Cuando el joven Luis Chusig Jr., fascinado por el oficio de su padre, se acercó a la Universidad para presentar sus papeles de ingreso a la carrera de medicina, el sistema informático le rechazó automáticamente; entonces se enteró que por el apellido que llevaba, no cumplía con los requisitos señalados por el Consejo Universitario. Debía acreditar ser un criollo hijo de españoles blancos, por tanto, competente para seguir estudios universitarios.

Luis, (lucho, más que luigui) hijo de un indio quechua, de esos que no pueden ocultar su pureza, réquete indio, natural de Cajamarca por más señas, migrado a Quito, se casó con la mulata Catalina, hija de un fulano liberto dicen, es decir que fue esclavo liberado. El joven, hijo de ambos, entre siete, sobrevivió con dos hermanos más: Juan Pablo y Manuela, entonces se morían por una epidemia viral venida de las porquerizas donde trabajaron los conquistadores españoles y sus encomenderos y que asoló el país por más controles que imponían en los aeropuertos. En su madurez dedicó su libro “Reflexiones” a fin de liberarle al pueblo de esa rara enfermedad.

El mitad indígena y mitad mulato, es decir lo mismo, al ser rechazado por la comisión de ingreso, se dio cuenta de la tremenda e injusta resolución, desde entonces tomó la decisión no solo de ejercer la medicina a favor de los más necesitados, sino también de oponerse al discrimen y a la falta de libertades; y como una muestra inicial, para ingresar a la Universidad les hizo trampa a las autoridades, se cambio de nombre y apellido poniéndose el pomposo de Francisco Eugenio Xavier de Santa Cruz y Espejo. Quién iba a sospechar que un longo llevaría semejante exuberante nombre que derrochaba clase, si ese nombre aniñado sonaba tanto como el del Presbítero Vasco de Contreras y Valverde, consultor de la santa inquisición o del doctor en teología José Eleodoro Díaz de la Madrid y Unda y más que los de Edgar Samaniego y Rojas o el de George Arroba y Rimaos. Así con nombre pelucón sorprendió a los tribunales de ingreso, aprovechando que como no había propedéutico, entonces no se darían cuenta de su extracción humilde. Ya ingresado a la universidad, (y casi a la Liga, pero si al FRIU) tarde fue cuando se dieron cuenta, en vano perdió lo estribos el rector don Samaniego y Rojas que en plena rabieta terminó rompiendo el babero de solemnidad que llevaba puesto; el lucho, o se el Francisco Eugenio Xavier ya había iniciado sus prácticas en el Hospital de la Caridad San Juan de Dios, con la estima de varios de sus profesores y condiscípulos, pero especialmente de sus pacientes menesterosos.

Desde entonces y por esa mala experiencia el Consejo Universitario decidió que entre los requisitos, junto al formulario de inscripción en el que se pone el nombre, se presente el original y copia de la cédula a color para identificarles adecuadamente, así como el ticket emitido por Servipagos y se impuso sanciones al aspirante que intentare “presentación de documentos falsos, intento de fraude y suplantación de identidad” y para que no pasen cosas el examen, un curso propedéutico de seis meses, calificado, a fin de comprobar su comportamiento, y entrarían solo los que hayan tenido cupo, es decir quienes cuyos padres se palanquearon con autoridades, profesores o empleados importantes de la universidad. Hecha la ley, hecha la trampa dice el vulgo, no faltará alguien, algún infiltrado, un rojo, o varios que finalmente ingresarán con trampa o sin ella.

Chusig, convertido en Espejo, finalmente formó los primeros movimientos de universitarios que se agruparon en torno a la búsqueda de la independencia de nuestras tierras colonizadas, criticó a las “autoridades”, sus pensamientos y métodos dogmáticos en la Ciencia blancardina, donde ridiculizó a quienes se jactaban de una supuesta sapiencia y autoridad basada en su vacía retórica que a la final para nada servía, pues estos mercachifles nada mismo aportaron a la ciencia, ni siquiera fueron los que descubrieron como cubrir una humita para garantizar su cocción completa. Así mismo se proclamaron científicos, ratificados por “sociedades académicas” que ellos mismos fundaron.

Longo como era, tenía los pómulos pronunciados y hasta los ojos rasgados. Fue acusado de conspirador y sedicioso por haber colocado una banderita (afiches políticos dicen) en el sagrado recinto conventual de la Audiencia de Quito, en cada cruz de las siete existentes en la ciudad, llamando a los quiteños a ser libres. Y como le siguieron los guardias de seguridad en la moto con cámara de fotos y filmadora para testimoniar que él mismo era, fue pescado y publicado su foto y nombre original junto a su “alias”, en el mismísimo Comercio de circulación nacional y en Canal cuatro, acusado de subversivo, de atentar a las buenas costumbres y a la dignidad del rey y por ser “Chino”. Las autoridades, con pelucas ya ralas y baberos en sus pechos, le ilegalizaron su sociedad de la Concordia luego de tremendo relajo, así como su periódico Primicias de la Ciudad de Quito, que se parecía a la Sombra, finalmente le condenaron al cadalso, (entonces era suficiente que la televisión y la prensa dijeran que es culpable) En la cárcel, adquirió una enfermedad que a la final le llevó a la muerte, pocos días después que por “humanidad” le dejaron en libertad. Si a Espejo le hubieran tomado examen, propedéutico y cupo, tal vez se habría evitado este final. Lo que hace el Samaniego y Rojas, por tanto, es prevenir antes que curar estos males.

La Sombra…