El “Día de la Mujer” se celebra con bombos y platillos en nuestro medio. La televisión, la radio y los periódicos recurren al vocabulario más ostentoso y falso, para “resaltar” el valor de la mujer ecuatoriana, que ha sido relegada a través de los años a la humilde condición de “ama de casa”, con todos los agravantes que ello incluye: concebir y criar a los hijos, limpiar y arreglar la casa, atender al marido en “todas” sus necesidades, y más, en los actuales momentos: ser el puntal económico del hogar, para lo cual debe vender su fuerza de trabajo a patrones que le pagan mal y la explotan, precisamente por ser mujer y considerarle inferior a los hombres, inclusive dentro del mercado laboral.

Para celebrar el “día de la mujer”, hay que referirse, aunque sea superficialmente, a una de las mujeres más luchadoras y brillantes que ha tenido nuestro país: ella es Dolores Cacuango, esa extraordinaria mujer campesina que, “dotada de un juicio y una lucidez moral extraordinarias, se afirma en el camino de su existencia de tal forma que su espíritu por ser incorruptible es casi perfecto, pues establece ante su propia conciencia un juicio claro y definitivo de lo que es la justicia y lucha por llegar a ella como la meta final de su existencia”.

Dolores Cacuango ha sido reconocida por el sistema, a pesar de aquellos falsos historiadores que han querido borrar su imagen y el valor de su lucha junto a los campesinos ecuatorianos, para lograr su redención. Dolores Cacuango ha sido calificada por el sistema como Dolores la revoltosa, Dolores la hereje, Dolores la Comunista, Dolores la mujer perseguida, que asistió, en l 931, rodeada de sus tres tiernos hijos, al incendio de su choza, que los patrones lo decidieron, pensando que el fuego podía destruir ese fuego que animaba la lucha del movimiento indígena, que nacía al comienzo de los años treinta, precisamente liderado por esta heroica mujer indígena.

Esta valerosa dirigente nació el 26 de octubre de 1881, en San Pablo Urco, una parcialidad de la hacienda Moyurco, que los frailes mercedarios tenían en el Cantón Cayambe, de la Provincia de Pichincha, junto a otros feudos vecinos que pertenecían a los curas jesuitas y dominicanos; fue hija de Andrea Quilo y de Juan Cacuango, peones conciertos, ella tenía catorce años cuando triunfó la Revolución Liberal. Dolores provenía de los antiguos caciques de la zona y su apellido paterno le daba un ascendiente de prestigio, sin embargo, dos siglos y medio después, debido a las condiciones de trabajo y esclavitud a que habían sido sometidas las familias indígenas, ubicaron a la familia de Dolores Cacuango entre la gente que vivía en extrema pobreza, como todos los peones conciertos de la hacienda agrícola de la Sierra.

El liderazgo de Dolores Cacuango fue indiscutible. Y sus palabras, más que un discurso político, fueron un ariete contra la injusticia y el maltrato a los indígenas. Su liderazgo se impuso sin ninguna duda, manejaba un discurso sencillo y claro, puesto que debía exponer razones y defender planteamientos, ya que llevaba la voz de su pueblo y lo hacía con profundidad, belleza y elocuencia, aquí un ejemplo: “Nosotros somos como los granos de quinua: si estamos solos, el viento nos lleva lejos, pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento, bamboleará, pero no nos hará caer”.

Dolores Cacuango siguió una línea de vida intachable, incorruptible, libre de ambiciones personales. Ceder, congraciarse con los patrones, significaba retroceder, entregar la lucha a los enemigos de siempre. Significaba dejar de ser un dique para ellos, para sus futuros y nefastos propósitos.

Las retaliaciones no lograron amedrentarla. Al contrario, templaron más su espíritu rebelde, su fe en la lucha, necesaria para los pueblos indígenas.

Por eso solía decir, tocándose en la mitad del pecho: “Yo, aunque pongan la bala aquí, aunque pongan fusil aquí, tengo que reclamar donde quiera. Tengo que seguir luchando. Para vivir siquiera libertad en esta vida.”