“Hola, Chicago:

Si todavía queda alguien que aún duda que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible, quien todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestros tiempos, quien todavía cuestiona la fuerza de nuestra democracia, esta noche es su respuesta.

Es la respuesta dada por las colas que se extendieron alrededor de escuelas e iglesias en un número como este país jamás ha visto, con personas que esperaron tres y cuatro horas, muchas de ellas por primera vez en sus vidas, porque creían que esta vez tenía que ser distinta, y que sus voces podían hacer la diferencia.

Es la respuesta dada por los jóvenes y los viejos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, asiáticos, indígenas norteamericanos, homosexuales, heterosexuales, discapacitados o no discapacitados. Estadounidenses que transmitieron al mundo el mensaje de que nunca hemos sido simplemente un colectivo de individuos ni un colectivo de estados rojos y estados azules.

Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.

Es la respuesta que impulsó a aquellos que durante tanto tiempo han sido aconsejados a ser cínicos y temerosos y dudosos de lo que podemos lograr cuando ponemos las manos en el arco de la Historia para doblarlo una vez más hacia la esperanza de un día mejor.

Ha tardado tiempo en llegar, pero esta noche, debido a lo que hemos hecho en esta fecha, en estas elecciones, en este momento decisivo, el cambio ha llegado a Estados Unidos.

Esta noche, recibí una llamada extraordinariamente cortés del senador McCain.

El senador McCain luchó larga y duramente en esta campaña. Y ha luchado aún más larga y duramente por el país que ama. Ha aguantado sacrificios por Estados Unidos que la mayoría de nosotros no podemos ni imaginar. Todos nos hemos beneficiado del servicio prestado por este líder valiente y abnegado.

Le felicito, y felicito a la gobernadora Palin, por todo lo que han logrado. Y estoy deseando colaborar con ellos en los próximos meses para renovar la promesa de este país.

Quiero agradecer a mi socio en este viaje, un hombre que hizo campaña desde el corazón, y habló en nombre de los hombres y mujeres con quienes se crío en las calles de Scranton y con quienes viajaba en tren de vuelta a su casa en Delaware, el vicepresidente electo de Estados Unidos, Joe Biden.

Y no estaría aquí esta noche sin el respaldo infatigable de mi mejor amiga durante los últimos 16 años, el cimiento de nuestra familia, el amor de mi vida, la próxima primera dama del país, Michelle Obama.

Sasha y Malia, las quiero a las dos más de lo que pueden imaginar. Y se han ganado el nuevo cachorrito que nos acompañará a la Casa Blanca. Y aunque ya no está con nosotros, sé que mi abuela nos está viendo, junto con la familia que hizo de mí lo que soy. Los extraño esta noche. Sé que mi deuda para con ellos es incalculable.

A mi hermana Maya, mi hermana Alma, al resto de mis hermanos y hermanas, muchísimas gracias por todo el apoyo que me han dado. Estoy agradecido a todos ustedes.

Y al director de mi campaña, David Plouffe, el héroe no reconocido de esta campaña, quien construyó la campaña política, creo, en la historia de Estados Unidos.

A mi estrategia principal, David Axelrod, quien ha sido un socio mío a cada paso del camino.

Al mejor equipo de campaña que se ha compuesto en la historia de la política. Ustedes hicieron realidad esto, y estoy agradecido para siempre por lo que han sacrificado para lograrlo.

Pero sobre todo, nunca olvidará a quién pertenece realmente esta victoria. Les pertenece a ustedes. Les pertenece a ustedes.

Nunca fui el candidato con más posibilidades para este cargo. No comenzamos con mucho dinero ni con muchos avales. Nuestra campaña no fue ideada en los salones de Washington. Comenzó en los patios traseros de Des Moines y las salas de estar de Concord y los pórticos de las casas en Charleston. Fue elaborada por hombres y mujeres trabajadores que recurrieron a sus pequeños ahorros para dar cinco, o diez o veinte dólares a esta causa.

Adquirió fuerza de los jóvenes que rechazaron el mito de la apatía de su generación, que dejaron atrás sus casas y sus familias para hacer trabajos que les procuraron poco dinero y menos sueño.

Adquirió fuerza de las personas no tan jóvenes que hicieron frente al gélido frío y el sofocante calor para llamar a las puertas de desconocidos y de los millones de estadounidenses que se ofrecieron voluntarios y organizaron y demostraron que, más de dos siglos después, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no se ha desvanecido de la Tierra.

Esta es su victoria.

Y sé que ustedes no lo hicieron sólo para ganar unas elecciones. Y sé que no lo hicieron por mí. Lo hicieron porque entienden la magnitud de la tarea que queda por delante. Mientras celebramos esta noche, sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas: dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo.

Mientras estamos aquí esta noche, sabemos que hay estadounidenses valientes que se despiertan en los desiertos de Iraq y las montañas de Afganistán para jugarse la vida por nosotros.

Hay madres y padres que se quedarán desvelados después de que sus hijos se hayan ido a dormir y se preguntarán cómo pagarán la hipoteca o las facturas médicas o ahorrarán lo suficiente para la educación universitaria de sus hijos.

Hay nueva energía que aprovechar y nuevos puestos de trabajo que crear, nuevas escuelas que construir y amenazas que enfrentar y alianzas que reparar.

El camino por delante será largo. La subida será empinada. Puede que no lleguemos en un año ni en un mandato. Sin embargo, Estados Unidos, nunca he estado tan esperanzado como estoy esta noche de que llegaremos.

Les prometo que, nosotros, como pueblo, llegaremos.

Habrá percances y falsos comienzos. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política que haga como presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas.

Pero siempre seré sincero con ustedes sobre los retos que afrontamos. Les escucharé, sobre todo cuando estemos en desacuerdo. Y sobre todo, les pediré que participen en la labor de reconstruir este país, de la única forma en que se ha hecho en Estados Unidos durante 221 años, bloque por bloque, ladrillo por ladrillo, mano encallecida sobre mano encallecida.

Lo que comenzó hace 21 meses en pleno invierno no puede terminar en esta noche de otoño. Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos. Es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio. Y eso no puede suceder si volvemos a las cosas como eran.

No puede suceder sin ustedes, sin un nuevo espíritu de sacrificio.

Así que convoquemos un nuevo espíritu de patriotismo, de responsabilidad, en que cada uno echa una mano y trabaja más y se preocupa no sólo de nosotros mismos sino el uno del otro.

Recordemos que, si esta crisis financiera nos ha enseñado algo, es que no puede haber un Wall Street próspero mientras que Main Street (los comercios de a pie) sufren.

En este país, avanzamos o fracasamos como una sola nación, como un solo pueblo. Resistamos la tentación de recaer en el partidismo y mezquindad e inmadurez que han intoxicado nuestra vida política desde hace tanto tiempo.

Recordemos que fue un hombre de este estado quien llevó por primera vez a la Casa Blanca la bandera del Partido Republicano, un partido fundado sobre los valores de la autosuficiencia y la libertad del individuo y la unidad nacional.

Esos son valores que todos compartimos. Y si bien el Partido Demócrata ha logrado una gran victoria esta noche, lo hacemos con cierta humildad y la decisión de curar las divisiones que han impedido nuestro progreso.

Como dijo Lincoln a una nación mucho más dividida que la nuestra: no somos enemigos, sino amigos. Aunque las pasiones pesen, no deben romper nuestros lazos de afecto.

Y a aquellos estadounidenses cuyo respaldo me queda por ganar, puede que no haya obtenido su voto esta noche, pero escucho sus voces. Necesito su ayuda. Y seré su presidente, también.

Y a todos aquellos que nos ven esta noche desde más allá de nuestras costas, desde parlamentos y palacios, a aquellos que se juntan alrededor de las radios en los rincones olvidados del mundo, nuestras historias son únicas, pero nuestro destino es compartido, y llega un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense.

A aquellos dispuestos a derribar el mundo, les derrotaremos. A aquellos que buscan la paz y la seguridad, los apoyamos. Y todos los que se preguntan si el faro de Estados Unidos aún sigue brillando intensamente, esta noche hemos demostrado una vez más que la verdadera fortaleza de nuestro país no se deriva del poder de nuestras armas ni del alcance de nuestra riqueza, sino del poder perdurable de nuestros ideales: la democracia, la libertad, la oportunidad y la implacable esperanza.

Allí está la verdadera genialidad de Estados Unidos: que Estados Unidos puede cambiar. Nuestra unión se puede perfeccionar. Lo que ya hemos logrado nos da esperanza con respecto a lo que podemos y tenemos que lograr mañana.

Estas elecciones tuvieron muchas primicias y muchas relatos que se contarán durante generaciones. Pero una que tengo en mente esta noche trata de una mujer que emitió su papeleta en Atlanta. Es una mujer parecida a los millones que hicieron colas para hacer oír su voz en estas elecciones, salvo por una cosa: Ann Nixon Cooper tiene 106 años.

Nació sólo una generación después de la esclavitud; en una era en la que no había automóviles en las carreteras ni aviones en el cielo; cuando alguien como ella no podía votar por dos razones: porque era mujer y por el color de su piel.

Y esta noche, pienso en todo lo que ella ha visto durante su siglo en Estados Unidos- la desolación y la esperanza, la lucha y el progreso; las veces que nos dijeron que no podíamos y la gente que se esforzó por seguir adelante con ese credo estadounidense: sí podemos.

En tiempos en que las voces de las mujeres fueron acalladas y sus esperanzas descartadas, ella sobrevivió para verlas levantarse, expresarse y alargar la mano hacia la papeleta. Sí podemos.

Cuando había desesperación y una depresión en todo el país, ella vio cómo una nación conquistó el propio miedo con un Nuevo Acuerdo, nuevos empleos y un nuevo sentido de propósitos comunes.

Sí se puede.

Cuando las bombas cayeron sobre nuestro puerto y la tiranía amenazó al mundo, ella estaba allí para ser testigo de cómo una generación respondió con grandeza y la democracia fue salvada.

Sí se puede.

Ella estaba allí para los autobuses de Montgomery, las mangueras en Birmingham, un puente en Selma y un predicador de Atlanta que dijo a un pueblo: “Lo superaremos”.

Sí se puede.

Un hombre llegó a la luna, un muro cayó en Berlín y un mundo se conectó a través de nuestra ciencia e imaginación.

Y este año, en estas elecciones, ella tocó una pantalla con el dedo y votó, porque después de 106 años en Estados Unidos, durante los mejores tiempos y las horas más oscuras, ella sabe cómo Estados Unidos puede cambiar.

Sí se puede.

Estados Unidos, hemos llegado tan lejos. Hemos visto tanto. Pero queda mucho más por hacer. Así que, esta noche, preguntémonos: si nuestros hijos viven hasta ver el próximo siglo, si mis hijas tienen la suerte de vivir tanto tiempo como Ann Nixon Cooper, ¿qué cambio verán? ¿Qué progreso habremos hecho?

Esta es nuestra oportunidad de responder a ese llamado. Este es nuestro momento.

Este es nuestro momento, para dar empleo a nuestro pueblo y abrir las puertas de la oportunidad para nuestros hijos; para restaurar la prosperidad e impulsar la causa de la paz; para recuperar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental, que, de muchos, somos uno; que mientras respiremos tenemos esperanza. Y donde nos encontremos con cinismo y dudas y aquellos que nos dicen que no podemos, contestaremos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: sí podemos.

Gracias. Que Dios los bendiga y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América”.