Precisamente, en las fiestas patrias de 1997, Felipe Calderón, que era entonces dirigente nacional del Partido Acción Nacional, vitorearía a la Virgen de Guadalupe y a Iturbide, junto con los héroes de la Independencia.

En abril del mismo año, el panista mexiquense Noé Aguilar Tinajero había escandalizado a la opinión pública al expresar crudamente la concepción derechista de la historia, prodigando ataques contra Juárez y elogiando las pretensiones imperialistas que tuvo Iturbide, de quien decía: “Hay que revalorar igualmente a Agustín de Iturbide y sus intenciones de formar un imperio que abarcara hasta Centroamérica…”

Esas valoraciones reflejaban ideas tradicionales en la derecha mexicana, tal como fueron expresadas por ideólogos de esa corriente, como Salvador Abascal, principal dirigente histórico de la Unión Nacional Sinarquista y padre del extinto Carlos Abascal, quien fuera secretario del Trabajo y de Gobernación en el sexenio de Fox.

Cada año, los sinarquistas siguen rindiendo homenaje a la memoria de Iturbide, igual que otros personajes y sectores de la extrema derecha. Con la misma actitud que tenía Salvador Abascal (quien en 1996 publicó el folleto titulado El cura Hidalgo, de rodillas, donde atacaba al padre de la patria), esos grupos rechazan el 15 y 16 de septiembre como fiestas de la Independencia, que según ellos deben celebrarse el 27 de septiembre, fecha de 1821 cuando Iturbide entró en la ciudad de México al frente del Ejército Trigarante, en el día mismo de su cumpleaños.

En 2007, algunos sinarquistas celebraron ese día con una misa en la Catedral y luego llevaron a cabo una reunión en el Club de Periodistas, con personajes como José María Abascal Carranza, otro de los hijos de Salvador Abascal, y como Alejandro López Pardiñas, exdirigente de la Falange española.

Participó también la monja sor Clotilde García Espejel, quien se refirió a “la inspiración que don Agustín de Iturbide tuvo en la religión católica como eje de su lucha por la independencia frente a las influencias masónicas que empezaban a dominar el gobierno español” (www.recorri2.com/…/es/…/432–sm-iturbide.html).

Iturbide en su tiempo

Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu (1783-1824) nació en Valladolid, hoy Morelia, hijo de un hacendado español y de una dama perteneciente a una antigua familia de Michoacán.

Entró al ejército en su primera juventud, y fue enemigo feroz de la lucha por la Independencia. Según cronistas de esa gesta, solía fusilar a sus prisioneros, sin exceptuar a las mujeres, además de que llegó a ser procesado por incurrir en el pillaje durante sus correrías militares.

“La ferocidad de Iturbide fue verdaderamente espantosa… no sólo en los campos de batalla y en contra de los prisioneros de guerra, sino también contra muchos vecinos pacíficos de las poblaciones, sin más motivo que el de ser éstos adictos a la Revolución. Fuese por cálculo o en virtud de un profundo fanatismo, manifestaba siempre los sentimientos religiosos más exagerados…” (Juan N Chávarri, Historia de la guerra de Independencia. De 1810 a 1821, Editora Latinoamericana, México, 1960, p. 413).

En 1821, Iturbide planeó, con ayuda de sectores clericales y acaudalados, en reuniones celebradas en el templo de La Profesa, llevar a cabo una independencia retrógrada en relación con las corrientes liberales y progresistas que campeaban en ese tiempo en España.

Los proyectos iturbidistas, que lo convirtieron en figura de culto de la derecha católica, contemplaban la unidad de la nación independiente, bajo la tutela religiosa, con el lema de las tres garantías: religión, unión, independencia.

Por ello, el artículo 16 del Plan de Iguala, en cuya confección participaron un obispo, un canónigo y otro religioso, prescribía: “Se formará un ejército protector que se denominará de las Tres Garantías, porque bajo su protección se toma, lo primero, la conservación de la religión católica, apostólica, romana, cooperando todos por todos los medios que estén a su alcance, para que no haya mezcla alguna de otra secta y se ataquen oportunamente los enemigos que puedan dañarla” (Rubén García V, Iturbide, México, 1950, p. 127).

Al año siguiente, Iturbide se convertiría en emperador, mediante un golpe militar iniciado en el cuartel de San Hipólito, donde el 18 de mayo el sargento Pío Marcha lanzaría el grito “viva Agustín I”, secundado por el repique de las campanas de los templos y las salvas de artillería.

El imperio de Iturbide fue efímero, pues tuvo que abdicar en 1823. Se exilió del país, y cuando intentó regresar fue fusilado. En 1838, bajo la Presidencia de Anastasio Bustamante, sus restos se inhumaron con honores en la capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral Metropolitana de la ciudad de México, donde una calle, situada entre Juárez y Bucareli, sigue llevando su nombre.

La contraparte de los proyectos conservadores de Iturbide fue la lucha que llevaron a cabo los verdaderos defensores de la independencia y de la libertad, ideales que se habían promovido desde el siglo XVIII en las logias masónicas.