia católica, toda vez que los panistas dejaron de ser sus fámulos confiables.

Los panistas se volvieron desechables. No porque Felipe Calderón haya traicionado a los grupos dominantes que lo encumbraron como lo hizo Manuel Zelaya, quien llegó al gobierno de la mano de la derecha bananera y, al final, mostró una mayor sensibilidad ante las necesidades del empobrecido pueblo hondureño y terminó aliándose al enemigo progresista latinoamericano, por lo que tuvieron que derrocarlo con el golpe de Estado, como la primera señal del nuevo ciclo de regímenes autoritarios que se atisba en el horizonte regional, patrocinado por Estados Unidos, que de esa manera, quiere poner un dique a los movimientos populares que buscan un cambio anticapitalista y recuperar el terreno perdido en sus antiguas colonias.

En ese sentido, el bananero Calderón, como Fox, es fiel a las elites que lo encumbraron. La encuesta citada lo respalda. Ha hecho lo necesario para mantener inalterada la inequidad del ingreso, la brutal concentración del ingreso, una de las peores del continente y uno de los fundamentos de la acumulación capitalista neoliberal. Con el estrepitoso derrumbe del modelo iniciado en 2008 prefirió que su mandato quedara sepultado entre los escombros, antes que conmoverse ante la tragedia de las mayorías, agobiadas por el desempleo, la pérdida del poder de compra de los salarios reales o la cuerda que los usureros de la banca aprietan impíamente sobre el cuello de los deudores. No se dejó seducir por los cantos de las sirenas keynesianas que pedían arrojara al basurero de la historia el catecismo monetarista y desempolvara el salvavidas anticíclico, promotor de la demanda, el empleo, los salarios y el gasto público. Al contrario, recortó los apoyos a los pobres y compensó las pérdidas o la reducción de las ganancias de la oligarquía. En la histórica lucha de clases por la distribución del ingreso nacional, agravada en épocas de crisis, cuando se destruye la riqueza y se reduce el excedente económico, Calderón no ha desertado de su puesto. Por ello, el 20 por ciento de las familias ubicadas en la cúspide social había mantenido su participación en el ingreso en 2006 y 2008, a costa de la pérdida del 80 por ciento restante, sobre todo del 20 por ciento hundido en las catacumbas de la pirámide, los pobres entre los pobres y los miserables.

Más aún, hizo suyas otras banderas del proyecto de nación de la derecha y sus fachos, que braman por el establecimiento del “orden” y la “seguridad” con la mano dura y la pena de muerte, al sacar a los militares a las calles para enfrentar a aquellos a los que el sistema no les ofrece nada, los excluye, los arroja a la delincuencia como única forma de supervivencia. En lugar de ofrecerles una mejor expectativa de vida, con empleos estables y dignos, mejores salarios y beneficios sociales, les brindan las opciones de la pasiva miseria, la inanición voluntaria, la cárcel, una dosis de plomo, la muerte. El oprobioso encarcelamiento de Jacinta, indígena otomí, simboliza la vileza del sistema en contra de 80 millones de mexicanos. También encabeza la profundización del desmantelamiento de las conquistas sociales, incluyendo entre ellas el derecho legítimo de la mujer para abortar, como exigen los jerarcas católicos, protectores de pederastas, pontificadores de golpistas, espléndida y anticonstitucionalmente lubricados con el presupuesto por los panistas. Todo con el apoyo de los priistas-beltronistas-paredistas y sus caciques, los mercaderes de los verdes y de la Gordillo, y perredistas chuchitas que como Jesús Ortega, se postraron ante los príncipes de la iglesia católica –su respaldo su campaña a favor de la muerte de las mujeres que abortan– y las elites.

El problema de Calderón es que se volvió socialmente impresentable. Los panistas quisieron legitimar en las elecciones de 2009 su ilegitimidad de 2006. Y los votantes le pusieron por segunda vez los clavos a su ataúd político. Apestan. Como los priistas en 2000. Incluso ahora enfrenta la rebelión en la granja por su absolutista anhelo de imponer al famélico César Nava como líder panista. No es que los priistas hayan purificado su nauseabunda imagen, simplemente que las elites no tienen otra opción para tratar de domeñar el cataclismo del descontento social, de evitar el triunfo presidencial de alguien que, eventualmente, pueda afectar su proyecto de nación, sus intereses, el presidencialismo bicéfalo que pretenden consolidar. Y la hedionda grey priista, liberada del fardo ideológico del nacionalismo y la “Revolución Mexicana”, abrazada a los caros ideales de la derecha, ejerce su oficio político como generosa hetaira, dispuesta a complacerlos en todo. El inescrupuloso cogobernante Manlio Fabio ayuda a clavar sádicamente una y otra vez la daga antisocial y neoliberal a los mexicanos. El encopetado mexiquense Enrique Peña suspira en convertirse en el histrión trágico, el presidente de utilería de los Salinas (de Gortari y Pliego), los Azcárraga y demás déspotas orientales. Sin embargo, tendrán que sortear los perros que les soltará Calderón, en su agónico intento porque la ultra retenga la Presidencia en 2012. La lucha será cruenta entre esos partidos de pírrica legitimidad –su votación apenas fue de 16 por ciento y 12 por ciento del total del electorado–, tan acreditados como el desacreditado sistema.

Pero que Fox y Calderón fueron cumplidores, lo fueron. Imposible regatearle méritos a los machos de la clerical política arrabalera. La derecha neoliberal priista, De la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, destruyó la mejoría en la distribución del ingreso de los priistas “populistas”. Entre 1977 y 1984 había mejorado la participación del ingreso nacional del 60 por ciento de la población ubicada en la parte baja de la pirámide social, a costa de una parte de los sectores medios y la burguesía y la oligarquía, el 40 por ciento restante. Ello les motivó a conspirar, con los yunquistas de ese tiempo en la línea de fuego, como hicieron sus homólogos genocidas golpistas de Chile, Argentina, Uruguay y otros países latinoamericanos en las décadas de 1970 y 1980, y ahora en Honduras o Argentina. Los panistas mantuvieron la inequitativa distribución del ingreso.

Del total de los hogares, 26.7 millones, que involucran 106.7 millones de mexicanos contabilizados en 2008, el 10 por ciento (2.7 millones y 10.7 millones en cada caso) concentra el 36.7 por ciento del ingreso total nacional o el 37.1 por ciento del monetario, equivalente al percibido por el 70 por ciento de los ubicados en la parte baja de la pirámide social, es decir, de 18.7 millones de familias o 74.5 millones de personas. Pero los últimos datos son engañosos, porque incluyen a personas que perciben más de ocho veces el salario mínimo (SM), por encima de 13 mil pesos mensuales, monto que, por ejemplo, supera en al menos seis veces una minoría parasitaria de la sociedad, digamos un congresista, sólo en su ingreso directo o al menos 10 veces un alto burócrata. Un profesor universitario, un médico o muchos profesionistas obtienen esas percepciones.

Sin embargo, no pueden considerarse como parte de aquellos que realmente concentran la riqueza y se sienten dueños del país. Sin duda que les gustaría. Pero aún existen las clases sociales. No son iguales a Slim, Salinas Pliego, Azcárraga o Servitje, la verdadera oligarquía que debe estar conformada por menos de 1 mil familias, ni la mitad del 1 por ciento del total de los hogares. Ésos que han acrecentado sus fortunas con la especulación de precios y financiera, los subsidios fiscales, la reducción de impuestos, la ingeniería tributaria (evasión y elusión de impuestos) y otros mecanismos legales e ilegales. Pero sobre todo, la acumulación de su capital, en México y en el mundo, se fundamenta en la pobreza y la miseria del resto de los mexicanos. Ése es el motor del capitalismo. Sus ganancias se basan en los salarios de hambre que les pagan a los trabajadores, en el recorte de las prestaciones sociales, en la inestabilidad laboral. Por ello les pone furioso y promueven golpes de Estado ante cualquier pretensión de redistribuir el ingreso más equitativamente o, peor aún, de acabar con la propiedad privada de los medios de producción.

Según el Instituto Nacional de Geografía y Estadística, entre 2006 y 2008 el ingreso medio nacional se redujo 1.2 por ciento. Hasta ese momento, ese 10 por ciento de las familias no había sido afectado, porque su participación en el total aumentó de 35.68 por ciento a 36.26 por ciento. Otro 20 por ciento de los hogares, parte de los sectores medios, tampoco mostraba problemas. El segundo decil (que gana 7-8 veces el SM) mejoró su participación de 15.84 por ciento a 16.13 por ciento, y el tercero (que percibe 6-7 veces el SM) de 11.61 por ciento y 11.68 por ciento. Los datos citados confirman lo dicho hasta la saciedad: el neoliberalismo sólo es ideal para 2.7 millones de hogares, 10.7 millones de personas, y en menor medida para otro 10 por ciento. En total para 5.4 millones y 21.4 millones, respectivamente.

El bienestar de aquellos depende de la miseria y la pobreza de las 21.4 millones de familias restantes, 85.3 millones de personas; el 80 por ciento de la población total. El 70 por ciento registró un deterioro en su participación del ingreso nacional (ver cuadros anexos).

La única industria boyante del neoliberalismo es la fabricación de indigentes, pobres y delincuentes. Se ha señalado que con el colapso se sumaron al menos otros 6 millones de personas más al infierno de los pobres, debido entre otras razones a la disminución de las remesas y el menor gasto público social. Esto es cierto. Al menos el 30 por ciento de las familias, alrededor de 32 millones de personas, complementan sus ingresos con las remesas enviadas por los trabajadores expulsados del país por el modelo económico neoliberal y que ahora resienten la recesión estadunidense. También de las dádivas asistencialistas oficiales que ha generado que varios millones de mexicanos dependan del presupuesto, que sean manipulados políticamente y que su depauperado nivel de vida esté atado a las precarias finanzas públicas. La crisis de la influenza desnudó las miserias calderonistas: el colapso del sistema de salud y el desastre de la infraestructura educativa. Los infantes calcinados en Sonora descubrieron el desastre de las prestaciones sociales.

Pero las remesas y el asistencialismo sólo son sucedáneos. Las causas de la miseria y la pobreza están directamente asociadas a la principal fuente de ingresos de las mayorías: el salario real y las prestaciones sociales, determinadas por la estabilidad laboral y el gasto social para compensar la insuficiencia de ingresos. Y esos factores han sido sacrificados por los empresarios y el gobierno. Los primeros para mejorar su “productividad”, “competitividad” y rentabilidad; el gobierno, para asegurar esos beneficios empresariales, para reducir la inflación y atraer la inversión extranjera. Todo forma parte del mismo esquema: la concentración del ingreso y la riqueza sólo es posible con la pobreza y la miseria.

Modificar ese esquema implica cambiar de modelo. Pero no es suficiente. Aunque se instrumente un capitalismo que, a diferencia del salvaje neoliberalismo, se preocupe por el bienestar, no elimina las raíces del problema: la explotación del trabajo asalariado por el capital. Erradicarla implica enterrar el capitalismo. Los movimientos sociales tienen como ejemplo las experiencias de los gobiernos progresistas de América Latina. Ellos se han preocupado por atender las necesidades sociales de las mayorías. Pero la polarización social subsiste. Los procesos electorales no ofrecen esa salida. Tendrá que ser por otras vías antisistémicas.