Su lucha contra el fanatismo y la reacción abrió para nuestro país caminos de justicia y libertad que durante mucho tiempo no fueron igualados en parte alguna de América Latina.

Legado juarista

El matrimonio civil, la educación laica y, en general, la separación entre la iglesia y el Estado, aspecto en el que durante mucho tiempo México dio ejemplo al mundo, fueron posibles gracias a la valentía, energía y claridad ideológica del Benemérito y de los destacados liberales que lo apoyaron.

En el siglo XIX, gracias al empeño de Juárez y de los liberales, México alcanzó avances que apenas hoy en día se llevan a cabo en otras naciones.

En Bolivia, el año pasado en el marco de las transformaciones encabezadas por Evo Morales, se reconoció la separación de la iglesia y el Estado, en contraste con su constitución anterior, que en su artículo tercero establecía que el Estado “reconoce y sostiene a la religión católica, apostólica, romana”.

Empero, en Costa Rica, el catolicismo sigue siendo la religión oficial y en la mayoría de los otros países del subcontinente goza de enormes privilegios y subsidios, lo mismo en la educación, las instituciones del gobierno, las fuerzas armadas, etcétera.

A lo largo de la historia, la simbiosis entre el clero y el ejército en naciones de América del Sur fue factor importante en el mantenimiento de gobiernos golpistas, como fueron en la década de 1970 los de Pinochet y Videla, en Chile y Argentina, respectivamente.

Hoy en día, algunos de esos países luchan por liberarse de la tiranía clerical, mientras México ha vuelto a ella con el ascenso del Partido Acción Nacional al poder en 2000, y especialmente luego del fraude electoral de 2006 y la llegada del gobierno de Calderón.

Juárez ha sido el miembro más distinguido de la masonería en México, institución a la que pertenecieron otros destacados personajes, como Lázaro Cárdenas y, como tal, luchó de manera ejemplar en defensa de los principios de libertad, igualdad y fraternidad.

Lo hizo en una época en que el clero tenía mucha más influencia social que actualmente, en la que la ignorancia y la superstición predominaban en grandes sectores de la población, pero también la libertad y la patria contaban con defensores más valientes y comprometidos que hoy en día.

Haciendo honor a sus orígenes humildes y a su extracción indígena, Juárez dio ejemplo a todos los demás estadistas al triunfar en la lucha contra la reacción clerical y contra la intervención extranjera que en su tiempo sufrió México por parte de la Francia regida por Napoleón III.

Entreguista y reaccionario, Santa Anna fue uno de los más enconados enemigos de Juárez. Sin embargo, en aquella ocasión, tratando de ganarse su perdón, le ofreció su espada contra los franceses, a lo que Juárez se negó juiciosamente.

Leemos en el libro Santa Anna, el dictador resplandeciente, de Rafael F. Muñoz (FCE-SEP, México, 1984, p. 267), que Juárez le respondió a Santa Anna que “si hubiera sido únicamente imperialista, podría recibirlo con agrado, pero como además ha sido un viejo aliado del clero y de los conservadores, no le inspira ni le inspirará confianza”.

En efecto, hace mal quien por su propia conveniencia apoya intereses extranjeros, pero es mucho más dañina la conducta de los que respaldan el fanatismo, que se opone al Estado laico y a las libertades individuales. El que actúa sólo por interés puede cambiar de bando una y otra vez, puede ser amigo o enemigo según le convenga, pero los conservadores defienden proyectos históricos.

En fin, por todas esas razones, por lo que Juárez fue y por lo que significa para México y para el mundo, ha sido también uno de los personajes más odiados por la derecha católica.

Detractores

Hace cuatro décadas, cuando estudiaba en una escuela católica, regenteada por un cura español más interesado por los negocios que por los asuntos ultraterrenos, tuve oportunidad de constatar el terrible odio de los conservadores contra Juárez.

El rechazo a la figura del prócer se predicaba insistentemente en las lecciones de historia, impartidas con libros de texto como los de Carlos Alvear Acevedo, que era uno de los autores favoritos de la Editorial Jus, de Gómez Morín, manejada en ese tiempo por Salvador Abascal.

Defensor de la Colonia, de la Inquisición y del franquismo, enemigo de la Independencia, de la Reforma, de la Revolución, y en general de la democracia, Abascal escribió contra el Benemérito el libro Juárez marxista (Tradición, México, 1984), en el que contó con la colaboración de su hijo Carlos, quien años después formaría parte del gabinete de Fox.

Leemos en esa obra de Abascal: “Los hechos demuestran que excede con mucho el indio zapoteca al turco (Plutarco Elías Calles), quizás judío en ese bárbaro oficio de odio, en exacta coincidencia con Carlos Marx, a la Iglesia Católica y consiguientemente a su obra, la cultura occidental”.

Específicamente, Abascal listaba los “tremendos golpes de guadaña” con los cuales, según él, Juárez “acertó a cortar el grueso de las raíces religiosas, católicas, de la nación”, entre ellos los siguientes: “La educación atea de la niñez y de la juventud en las escuelas oficiales; especie de terrorismo y secuestro ideológico, que por sí solo fue suficiente para romper la unidad espiritual del pueblo”; “la legislación no sólo atea sino que a la vez ha hecho esclava del gobierno impío a la iglesia”; “el matrimonio civil, que traería consigo lógica y fatalmente el divorcio, para la disolución de la familia, sin la cual no hay iglesia ni patria”; “la introducción, para mayor confusión, de las sectas protestantes, que mutilan la fe y la disocian de la acción, la cual se consagra sin remordimientos a la satisfacción de todas las concupiscencias”.

Amigo y correligionario de Abascal, Celerino Salmerón fue otro de los detractores del Benemérito, de quien se expresó con increíble encono.

Leemos en el libro Las grandes traiciones de Juárez, de Salmerón, publicado por editorial Tradición en 1978, “que fue la Iglesia Católica quien sacó a Juárez de la indigencia; que de indio bárbaro y analfabeto que era Juárez, la iglesia lo elevó a persona civilizada. Por la gran caridad de la iglesia, Juárez aprendió a hablar español, traducir el latín… La iglesia civilizó a Juárez enseñándole a calzar zapatos, y vestir chaqueta y pantalones en vez de andrajos. La iglesia enseñó a Juárez a comer sobre mesa y con cuchara, y de lo contrario él lo hubiera seguido haciendo con los dedos y en cuclillas” (p. xii).

Según ese autor, Juárez “sometió brutalmente a la iglesia al poder del Estado” (p. xiii), por lo que concluye que “traicionó a Cristo” y que “murió impenitente, repentinamente, excomulgado, fuera de la iglesia. ¡Sólo Dios sabe lo que haya hecho de él!” (p. 140).

Décadas después, algunos panistas demostraban haber asimilado ese tipo de ideas. Por ejemplo, en entrevista publicada el 1 de abril de 1997 en La Crónica, el panista mexiquense Noé Aguilar Tinajero hacía gala de un rabioso antijuarismo que evoca textos como los de Abascal y Salmerón.

Decía el panista que, siendo “católico, creyente”, tenía una visión crítica sobre Juárez, pues “atacó a la Iglesia Católica”.

A pesar de sus detractores, la figura y la obra de Juárez son motivo de orgullo para nuestro país, que en contraste con esa herencia gloriosa, hoy vive una de sus etapas más tristes y oscuras, debido al predominio de los explotadores, del clero conservador y del Ejército, precisamente las fuerzas a las que él combatió.

Contralínea 174 / 21 de marzo de 2010