El candidato de la derecha chilena, Sebastián Piñera, ha ganado la primera vuelta con largos e inalcanzables 14 puntos porcentuales de ventaja sobre su más cercano perseguidor, el ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle que corrió por la Concertación. Tercero, en camino de difuminar a su electorado de casi el 20%, Enríquez Ominami. Por un lado, la diestra reencontró su camino a La Moneda. Por otro, la Concertación paga la factura de un innegable desgaste en los pagos gubernamentales y resiente la postulación de Enríquez. Sin embargo de todas estas consideraciones, para Perú, tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando. Cualquiera que gane, mantendrá la política insular, divorciada del resto de Latinoamérica de Chile, especialmente con su norte, Perú.

No pocas veces se ha reiterado que los socialistas chilenos de la Concertación eran, a la hora de tocar la carpeta Perú, más chilenos que socialistas. Y exactamente ocurre con los conservadores. Cuando el asunto es el acápite peruano, la política de Estado al exterior funciona con idéntica postura careciendo de cualquier importancia el nombre, tendencia o partido de quien llega a La Moneda. Por tanto los derechistas chilenos son más chilenos que derechistas.

No deja de ser interesante que al haber algo más de seis mil millones de dólares chilenos invertidos en circuitos financieros y comerciales en Perú, los dueños o gerentes tendrían algún peso relativo en cualquier toma de decisión de su gobierno, sobre todo, si el titular de La Moneda es uno de ellos. Como se sabe, Sebastián Piñera es el dueño de Lan, aerolínea que casi monopoliza el servicio aquí, abusando no pocas veces de su posición de dominio y elevando los precios a discreción y otorgando servicios discutibles.

Muy bien. A propósito del comicio chileno el comentario. Sin embargo, valga la oportunidad para reiterar la urgencia que tiene la organización del frente nacional respecto de cualquier clase de amenazas que demanden respuestas unificadas e inteligentes en todos los ámbitos. No hay quien pueda excluirse por pretextos ideológicos o añagazas doctrinarias, adefesios sindicales o confesionales. El dicho viejo reza: cuando llueve, todos se mojan.

¿Cómo construimos una complementariedad con Chile? He allí una de las claves más importantes para cualquier relación o difícil vecindad, como la llamaba el desaparecido maestro Alfonso Benavides Correa, con el país austral. Pero ésta implica la comprensión de los fenómenos que han alimentado la ríspida frecuencia entrambas naciones y uno de los caminos fundamentales pasa por la historia, la pulverización, allá y aquí, de mitos y balance histórico de sucesos que ocurrieron. Ni mito y tampoco lavada de rostro como alguna vez empujó la mañosa diplomacia sureña con la complicidad ignorante y sumisa del canciller de entonces, Allan Wagner Tizón, en 1985.

Esta naturaleza de procesos requiere de una potente voluntad política y la convicción férrea que sólo en concierto y unidad, será posible presentar un formidable haz de opciones con horizonte de triunfo. Las divisiones o secesiones, espontáneas, torpes o alentadas por la quinta columna, sólo garantizan derrotas humillantes. Y de éstas, hay muchas en la historia republicana, debidas, más que a los ocasionales invasores, a las cobardías y sucias hojas de vida de quienes han sido sus gobernantes, casi todos corruptos y miserables.

Sabida con anticipación, por su carácter de predicible, la política exterior chilena, ¿qué esperan los de aquí para subrayar dinámicas imaginativas, dignas y de absoluta participación popular? No hay pretexto válido ni argucia posible. Es hora de actuar. Así de simple.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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