Falta de identidad, falta de seguridad en sí mismo, baja autoestima, son los males de la sociedad ecuatoriana”, sentenció un Sociólogo al finalizar una conferencia sobre violencia e inseguridad ciudadana en una de las prestigiosas universidades de Quito.

Miércoles, 21:00 horas de la noche, me dirigí a la zona de la Mariscal Sucre, en pleno corazón comercial y bancario de la capital, pues unos amigos otavaleños recién llegados de Austria iban a dar un concierto de música andina en el Bar-restaurant Cactus.

El sitio, regentado por mashis indígenas, hace recordar a las desaparecidas peñas de antaño. De las paredes cuelgan tapices, fotografías y pinturas con motivos andinos, y una gran cuchara mama con la cual se mece la chicha. Durante el día se ofrecen platillos de la comida ancestral andina como sopa de quinua, mote con chicharrón, llapingachos, etc. En la noche, la música preferentemente de las comunidades de Imbabura y de grupos de música latinoamericana suena en el ambiente. Al lugar acceden miembros de todas las nacionalidades del Ecuador provenientes de Loja, Cañar, Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua, indígenas amazónicos, mestizos y afroecuatorianos, etc, además de peruanos, colombianos y uno que otro personal llegado de Europa y gringolandia.

Al calor de unos canelazos, la música invita a bailar sanjuanes y sanjuanitos de las fiestas del Inti Raymi, una danza ceremonial y comunitaria que se baila durante las fiestas de la cosecha, haciendo un círculo y en la que todos pueden participar.

Afuera, pasa la policía montada como si fuera una de las paradas militares muy frecuentes últimamente. Los patrulleros pasan raudos haciendo sonar sus sirenas, espiando que los melenudos indígenas no anden consumiendo substancias psicotrópicas ilegales pues las legales se consiguen en cualquier licorera o tienda de la esquina.

En esas estábamos, bailando el karahuay y dándole a la sanjuaneada, la misma que requiere un buen estado físico porque literalmente se danza en el propio terreno, cuando en la calle se escuchó un grito de dolor

 Ayyy ¡Auxilio me acaban de asaltar!

Se detuvo la bailanta y salimos en quema. Tirado sobre el asfalto yacía un ciudadano afroecuatoriano con peinado a lo rastafary y cultor de Bob Marley con dos puñaladas en el vientre.

-Me jodieron, me jodieron por robarme un celular. Una ambulancia, una ambulancia por favor solicita desesperado.

Alguien llama a la policía, otro a los bomberos. Ni uno ni otro acuden prestos. Pasados 45 minutos por fin llega la ambulancia de los bomberos. Médicos y enfermeros proceden a revisar al herido como si se tratase de un objeto extraño e intentan suturar la herida sobre la vereda sin la asepsia requerida.

Indignada la gente exige que lo lleven al hospital ¡Llévenlo a curarlo en el hospital! digo en el colmo del enojo. Un oficial de la casaca roja me pregunta ¿Usted se va a hacer cargo de los gastos de este negro? A este negro no ha de haber ni quien reclame ¿Hay aquí algún familiar que responda por él? Por negro y mariguanero se jodió. A estas horas los hospitales están a full y no podemos llevarlo a ninguno, manifiesta campante mientras enciende un cigarrillo.

¿Para eso pagamos impuestos? ¿Para aguantar su racismo? El pueblo paga sus sueldos y ustedes no son capaces de cumplir con su trabajo. Estamos hablando de un ser humano, llévenselo a un hospital de una vez, le increpo aupado por las voces de los compañeros indígenas.

90 minutos más tarde que los bomberos llega la policía. Sin preguntar procede a una requisa de armas, como si uno de nosotros fuéramos los culpables. “La policía llega tarde, pero siempre llega” grita una mashi. La carcajada general no se hace esperar mientras el Sargento ordena cerrar el local porque ha excedido la hora zanahoria.

Sonreí al recordar la palabras del Sociólogo: “Falta de identidad, falta de seguridad en si mismo, baja autoestima, son los males de la sociedad ecuatoriana”, y me fui en medio de la fría noche quiteña pensando que esta sociedad capitalista nos ha encerrado en condominios y conjuntos habitacionales amurallados hasta los dientes, que ni siquiera en la casa de uno se puede estar seguro porque los tumbapuertas también hacen de las suyas que con tanta inseguridad ni chance de farrear tranquilo hay.

Agarré un taxi antes de que me venza la paranoia, pero iba a constatar la cereza que le faltaba al pastel. Al abrir la puerta de mi habitación me percaté que el insigne miembro de la clase del volante, me había volado el celular.