Estoy en el hotel Country frente a Diego, el artista homosexual de la película “Fresa y chocolate” que pretende seducir a David, un jovencito comunista, y que lucha contra la intolerancia en la Cuba de 1979, donde ciertos burócratas no aceptan su arte ni su homosexualidad porque, según ellos, la “revolución no entra por el culo”.

Estoy frente a él, pero no puedo ver sus ojos. Se los cubre con unos anteojos oscuros, dice, para no asustar, porque estuvo anoche en el bar “Juanito” celebrando sus 44 años de edad y los 83 del líder cubano Fidel Castro. Estuvo entre amigos en una reunión donde no sólo corrió el pisco peruanísimo y las cervezas, sino “la bebida del enemigo” (whisky). Pero está aquí, ahora, mientras su esposa sigue arriba, en la habitación, en espera de su regreso.

“Ey, aclaremos antes de seguir, está usted hablando con Jorge Perugorría, no con Diego”, dice y sonríe.

Está claro, Jorge, fíjese que pusimos ya que arriba le espera su esposa y no David.

“De acuerdo”.

Jorge Perugorría era hace como 20 años, lo que David es “Fresa y chocolate” la película que abrió los ojos, creó polémica, ganó premios, y sigue ayudando a las personas y a las sociedades a ser más tolerantes con quienes son diferentes. Perugorría era, es, un cubano solidario que mira por igual a los que piensan distinto. Un artista comprometido con el cine y el arte latinoamericano.

 ¿Usted se considera revolucionario?

 ¿Sabes qué pasa? A mí me gustaría algún día considerarme revolucionario, algo que fue para mí, desde muchacho, una aspiración. Sin embargo, debo decir que siento que no cumplo los requisitos para serlo, es decir, no soy ni fui alguien que sacrificó todo a nombre de la revolución. Para mí ser revolucionario es un modelo a seguir, una meta, pero cuidado con esos que dicen ser revolucionarios, y que viven de ello. Estoy tranquilo, porque creo que con mi trabajo y mi vida he aportado más que cierta gente que se dice ser revolucionaria, pero dejémoslo ahí.

 Bien. Volvamos a “Fresa y chocolate”, ¿por qué es tan universal esta película?

 Tiene magia. Esa universalización de la película, y no sólo de ésta sino de muchas otras, se la debemos a Tomás Gutiérrez Alea, quien apostó por contar historias con un sentido humano, se preocupó por el contar la historia de los hombres. Recuerda que lo que le pasa a un hombre le pasa a todos, por eso “Fresa y chocolate” sigue imparable.

 La película muestra a una Cuba intolerante con el arte y la homosexualidad, ¿eso ha cambiado?

 Hemos mejorado mucho, como todas las sociedades latinoamericanas. Pero todavía hay muchas cosas por hacer.

 ¿Fue censurada?

 No. Fue vista en todos lados y pasó a ser una embajadora de Cuba en el mundo y lo sigue siendo desde 1994. Después de la caída del Muro de Berlín, en 1989, Cuba entró en una transición. Digamos que la película ayudó muchísimo para que el mundo nos viera distinto. Yo escuché decir a gente después de ver la película: los cubanos no eran tan locos como yo pensaba, ni son radicales, Cuba es otra cosa. La película ayudó mucho. Hasta captó la atención de los turistas.

Encuentro con Fidel

“Fidel Castro recibió al equipo de “Fresa y chocolate” que participaba en el Festival de Cine Latinoamericano en Cuba, en diciembre de 1993. Frente a todos, Fidel Castro dijo: bueno, vamos a brindar por la película, no la he visto. Él preguntó: ¿con qué quieren brindar? Y yo dije: con la bebida del enemigo, y él dijo el ‘Havana Club’ es muy bueno”, cuenta.

 Ha hecho usted más de cuarenta películas. ¿Hasta dónde quiere llegar?

 No hay límite, hay que seguir para adelante.

 En el Perú gusta mucho el cine cubano.

 Las películas cubanas en Perú son accesibles a la gente gracias al Festival Latinoamericano de Cine de Lima. Ah y “Polvos Azules” y “El Hueco”, estos lugares están haciendo lo que los gobiernos deberían hacer: entregar películas a precios cómodos.

 ¿Qué significa para usted Fidel Castro?

 Bueno es, imagínate (reflexiona, piensa), es un mesías latinoamericano. Mi generación ha vivido su esplendor y parte del sacrificio para defender las ideas que él profesa. Un hombre que no sólo representa a Cuba sino, de alguna manera, a Latinoamérica.

 ¿Qué cambiaría de Cuba?

 Yo espero que la economía mejore, que haya mayor apertura a nuevos mercados y que por fin se acabe el bloqueo contra nosotros.

También pinta

Es pintor mucho antes de dedicarse a la actuación. “La pintura está siempre más cerca de la infancia”, dice. Tuvo que abandonarla, sin embargo, porque descubrió que también podía actuar y se dedicó al teatro a tiempo completo. Desde los 17 años hasta los 27 su vida fue el teatro. Participó en tantas obras que es engorroso mencionarlas: “Romeo y Julieta”, “María Antonia”, “Yerma”, “Hamlet”, “Habla bajo si no yo grito” y “Las criadas”. Pero en el año 2000 volvió al arte solitario de la pintura, a la lucha con los colores y las formas. Empezó como pasatiempo y a insistencia de los amigos y tuvo mucho éxito. En el 2001, lanza su primera exposición de pinturas “Si me pides el pesca’o te lo doy...”.

En junio, por ejemplo, presentó en Oviedo (España) su muestra “Muros”, compuesta por 32 pinturas. En Nueva York, en el Centro de Estudios Cubanos, también expuso su colección y le fue bien. “La pintura es un trabajo más personal, más solitario. Me gusta y me va gustando cada día más”, dice.

Amante de la vida y artista comprometido con lo bueno, Perugorría debe subir. Lo esperan arriba, su esposa y el sueño. “Yo no me rindo fácil, pero no hay que abusar”, dice y se despide, pero antes le muestra sus ojos a la reportera gráfica que está muy atenta a sus movimientos.

Nota publicada en La Primera