El asunto es que actuar mediante el empleo del terror parecería elemento intrínseco en la historia de aquella sociedad.
A disparo limpio y sin miramientos, expandieron sus fronteras al oeste. Los cadáveres de los naturales, considerados seres inferiores por los colonos y las máximas autoridades, tapizaron la marcha hasta las costas del Pacífico.
A base de terror se esclavizó la mano de obra negra, y a fuego y soga al cuello se impuso luego la segregación a sus descendientes.
Esa sociedad de violencia no ha vacilado en reiterados magnicidios a lo largo de su devenir: en su seno se reproducen matanzas, asesinatos y atentados de todo corte y signo, en el empeño de unos por imponerse a los otros.
El culto a la violencia emula con la adoración al dinero y al poder. Lógicamente, la “tradición” terminaría también por hacerse política externa, y son numerosos los países y pueblos que a lo largo de siglos han sido víctimas del más horripilante ultraje norteamericano.
Invasiones militares, actos hostiles, sabotajes, adiestramiento y atizamiento de grupos extremistas, alianzas y apoyo a regímenes violentos, guerras indiscriminadas, asesinatos de figuras “indeseables”, torturas, son algunas de las prácticas de Washington en sus afanes de permanente hegemonismo internacional.
Los “grandes terroristas” contra los que hoy la Casa Blanca moviliza más y más tropas en Asia Central, por ejemplo, son precisamente cuervos de aquellas camadas, pagadas y adiestradas por EE.UU., para imponer sus intereses en naciones como Afganistán, cuando sus máximas autoridades defendían otros signos políticos ajenos a los designios norteamericanos.
Por demás, los círculos estadounidenses de poder y el sistema imperial no solo producen terrorismo y terroristas, sino que devienen albergue preferido y plácido de los criminales nacidos en otras tierras que han servido fielmente a sus soberbios patrones. ¿Ejemplo? Luís Posada Carriles y Orlando Bosch, entre otros muchos.
La conclusión es entonces simple y aplastante. Si de listas de naciones terroristas se trata, a los Estados Unidos le corresponde, con sobrada ventaja, el número uno en la negra boleta.
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