COLUMNISTA. Pasquini Durán considera que el periodismo argentino en general ha perdido nivel, «ya sea en la redacción, como en la búsqueda de información y hasta en la precisión informativa»

No resulta azaroso el recuerdo de su paso por Panorama, en los años 60, momento en el que el periodismo político tenía un peso en la sociedad que ahora, luego de tantos vaivenes, sin dudas se extraña. Porque allí se fue abriendo paso en una carrera que lo llevó, poco más tarde, a la redacción de La Opinión, El Cronista Comercial, Atlántida y Clarín. También se plantó frente al micrófono en la recordada Radio Belgrano de los inicios de la democracia, y trajinó estudios de televisión, como jefe de redacción de Nuevediario y gerente de noticias de Canal 13.

Durante la dictadura fue director latinoamericano de la agencia IPS, con sede en Roma, y se desempeñó como consultor de distintos organismos internacionales, entre ellos, Unesco, Sistema Económico Latinoamericano, Pacto Andino, Fondo de Población de Naciones Unidas, World Association for Christian Communication y el Consejo Latinoamericano de Iglesias.

Trabajó en Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Guyana, Italia, México, Nicaragua, Panamá, Perú y Venezuela. Publicó libros y ensayos y fue docente en las universidades de La Plata y Buenos Aires. «En eso se me han ido 40 y pico de años de vida», comenta con nostalgia.

–¿Cómo define el actual momento del periodismo argentino?

–Creo que el periodismo en general ha perdido nivel. De todo tipo, ya sea en la redacción, como en la búsqueda de información y hasta en la precisión informativa. De algún modo ocurre que el periodismo escrito ha sido muy influenciado por la televisión, y es obvio que la TV tiene un lenguaje absolutamente diferente al escrito. Un lenguaje más simple, más producido, más dedicado a los temas del lenguaje publicitario que del lenguaje informativo.

–En las revistas ese fenómeno suele aparecer de manera muy clara.

–No solamente eso, también se lo ve en la agenda cotidiana, en los temas que se abordan. Por otra parte, tenemos que decir también que el mundo político, después de la crisis de 2001, no ha logrado reponerse, no ha logrado reconstruirse. En consecuencia, presiona poco hacia el análisis, entre otras razones, porque no lo práctica.

–¿Antes lo practicaba? Me refiero a los 90.

–Presionaba para practicarlo. Había sobre la política de Carlos Menem y en general sobre la seguida en los años 90, un pensamiento que se expresaba, a veces, en publicaciones, marginales o no, en forma de crítica. Podría citar una, la revista Unidos, que dirigía Chacho Álvarez, que tuvo una gran influencia para la formación del Frente Grande. Esa revista era un centro de pensamiento, análisis y debate. Punto de vista, de Beatriz Sarlo, también jugó ese rol en aquel período.

–¿Y Página/12?

–En su momento también ocupó ese espacio. De manera que uno encontraba en aquellos años ámbitos distintos, de distinta orientación, donde se ejercía el análisis político.

–Ahora eso no existe.

–Prácticamente le diría que no.

–¿Se debe sólo a la crisis de 2001 o habría otras razones?

–No, no exclusivamente por la crisis. Creo que la propia sociedad también cambió sus parámetros o su manera de percibir la realidad, sus urgencias. Muchas cosas cambiaron entonces. Por otra parte, la bonanza de los últimos cinco años tranquilizó los ánimos y nadie se puso a preguntar el por qué de esa bonanza. Se empezó a aprovechar la situación y punto.

–Tal vez sea parte de la condición humana.

–Sin duda lo es. Pero yo creo que ese es un fenómeno también internacional. Incluso Barack Obama suena tan diferente porque todo su discurso quiebra los parámetros de los discursos centrales que también manejan los políticos en Estados Unidos. Todo su mecanismo electoral es diferente porque se apoyó sobre todo en la exhortación de valores y la movilización de los jóvenes.

–En los últimos meses, con motivo de conflictos y debates suscitados por diversas medidas del Gobierno, la resolución 125 o la estatización de las AFJP por citar los dos casos más notorios, se pudo ver a analistas políticos que manipularon groseramente ciertos datos de la realidad…

–Sí, hay una puesta en posición de visiones ideológicas, de militancias políticas más que de un análisis periodístico editorial.

–¿Siempre fue así?

–No, pero no siempre tampoco hubo este tipo de conflictos. Nunca hubo tanta exasperación. Creo que el Gobierno ha contribuido a eso, por sus propios métodos, pero no se puede dejar de señalar que hay una fuerte tendencia a mirar la realidad con los lentes que alguien te pone. Ya sean intereses comerciales, empresariales, ideológicos, de todo tipo, que no se corresponden con la metodológica de un analista. No importa si es de izquierda, de derecha, de centro. Ha habido analistas de gran porte en la prensa argentina.

–¿Podría mencionar algunos?

–José Claudio Escribano, que fue subdirector de La Nación, el politólogo Natalio Botana y Carlos Floria, un analista católico, son tres nombres de la derecha que se me ocurren en este momento. Del otro lado tenemos a Horacio Verbitsky, a Beatriz Sarlo, aunque ahora se corrió más a la derecha. Podría nombrar también a la gente que estaba en Unidos, como Chacho Álvarez, Mario Wainfeld, Vicente Palermo. Se puede tranquilamente hacer una agenda de nombres de un lado y del otro, todos analistas con mucho nivel.

–¿Qué significa ser analista?

–Ser analista, en mi criterio, significa tomar una posición que no es ingenua, nunca, pero que trata de explicarle al lector o al televidente o al oyente, qué es lo que está pasando y por qué. Se trata de descifrar el mensaje implícito en los discursos del poder, en los actos del poder. Un analista es alguien que recopila de algún modo la múltiple información que uno tiene a su disposición a través de los medios tradicionales, pero también de Internet y todo lo demás. Ese material debe disponerlo de tal manera que proporcione a su audiencia o a sus lectores una visión organizada de esta multitud de información que por separado a lo mejor a ese mismo público no le dice nada.

–¿Es imprescindible reunirse, dialogar, tomar un café con los protagonistas de la información para ser analista?

–No necesariamente. Creo que en algunos casos esa cercanía puede resultar de ayuda, pero en la mayoría de los casos, si uno frecuenta mucho a los protagonistas, puede ser comprometedor. Porque el que se convierte en una fuente de información espera de parte del analista una actitud de complacencia que no es conveniente para mantener la independencia. Y es natural que espere ese compromiso, porque si no, para qué va a seguir dando información. Ese compromiso implícito sesga el análisis hacia un lugar determinado, y me parece que en definitiva no es ninguna ayuda.

–Da la impresión, cuando uno lee a algunos analistas, que hubieran estado presentes en el momento en que se decidían las cosas.

–Pero eso no te sirve de nada. Para el analista la primicia no tiene sentido. El analista político maneja una estructura de ideas, no de noticias, no de crónica. Estar en el lugar de los hechos te sirve cuando estás haciendo la crónica cotidiana. El analista lo que trata de hacer es mirar debajo del agua. Y nadie se sumerge con vos a mostrarte la profundidad.

–Para un lector no ducho en estas cuestiones, ¿qué cosas habría que tomar en cuenta para dilucidar qué le quiere decir el analista?

–Ahora es muy fácil, basta con mirar el título de una columna para darse cuenta de lo que te quiere decir. No hay misterio, no hay disimulo.

–¿Y eso es bueno o es malo?

–No es ni bueno ni malo. Siempre he pensado que la prensa más honrada es la política. Porque no disimula, no tiene hipocresía, te dice: soy trotskista, soy comunista, soy socialista, soy conservador, soy radical. Así cualquiera sabe de qué lado viene la cosa. No pretende ser objetiva, ni neutral, ni independiente ni nada por el estilo. Pero los diarios tienen que vivir de esos supuestos paradigmas que les inventaron para tener avisos comerciales.

–Claro, porque en el fondo ninguno es neutral. Podrá serlo desde el punto de vista partidario, pero no ideológico.

–Están hechos para que el anunciante no sienta que se compromete con una línea. Lo cierto es que esa es también una relación falsa, porque en los hechos la publicidad se otorga o no se otorga de acuerdo con tu línea editorial. Página/12, durante dos años, no tuvo un aviso ni para limpiarse los mocos, mientras que otros diarios estaban repletos de avisos e incluso inventaban suplementos para seguir poniendo avisos. Hay muchos prejuicios. La publicidad también está muy cargada de cuestiones ideológicas aunque debo decir que en general es mucho más conservadora la agencia de publicidad que el anunciante en sí.

–¿Cuáles son los autores o los medios a los que habría que leer desde el punto de vista de la teoría, no tanto del análisis?

–Acá hay poca difusión de algunas cosas, pero en México hay una revista que se llama Letras libres, de centroderecha. En Italia hay otra que se llama Micromega, que es casi un libro y reúne a todos los pensadores de origen socialista, marxista, muchos que no tienen partido en este momento y trabajan temas en particular, desde la religión, el sentido de la existencia humana hasta por qué votar o no a Berlusconi. Hay mucho de ese material, y lo hay en todos lados: en Perú, en Venezuela, en Chile. Parte de ese material se puede consultar sin dificultades en Internet.

–¿Y en Argentina?

–Acá hay muy poco. Como pensamiento social cristiano está Criterio, y cosas sueltas que aparecen en los diarios.

–¿Qué lee usted para estar al día?

–Yo, como le decía, leo bastante del exterior, porque creo que son ideas que más tarde o más temprano van a aparecer aquí. La globalidad también funciona en ese sentido. Y sigo con atención lo que es la comida diaria de cualquier profesional en cuanto a publicaciones, Internet, televisión. Me parece que lo único que uno tiene que tener presente es no dejarse atropellar por el aluvión de noticias. Eso es lo que vale. Conservar la proa en una dirección.

–Precisamente, en estos tiempos es fácil ver que la desesperación de los movileros se traslada al analista. Se percibe un efecto rebaño, parece que nadie se detiene a pensar mejor lo que sucede. Incluso en los diarios. ¿Cómo se hace para desarrollar análisis en ese vértigo?

–Hay mucho de presión industrial, en el sentido del rating. La idea de medir minuto a minuto es una cuestión nefasta. No es que antes no hubiera existido la lucha por el rating, pero no en los términos de sacrificarlo todo por el rating que veo ahora. Hay un efecto rebaño, efectivamente, que se recicla más que nunca de un medio con el otro, y finalmente creo que hay mucha simplificación. Decir que Obama fue electo porque es negro, es una simplificación. Hay una combinación de factores que han hecho posible esto, que han influido. Claro que hay que tener un título atractivo como «Martes negro», pero debemos saber que es una simplificación política muy grande.

–¿Hay poca preparación en los profesionales de los medios para hablar de ciertos temas?

–En parte sí. Es el efecto también de años de represión y de censura. Y estoy hablando de las últimas tres décadas, incluido el presente, no me refiero sólo a la dictadura. Se ve en muchos casos poca elaboración. Pero para mí es el fruto de muchos años de censura y de autocensura. En algunos casos por temor, en otros por presiones del poder. Y cuando hablo de poder, me refiero a los distintos tipos de poder, el poder económico, el poder político, el poder editorial. Creo que por estas razones se perdió el rigor que existió en algún momento, cuando los periodistas competían entre sí con armas legítimas. Cuando yo empecé había once semanarios de actualidad, estamos hablando de los 60. Eso llegó al techo cuando apareció Primera Plana. El rigor informativo que se reclamaba era muy alto, porque uno no se podía permitir el error ni tampoco quedarse atrás en la información y el análisis. No daba lo mismo una cosa que la otra. Si algo no se correspondía con la realidad, no estaba bien, de ningún modo. Pero también es verdad que en esos momentos trabajar así era posible porque había una sociedad muy politizada y una militancia muy extendida que era la principal consumidora de ese producto y tenía una actitud muy crítica. Hoy la gente no es tan estricta, ve que algo no anda bien en lo que lee, pero lo olvida apenas da vuelta la página. Son otros intereses del público, no se puede comparar con la década del 60. Hoy la discusión del convenio metalúrgico no conmueve a nadie, en aquella época podía tumbar a un ministro de Economía y hasta un gobierno. Que haya reuniones en un casino de oficiales del Cuerpo III del Ejército no conmueve a nadie ahora, en aquel momento estaban discutiendo la destitución de Onganía.

–¿Qué función cumplían los medios en aquel momento?

–Los medios exacerbaban las debilidades de la democracia. Es el caso de Arturo Illia, a quien le decían «La tortuga». La manipulación era esta construcción de imágenes de algunos presidentes que indirectamente contribuía a debilitarlo ante la opinión pública y levantaban las posibilidades de los factores de poder interesados en derribarlo. Cuando Jacobo Timerman confesó que él contribuyó al golpe contra Illia explicó eso, que lo que hacía era descalificar la gestión del presidente.

–¿No hay mucho de eso ahora?

–No. Hoy lo que hay es un ataque frontal. En aquel momento el ataque no era frontal, nadie salía a decir que la mujer de Illia lo mandaba, no era ese el procedimiento.

–El mecanismo entonces consistía en ir limando la imagen del presidente.

–Claro, era debilitar su base de apoyo, para que cuando le dieran el empujón se cayera hacia adelante.

–¿Y cuál era la intención de los dueños de los medios?

–Tenía que ver con su vinculación política, y a veces hasta con el interés comercial vinculado con los grupos de poder. Por ejemplo, durante la dictadura de Videla, el tipo que conseguía los avisos era Massera, entonces había una relación directa. También había contradicciones, es cierto, y había complicidades, intereses mezclados. Nunca existió una prensa pura, pero es cierto que en otros tiempos había una prensa menos concentrada, y esto abría el discurso, cosa que hoy no sucede.

–¿Cómo evalúa los avances y retrocesos en cuanto a la probable sanción de una nueva ley de radiodifusión?

–Creo que los atisbos de discusión que hubo recientemente tenían 20 años de retraso. Pero no porque tardaron 20 años, sino porque la mentalidad con que se discute tiene 20 años de retraso. Una ley de radiodifusión que no tenga en cuenta la digitalización, Internet, la aparición de la radio comunitaria, que no propicie la multiplicación de medios, no es una ley moderna. Cómo se organiza la función del Estado y la función del mercado en un país tan grande como este, con situaciones territoriales y demográficas tan disímiles, es un problema que no veo se esté tomando en cuenta.

Fuente: Revista Acción