En defensa de su democracia, contra la
injerencia de EEUU y rechazando a una burda oligarquía atrasada, el
pueblo hondureño le mostró al mundo el pasado domingo que superará todos los obstáculos necesarios para que se respete su dignidad y derecho a la autodeterminación. Washington se quedó atónito ante la heroicidad de un pueblo pero con el garrote en la mano, sin ceder un centímetro con su acostumbrada arrogancia. La oligarquía hondureña trata de minimizar la derrota en las urnas custodiadas por los militares golpistas.
El pueblo hondureño protesta cada día y masivamente contra los golpistas.
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Peor aún, unos pocos gobiernos títeres – como el panameño – celebraron
la farsa montada por el Departamento de Estado norteamericano y su
embajador golpista en Tegucigalpa. El ministro de Relaciones Exteriores,
Juan C. Varela, regresando de Honduras se sentía seguro que sus aliados
ideológicos saldrían adelante con el fraude electoral.
Los 15 miembros
del flamante Consejo Nacional de Relaciones Exteriores de Panamá recién
nombrados aún no se pronuncian sobre la desaparición de la democracia en
un país centroamericano.
El pueblo hondureño tiene un objetivo claro y preciso. Hay que convocar
a la constituyente. A la cabeza de esa demanda puede estar el presidente
constitucional Manuel Zelaya – derrocado por el gobierno de Barack Obama
en junio del presente año – quien sigue refugiado en la embajada de
Brasil en Tegucigalpa. Todos los hondureños se han organizado en
sindicatos, grupos barriales, productores y asociaciones para exigir la
constituyente.
Honduras demostró que rechaza el golpe de Estado y sus arquitectos.
Exige que se le respete la democracia y que se vayan los usurpadores. La
convocatoria a unas elecciones de los golpistas nació sin vida. Los
golpistas se encuentran aislados internacionalmente, aunque cuenta con
el respaldo de una Casa Blanca que ha perdido toda su credibilidad, a
pesar de su Premio Nóbel.
El apoyo de Obama significa que los
usurpadores de Tegucigalpa seguirán recibiendo financiamiento para sus
operaciones espurias, que los militares hondureños seguirán bajo la
protección del Pentágono y que la red diplomática y de inteligencia de
Washington presionará a los países más débiles para que reconozcan las
elecciones de los golpistas. (¿Haití, Israel, Islas Marshall?).
La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, bautizó el
nuevo estilo de política exterior como “smart power” (poder
inteligente). Según su equipo duro atrincherado en la estructura
gubernamental de EEUU, los tiempos de la alternancia entre poder suave
(respeto a la democracia, los derechos humanos y a la autodeterminación
de los pueblos) y poder duro (bloqueo económico, intervención militar y
asesinatos selectos) debe ceder su lugar a esta nueva modalidad:
Por un lado, el brazo militar norteamericano concibe el golpe contra el
presidente Zelaya (desde su base en Cano Soto) y, por el otro, su equipo
diplomático busca “restituir la democracia” mediante el fraude
electoral. EEUU logró el apoyo de Costa Rica, Panamá, Perú y,
aparentemente, el rey de España. Sin embargo, tanto México como Colombia
– aliados de EEUU - se han mostrado renuentes a sumarse a la murga
festiva. En cambio, Brasil y sus aliados en la región han denunciado la
farsa y han regañado a Obama por su irrespeto a la inteligencia de los
latinoamericanos.
Sólo queda la alternativa de convocar a una
constituyente para que el pueblo de Honduras decida en forma soberana y
democrática su futuro.
Fuente: ALAI AMLATINA, 03/012/2009.
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