Señoras y Señores:

Permítanme dar las gracias al profesor Schwab y a todos los organizadores del Foro de Davos por haberme invitado a pronunciar el discurso de apertura de esta 40ª sesión.

Que las cosas queden claras: no he venido aquí en calidad de responsable político para dar lecciones, sino para decirles que debemos extraer todos juntos lecciones de la crisis. ¿Por qué debemos extraer lecciones todos juntos? Porque todos somos responsables. Y porque, sobre todo, somos responsables del mundo que vamos a dejar a nuestros hijos.

Señoras y Señores: sin la intervención de los Estados, todo se hubiese derrumbado. No es una cuestión de liberalismo, de estatismo, de socialismo, de izquierdas o de derechas, es una realidad. Si no extrajésemos de los eventos que vivimos hace un año la conclusión de que hay que cambiar profundamente y si no cambiamos, seríamos irresponsables.

Esta crisis no es sólo una crisis mundial.

Esta crisis no es una crisis en la mundialización.

Esta crisis es una crisis de la mundialización.

En un momento dado, nuestra visión del mundo fue errónea.

Por tanto, lo que tenemos que corregir es nuestra visión del mundo.

No hay prosperidad sin un sistema financiero eficaz, sin libre circulación de las personas y de los bienes, sin una competencia que ponga en tela de juicio las rentas de situación.

Pero las finanzas, el libre comercio, la competencia son medios, no son fines en sí. No confundamos los medios y los objetivos que debemos fijarnos.

La mundialización derrapó cuando se admitió que el mercado siempre tenía razón sin condiciones, sin reservas y sin límites y que no podía oponerse ninguna otra razón.

Intentemos volver a los orígenes: los desequilibrios de la economía mundial impulsaron el desarrollo de las finanzas globales. Liberalizamos las finanzas para poder financiar con más facilidad los déficits de quienes consumían demasiado con los excedentes de quienes no consumían lo suficiente. La perpetuación y a la acumulación de los desequilibrios han sido el motor y la consecuencia de la globalización financiera.

En primer lugar, la mundialización fue una mundialización del ahorro. Quiero decir muy claramente que la mundialización del ahorro engendró un mundo donde todo se facilitaba para el capital financiero, todo, y casi nada para el trabajo, un mundo donde el empresario contaba menos que el especulador, donde el rentista era más importante que el trabajador, donde los efectos palanca -la expresión "efectos palanca" estaba en boca de todo el mundo- alcanzaban niveles que no eran no razonables. Todo esto engendró un capitalismo en el que era normal jugar con el dinero, de preferencia con el de los demás, ganar fácilmente, extremadamente rápido, sin esfuerzo y a menudo sin crear riqueza o empleos, sumas de dinero absolutamente considerables.

Una de las características más asombrosas, a mi parecer, de ese capitalismo que dejamos nacer es que el presente era todo y el futuro no contaba. Todo se hacía pensando en el presente inmediato y nada pensando en el futuro. De hecho, leíamos -le tomo como testigo, Profesor Schwab- esa depreciación del futuro en las exigencias absolutamente exorbitantes de rendimiento. Ese rendimiento dopado por la especulación y los efectos palanca eran la tasa de actualización de los ingresos futuros: cuanto más se elevaban, menos contaba el futuro. Todo, todo de inmediato.

Leíamos esa depreciación del futuro en la contabilidad. ¡Fantástico! Señoras y Señores: acabamos por evaluar los activos de una empresa en función del precio del mercado, olvidando que el mercado cambia sin cesar dependiendo, por ejemplo, de las aceleraciones bursátiles. Cuando la euforia se generalizaba en los mercados, los balances se reevaluaban y la reevaluación de los balances dopaba, a su vez, los tipos de cotización. Cuando se extendía la desconfianza, los balances se infravaloraban y su depreciación hacía caer, a su vez, los tipos de cotización.

Los perjuicios de esta contabilidad durante la crisis financiera quedaron en evidencia cuando el desplome de los mercados hizo que se fundiera el capital de los bancos y la crisis del crédito se agravó. Y nos decían: "atención, los bancos ya no valen nada, ya no pueden prestar nada". Las empresas no podían solicitar créditos porque no se los concedían. No se concedían porque el valor de los bancos había desparecido. El valor de los bancos había desaparecido porque había sido actualizado en función de la cotización del día -¿qué digo, del día?- de la tarde, de la mañana, de la hora, del minuto.

Todo nuestro sistema de representaciones estaba falseado. Puedo afirmar -y pido perdón ante ustedes por esta idea demasiado simple- que el valor económico de una empresa no cambia cada segundo, cada minuto, cada hora…. Para tomar conciencia del nivel de absurdidad de esta contabilidad, basta con saber que, con el sistema basado en el valor del mercado, una empresa puede registrar un beneficio contable ¡por el mero hecho de que la degradación de su firma disminuye el valor de su deuda en el mercado! ¡Qué ocurrencia!

Todo nuestro sistema de medición estadística estaba falseado.

En las estadísticas, veíamos que los ingresos aumentaban.

Pero en la vida, las personas veían que las desigualdades aumentaban.

En la vida, veíamos eso y en las estadísticas el nivel de vida se elevaba, pero el número de personas que sentía que la vida era dura aumentaba sin cesar.

Releamos el informe de la Comisión presidida por Joseph Stiglitz e interroguémonos sobre nuestro modo de medir la economía y sus resultados. En el fondo, equivale a interrogarnos sobre nuestras finalidades. ¿Qué queremos hacer con el capitalismo?

Esta reflexión no puede ser desarrollada únicamente por los especialistas, por los expertos en estadísticas. Debemos salir de la civilización de los expertos que no debaten entre ellos, sino cada uno sobre su especialidad.

Debemos reflexionar todos juntos, no sólo hay problemas técnicos. Y debemos hacerlo porque si no lo hacemos, corremos riesgos insostenibles de cara al futuro. Si no cambiamos la reglamentación bancaria, si no cambiamos las reglas prudenciales, si no cambiamos las reglas contables -pero no sólo es una cuestión de técnica, no sólo es una cuestión de expertos- ¿dónde vamos a conducir a nuestro capitalismo? ¿Qué queremos hacer con él? ¿Cuáles son los objetivos que nos fijamos?

No vamos a acabar con el hambre en el mundo si no conseguimos estabilizar las cotizaciones de las materias primeras que evolucionan de forma errática. No es una cuestión de expertos.

No vamos a proteger el futuro del planeta si no pagamos el verdadero precio de la escasez. No es una cuestión de expertos. Es asunto de todos.

No vamos a reconciliar a los ciudadanos con la mundialización y con el capitalismo, si no somos capaces de aportar al mercado contrapesos, incluso medidas correctivas.

Finalmente, obviando todas nuestras responsabilidades en el mercado, hemos creado una economía que ha terminado por evolucionar en contra de los valores que tomaba como referencia.

Por ejemplo, hemos mutualizado el riesgo de forma excesiva, hemos diluido la responsabilidad. Si los riesgos se reparten hasta el infinito, ya no hay responsable. Si no hay un responsable, ya no vivimos en una economía de mercado.

Poniendo el libre comercio por encima de todo, hemos debilitado la democracia, porque los ciudadanos esperan que la democracia los proteja.

Centrándonos en la lógica a corto plazo, hemos agotado los recursos no renovables y hemos dañado el medioambiente. No puede haber desarrollo sostenible cuando el beneficio inmediato y el valor para el accionista son los únicos criterios. No digo que sean criterios ilegítimos, digo que no pueden ser los únicos.

¿Qué ha ocurrido cuando se ha liberalizado de forma excesiva? Hemos tenido dumpings y una competencia que ya no era leal, sino desleal. Hemos dejado que se extendiera una mundialización fundada en el crecimiento externo, donde cada uno se desarrolla acaparando las empresas, los empleos, las cuotas de mercado de los otros, en vez de trabajar más, invertir más, aumentar su productividad y su capacidad de innovación.

La mundialización con la que habíamos soñado era aquélla en que -en vez de rivalizar con los otros a golpe de dumpings monetarios, sociales, fiscales y ecológicos- cada uno fundaba su desarrollo en el progreso social, en el aumento del poder adquisitivo y en la mejora de la calidad de vida.

Miren: en la OIT, en el FMI, en el Banco Mundial, en la FAO, en el G20, al fin y al cabo, Señoras y Señores, se habla de lo mismo, pero bajo ángulos diferentes. Se habla sobre la gran pregunta del siglo XXI: ¿cómo volver a poner la economía al servicio del hombre? Ésta es la pregunta que se plantea a todos los responsables. ¿Cómo lograr que la economía no se considere un fin en sí, sino un medio? ¿Cómo tender hacia una mundialización en la que cada uno se desarrolle y contribuya al desarrollo de los demás? ¿Cómo construir una mundialización más cooperativa y no tan conflictiva como la de hoy?

Entendámonos, quiero que me entiendan bien: no se trata de preguntarnos con qué vamos a sustituir al capitalismo, sino de saber qué capitalismo queremos.

La crisis que atravesamos no es una crisis del capitalismo. Es una crisis de la desnaturalización del capitalismo.

El capitalismo siempre ha sido inseparable de un sistema de valores, de un proyecto de civilización y de una determinada idea del hombre.

El capitalismo puramente financiero es una deriva que pisotea los valores del capitalismo. Pero el anticapitalismo es aún peor. El anticapitalismo no es una solución. No hay otro sistema aparte de la economía de mercado.

Pero salvaremos al capitalismo y a la economía de mercado refundándolos -osaría decir- moralizándolos. Sé que este término puede generar muchas interrogaciones.

¿Pero, en el fondo, qué necesitamos, sino reglas, principios, una gobernanza que refleje valores compartidos? ¿Y si nos dotásemos de una moral común?

No podemos gobernar el mundo del siglo XXI con las reglas del siglo XX.

No podemos gestionar la mundialización dejando de lado a la mitad de la humanidad.

No podemos tomar las decisiones de la mundialización sin la India, sin África o sin Latinoamérica. Es una locura.

No podemos concebir el mundo de después de la crisis como el de antes.

El mundo del mañana no será como el de ayer.

Tenemos que asumir nuestras responsabilidades. Hay comportamientos indecentes que no serán tolerados por la opinión pública, Queridos Amigos, en ningún país del mundo, ni siquiera en el más grande.

Hay beneficios excesivos que ya no serán aceptados porque no podrán equipararse con la capacidad de crear riqueza y empleos.

Vayamos un poco más lejos. Hay remuneraciones que ya no se soportarán porque no estarán relacionadas con el mérito. Pero si quien crea empleos y riqueza puede ganar mucho dinero, es normal, no es chocante. Debemos explicarlo con pedagogía. Lo que es profundamente anormal es que quien gane mucho dinero cuando todo va bien, considere natural seguir ganando mucho dinero cuando la situación sea mala. Nadie puede aceptarlo. Gran remuneración, grandes responsabilidades. Que alguien destruya empleos y riqueza sin extraer ninguna consecuencia de la situación es moralmente inaceptable.

Quise que el gran director de un banco francés dimitiera porque uno de sus colaboradores, solo, había logrado hacer un desvío de dinero que costó varios miles de millones de euros a ese banco. No es normal que con un problema de funcionamiento tal, esa persona siga en su cargo o entonces nuestro sistema ya no está basado en las responsabilidades. Pero también he defendido a un empresario francés que toma las riendas de una de las grandes empresas de Francia con un salario más confortable, porque es un hombre con competencias reconocidas.

Ocurre lo mismo con las primas. Cuando se hace una lista de primas para todos los que han contribuido a aumentar los beneficios de una empresa, es perfecto. Pero cuando la empresa pierde dinero, que no vengan a explicarme que eran capaces de hacer una lista de primas y que no son capaces de hacer una lista de penalizaciones. Cuando alguien sale ganando pase lo que pase, no estamos en un sistema de economía de mercado. Se engaña a la gente y moralmente no puede defenderse. Quienes actúan de este modo, Señoras y Señores, destruyen los valores de la economía de mercado que defendemos todos juntos. Es la caricatura de lo que defendemos y una ínfima minoría puede desnaturalizar, ante la opinión pública natural, un sistema que ha demostrado ser sólido.

En el futuro, la exigencia será mayor y los ingresos deberán ser proporcionales a la utilidad social, al mérito, una mayor exigencia de justicia, una mayor demanda de protección.

Profesor Schwab: creo que no tenemos elección. O cambiamos nosotros solos o los cambios se nos impondrán. ¿Por qué? ¿Por quién? Por las crisis económicas, por las crisis políticas y por las crisis sociales. Optemos por el inmovilismo y el sistema será barrido. ¡Y lo habrá merecido!

O bien seamos capaces -mediante la cooperación, la regulación, la gobernanza- de responder a la demanda de protección, de justicia, de lealtad o nos toparemos con el proteccionismo, el ostracismo y el individualismo. Estoy a favor del libre comercio, de la libertad de circulación, ¿pero acaso alguien puede afirmar que las opiniones públicas aceptarán que determinados países se exoneren de toda regla para inundar el mercado de quienes respetan las reglas? El proteccionismo -que no debemos desear bajo ningún concepto- vendrá con esos fallos de funcionamiento.

El G20 prefigura la gobernanza planetaria del siglo XXI. Sin el G20, el individualismo hubiese predominado; sin el G20, no hubiese sido posible regular las primas, acabar con los paraísos fiscales y cambiar las reglas contables.

Pero quiero decir algo de Davos: es muy bonito tomar decisiones y además hay que esperar que sean puestas en práctica. Quiero aprovechar esta oportunidad para afirmar que aunque haya señales de reactivación que dejan predecir el final de la recesión mundial, ello no debe incitarnos a ser menos audaces, sino más. Aún más, para reformar nuestros sistemas de protección social, sanear nuestras finanzas públicas, ser más rigurosos en la lucha contra el fraude fiscal e invertir en el futuro. Si no lo hacemos, la reactivación sólo será un respiro.

Los compromisos tomados deben cumplirse.

Voy a poner ejemplos. Si el debate absolutamente crucial sobre las normas contables se complica, si los organismos privados a quienes hemos delegado un poder de reglamentación violan deliberadamente el mandato que los jefes de Estado y de Gobierno les han dado y si les dejamos actuar sin control, la credibilidad del G20 desaparecerá por completo. Y si desaparece por completo la credibilidad del G20, perderemos el inicio de un gobierno económico mundial y será una catástrofe.

Si la competencia es falseada por reglas prudenciales que seguirían siendo diferentes en cada país, en cada continente, cuando hemos decidido lo contrario. Por ejemplo, debemos establecer una definición común de los fondos propios y si no nos ponemos de acuerdo sobre ello, otros actores considerarán normal retomar las costumbres previas a la crisis. No me conformaré con una toma de decisión simbólica y política, pediré que se ponga en práctica.

¿Cómo, por ejemplo, en el mundo de la competencia, exigir de los bancos europeos un capital tres veces mayor para cubrir los riesgos de sus actividades de mercado y no exigirlo a los bancos americanos y asiáticos? ¿Quién podría entenderlo? Sería un escándalo y no podríamos aceptarlo.

¿Cómo aceptar que la obligación para los bancos de conservar en sus balances una parte de los créditos que han titulizado no se integre en las reglamentaciones de países miembros del G20 cuando ese principio ha sido acordado por unanimidad? ¡No podemos aceptarlo! La única diferencia es que Francia no dirá: "¡ah, espero a que los otros lo hagan para hacerlo!" Lo haremos, respetaremos escrupulosamente las reglas. Pero tomaremos como testigo a la opinión pública mundial y quienes no apliquen las reglas definidas de forma común y adoptadas por unanimidad darán explicaciones ante sus opiniones públicas.

Si fabricamos normas que no extraen lecciones de la crisis y que conducen a los inversores a largo plazo a disminuir sus carteras de acciones -lo cual es impensable- no habrá que extrañarse de que las cotizaciones sean aún más inestables y de que muchas empresas estén más sometidas a una presión especulativa. Si la consecuencia que extraemos de la crisis es pedir a los inversores que inviertan menos en acciones, es que no hemos entendido bien lo que ocurrió hace un año.

No hacer lo que hemos decidido, sería un error económico, político y moral.

En el fondo, sabemos perfectamente lo que tenemos que hacer juntos.

Acabar con un sistema sin reglas que perjudica a todo el mundo y reemplazarlo por reglas que permitan mejorar a todo el mundo. Sé que soy sospechoso desde este punto de vista, pero por favor ¿podemos intentar transmitir esta idea razonable? ¡Si el exceso de reglas mata el dinamismo, la ausencia de reglas mata el capitalismo! ¿No es una idea tan difícil como para no conseguir que se entienda en todos los continentes?

No se trata de tener el mismo derecho laboral en todas partes, es evidente.

Pero a la vez, aquí en Davos, me gustaría plantear esta pregunta. ¿Cómo aceptar que unos cincuenta Estados miembros de la OIT -¡miembros de la OIT! - no hayan ni siquiera ratificado las ocho normas que definen los derechos fundamentales del trabajo? Entiendo perfectamente que un país que no es miembro de la Organización Internacional del Trabajo no adopte las normas, ¡pero cuando se es miembro de una organización, se adoptan normas y no se ratifican! ¿Quién puede creer en su palabra? ¿Qué sistema es éste? No es una mundialización regulada, es una jungla.

En Copenhague, 192 países han suscrito compromisos cifrados sobre el clima. ¿Cómo lograr que se respeten esos compromisos sin una Organización Mundial del Medioambiente por la que Francia aboga? ¿Cómo no ver que la posibilidad de instaurar una tasa de carbono en las fronteras contra el dumping medioambiental es una incitación fuerte para que cada país respete la regla común?

El avance decisivo, a mi parecer, sería poner el derecho ambiental, el derecho laboral y el derecho a la igualdad a la misma altura que el derecho mercantil. Es una revolución en la regulación mundial y ello implica que las instituciones especializadas puedan intervenir en litigios internacionales y en particular comerciales mediante cuestiones prejudiciales. La comunidad internacional no puede continuar siendo esquizofrénica. ¡Sí, somos esquizofrénicos! Rechazamos en la OMC o en el FMI lo que aprobamos en la OMS o en la OIT. ¡Pero es lo mismo! Son los mismos países, los mismos dirigentes, no podemos mantener en el mismo año dos discursos totalmente diferentes en función de la instancia los pronunciemos, de este modo no recuperamos la confianza y no estamos a la altura de las responsabilidades.

Por supuesto, tenemos que ayudar a los países pobres.

Por supuesto, la cuestión de las financiaciones innovadoras es crucial, teniendo en cuenta todo el dinero que hemos invertido con nuestros presupuestos para evitar la catástrofe. No nos libraremos de debatir sobre la tasación de la especulación. Querer retener el frenesí de los mercados financieros para financiar la ayuda al desarrollo es más bien una buena noticia y quiero decir cuánto apoyo las iniciativas de Reino Unido y de Gordon Brown.

Para acabar, me gustaría evocar otra cuestión que no podemos seguir obviando. Sé que me dirijo a un público de alto nivel, pero tenemos que plantearnos esta cuestión. ¿Qué papel deben desempeñar los bancos en la economía? No es una palabrota. ¿Cuál es el oficio del banquero? Volvamos a las bases. El oficio del banquero no consiste en especular, sino en analizar el riesgo del crédito, en medir la capacidad de reembolso de los titulares de créditos y en financiar el desarrollo de la economía. Si el capitalismo financiero ha vivido una deriva tal, es porque los bancos ya no hacían su trabajo. ¿Por qué correr el riesgo de prestar a los empresarios cuando es tan fácil ganar tanto dinero jugando en la bolsa y en los mercados? ¿Por qué sólo prestar a quien puede reembolsar cuando es tan fácil eliminar los riesgos del balance? La noción de "fuera de balance" es algo que me ha costado entender y que me ha costado aceptar cuando la he entendido. ¿Por qué crear reglas si toda una parte de la actividad queda fuera de las reglas, fuera de balance?

Estoy de acuerdo con el Presidente Obama cuando considera necesario disuadir a los bancos para que no especulen en beneficio propio o no financien fondos especulativos.

Señoras y Señores: si mantenemos los desequilibrios que causan el mal, no lo lograremos. Los países excedentarios deben consumir más. Los países deficitarios deben consumir menos y reembolsar sus deudas.

Otro tema sensible. La moneda. ¿Tenemos derecho a hablar de la moneda? Lo considero un deber y no entiendo que se considere un problema hablar de la moneda. El problema surge cuando no se habla y cuando las personas se niegan a reflexionar. La moneda está en el centro de los desequilibrios. El orden no volverá a las finanzas y a la economía si dejamos que persista el desorden monetario. La inestabilidad del tipo de cambio y la infravaloración de ciertas divisas impiden que el comercio sea equitativo y que la competencia sea leal. Decir esto es una muestra de sentido común. El empleo y el poder adquisitivo sirven de variable de ajuste para lo que llamaré -perdonen por la expresión- manipulación monetaria. La prosperidad de la posguerra debe mucho a Bretton Woods, a sus reglas y a sus instituciones.

Necesitamos un nuevo Bretton Woods. No podemos tener, por una parte, un mundo multipolar y, por otra, una única moneda de referencia a escala planetaria. No podemos, por una parte, defender el libre comercio y, por otra, aceptar el dumping monetario. Francia presidirá el G8 y el G20 en 2011 e incluirá en la orden del día la reforma del sistema monetario internacional, un tema apasionante y absolutamente decisivo para todos los países. Espero que se trate en Davos, será un tema bonito, por ejemplo, para la 41ª edición.

Hasta entonces -y ya termino- habrá que gestionar con prudencia la adopción de medidas de apoyo a la actividad y la retirada del exceso de liquidez que se inyectó durante la crisis. Tengo por seguro que una presión demasiado brutal podría hacer que todo se derrumbase de nuevo.

Nos quedará hacer emerger un nuevo modelo de crecimiento, inventar el Estado, la empresa y la ciudad del siglo XXI.

Estimados Amigos: hace algunos años, predecíamos el final de las naciones y los intelectuales hablaban del advenimiento del nomadismo. Pero durante la crisis -quiero rendir homenaje a las empresas- las empresas más mundializadas y los bancos más globales redescubrieron con una facilidad desconcertante que tenían nacionalidad. ¡Ninguno se equivocó de ventanilla! Los lazos no se habían roto, todos sabían muy bien de dónde eran. Y el discurso: "somos grandes empresas que abarcan todos los continentes y no tenemos nacionalidad", con el primer viento en contra, ese discurso había desaparecido.

Hace unos años se preveía el declive de las organizaciones y el fin de las empresas. Queríamos aplicarles los principios de la gestión de carteras. Hoy afortunadamente redescubrimos que las empresas son comunidades humanas, organismos vivos que necesitan un líder, un jefe, un director, un empresario y que dependen de las competencias de sus empleados. Así es una empresa. Es una comunidad. Respira. Crea riqueza. Debe tener un fin que no se resuma a una cotización en bolsa, aunque la cotización en bolsa sea importante.

Hace algunos años, se preveía que las ciudades se dispersarían, se desharían y con ellas también se desvanecerían los lazos sociales, las relaciones humanas y las relaciones de proximidad. Hoy redescubrimos que la cohabitación, la urbanidad son necesarias.

En el fondo, la ciudadanía que parecía predestinada a desaparecer en el mercado mundial ha vuelto a sus orígenes ante el desafío de la crisis. La gran lección es que mañana habrá que contar de nuevo con los ciudadanos en todos nuestros países.

El ciudadano no es una categoría aparte, todos somos ciudadanos. El directivo, el accionista, el asalariado, el sindicalista, el militante asociativo, el responsable político es un ciudadano con responsabilidades hacia los demás, hacia su país, hacia las generaciones futuras y hacia el planeta.

El mundo del mañana deberá contar con los ciudadanos, con la exigencia moral, con la exigencia de responsabilidad, con la exigencia de dignidad de nuestros ciudadanos. Les propongo, Señoras y Señores, considerar esto no como un problema más, sino como parte de la solución, considerar el surgimiento de ese nuevo ciudadano mundial no como una dificultad adicional, sino como algo sano, como una buena noticia, como algo virtuoso. ¿Saben por qué? Porque, quizás, el advenimiento de ese ciudadano más lúcido, más realista, más consciente, más exigente, nos permitirá sentirnos más felices que ahora y sobre todo más felices por lo que llevamos a cabo.

Muchas gracias.

Perdón, me gustaría que todos entendieran algo: en nuestro mundo -no empiezo de nuevo- las diferencias entre anglosajones y europeos continentales se borran completamente. Me extraña mucho que, ante un gran problema, nos hallemos en la misma situación.

Le pediré igualmente, Profesor Schwab, que no olvide el Fondo Mundial, los Objetivos del Milenio, que posibilite que nosotros, los Estados, cumplamos con nuestros compromisos y que los generosos donantes también puedan hacerlo -sé que mañana viene Melinda Gates. Pero no olvidemos que en Davos hay una finalidad humana, que no somos técnicos que reflexionan únicamente sobre la creación de riquezas, pero están en su derecho de plantear la cuestión de la repartición de las riquezas. Nunca dejen que les encierren en una caricatura. Los adversarios de la economía de mercado se alegrarían demasiado, sería demasiado grave que sucediera.

Muchas gracias. Ahora me voy de verdad.