Una incómoda situación enfrenta el presidente Rafael Correa: voltea a ver a su costado y encuentra a las mismas y pocas caras, entre las que ya no puede elegir más dignidades. Luego de la renuncia del ex canciller Fander Falconí, por diferencias en el tema ITT, el Presidente no tenía muchas opciones que barajar para reemplazarlo. Según versiones de prensa, el primer mandatario habría pensado en Gustavo Jalkh, pero no existía mejor perfil autoritario que el suyo para el Ministerio de Gobierno, cargo que actualmente ocupa. También habría pensado en Fernando Bustamante, otro reconocido derechista, pero que es un incondicional de Correa en el cada vez más resquebrajado bloque de asambleístas del Movimiento PAÍS, y por tanto no le convenía sacarlo. Ninguno de ellos servía. Entonces, no hubo más que hacer: Ricardo Patiño tenía que llegar a ocupar su tercer ministerio en lo que va de estos tres años de ‘revolución ciudadana’.

Todo el mundo reconoce en Patiño no solo una gran habilidad política, sino sobre todo una estrecha amistad con Rafael Correa. La lealtad mutua que se tienen ha estado sometida a duras pruebas, como en el escándalo de los famosos “pativideos”. El Presidente metió las manos en el fuego por defender a su amigo, y Patiño evitó por todos los medios que el daño se extienda demasiado a la imagen de su gobernante.

Reemplazar a Patiño tampoco era una cuestión muy fácil, Correa se decidió por Doris Solís, lo cual causó algo de sorpresa en el escenario político. La funcionaria estaba al frente de la Secretaría de los Pueblos y desde ahí había venido soldando relaciones con sectores sociales como la FEINE y la FENOCIN, para adscribirlos al proyecto político del Presidente. Tenía a su cargo la estructuración de los polémicos Comités de Defensa de la Revolución Ciudadana, que cambiados de nombre o no luego de la recia crítica, están ya presentes en algunos lugares. Los antecedentes de Doris Solís no son nada inocentes en política: para no irnos muy lejos, ella estuvo con el gobierno de Lucio Gutiérrez. Si hay algo que destaca de esta funcionaria es su capacidad para cambiar de color partidario y político, y de ganarse la confianza de cada presidente que llega a Carondelet.

Su remplazo fue también toda una incertidumbre. Se habló de que Galo Mora, secretario Particular del presidente Correa asumiría este cargo, y que en ese caso Vinicio Alvarado obtendría nuevas funciones en el despacho presidencial. Hay que decir que Alvarado es otro de los hombres fuertes del régimen y, al igual que Patiño, ha venido asumiendo funciones cada vez más trascendentes en el gobierno. Sin embargo, el gran problema de tapar un hueco provocando otro no es nada fácil para un primer mandatario que ha aprendido (si se le puede llamar así) a escucharse a sí mismo, y que en ese sentido confía únicamente en quienes nunca lo contradicen, ni de manera privada y mucho menos pública.

Decía Maquiavelo en sus consejos al príncipe Lorenzo de Médicis (sin que esto intente ser un consejo para Correa, por supuesto): “hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí; el segundo entiende lo que los otros disciernen, y el tercero no discierne ni entiende lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil”. El politólogo de la Edad Media vería en Correa un príncipe del primer grupo, porque el primer mandatario cree no necesitar de nadie sino de sí mismo para comprender lo que sucede en el país. Sería un buen príncipe para Maquiavelo porque su actitud no habla de democracia, sino de opresión: “Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse”, decía Maquiavelo.

Los incondicionales que le gustan al Presidente para rodearlo en el manejo del Estado son cada vez menos. Recordemos que desde que inició su gestión en 2007, junto a él estuvieron personajes como Alberto Acosta, Gustavo Larrea, Fander Falconí, Luis Maldonado Lince, Manuela Gallegos, entre otros, todos ahora fuera del Gobierno por diversas circunstancias.

A las amistades, siguiendo con Maquiavelo, hay que tratarles tan bien que nunca ambicionen nada más que lo que el príncipe les da: “El príncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en el ministro. Debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que comprenda que no puede estar sin él, y que los muchos honores no le hagan desear más honores, las muchas riquezas no le hagan ansiar más riquezas y los muchos cargos le hagan temer los cambios políticos”. Eso se podría decir que Correa lo ha aplicado a determinados personajes, como Patiño, Mera, Alvarado y sus más cercanos colaboradores, que han demostrado más incondicionalidad y sumisión, pero no a otros que se atrevieron a dudar de esa “palabra sagrada” y que casi sin darse cuenta ya estaban fuera de la troncha.

Pero ni siquiera Maquiavelo auguraría mucha suerte a un gobernante tan ensimismado en su vanidad. “Los hombres que se complacen tanto en sus propias obras, de tal modo se engañan que no atinan a defenderse de aquella calamidad; y cuando quieren defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables”.