A un año de que el gobierno mexicano declarara la alerta nacional por el brote de influenza A/H1N1, persiste la amenaza a la seguridad nacional ocasionada por viejos y nuevos virus que provocan enfermedades a escala internacional. Aunque mundialmente se adoptan enfoques innovadores para fortalecer las defensas contra la propagación de epidemias, las autoridades mexicanas no han fortalecido la estructura sanitaria y de atención a emergencias, ni recuperado la confianza ciudadana, opinan expertos
El brote de influenza A/H1N1 que se declaró en México el 25 de abril de 2009 no tomó por sorpresa a las autoridades federales. Ahora se sabe que, desde 2007, la doctora Ethel Palacios Zavala, subdirectora de la Coordinación para la Atención de Emergencias Internacionales de Salud, de la Secretaría de Salud, participó en una reunión que se celebró en la Base Aérea Petersen de Colorado Springs, sede del Comando Norte, en la que se delineó una estrategia de acción en caso de una pandemia de influenza que comprometiera la seguridad de Estados Unidos, México y Canadá.
El 6 de septiembre de 2007, en el cuartel general del Comando Norte, se reunieron alrededor de 80 personas, entre representantes de los ejércitos de Estados Unidos, Canadá y México, así como funcionarios de ministerios y secretarías de los tres gobiernos. Esa reunión se conoció como la Primera Conferencia Trinacional sobre el Tema de la Influenza.
La doctora Palacios Zavala es directora de Emergencias Nacionales de la Secretaría de Salud y está adscrita al Centro Nacional de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades. De acuerdo con la información en línea que difunde el Comando Norte, ella habría manifestado en la citada reunión: “No se puede predecir si habrá y cuándo un brote de influenza. América del Norte es una región y somos vecinos cercanos”.
En esa ocasión, el capitán Francisco Averhoff, jefe de Cuarentena y Salud Fronteriza del Centro de Control de Enfermedades y Prevención del Comando Norte, manifestó que la influenza pandémica no respeta fronteras. Al respecto, los analistas consultados por Contralínea señalan que se desconoce qué acciones y compromisos ha asumido México con el exterior para establecer una cooperación conjunta en caso de una emergencia sanitaria que amenace la seguridad nacional.
Para María Cristina Rosas, académica y especialista en seguridad internacional, el dengue, el cólera, la malaria, el paludismo, la fiebre amarilla o la del Nilo, así como el Ébola y la influenza pandémica son males que comprometen la seguridad nacional de países y regiones. Advierte que desde 2006, la Organización Mundial de la Salud (OMS) manifestó que, actualmente, afectan a la población mundial cerca de 40 enfermedades que no se conocían hace 25 años.
La preocupación del organismo internacional se centró en el aumento de la dispersión de esos males, debido, entre otros vectores, al masivo transporte aéreo de personas a lo largo del planeta. Sólo en 2006, indicó la OMS, se transportaron por ese medio 2 mil 100 millones de pasajeros; cifras de 2009, provenientes de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo, señalan que 2 mil 300 millones de personas viajaron por avión en 35 millones de vuelos.
Este intenso flujo ilustra la inmediatez con la que puede transmitirse en diferentes puntos geográficos una enfermedad infecciosa, así como el amplio universo humano que puede cubrir en pocas horas. También, la OMS ha llamado la atención sobre el potencial de incertidumbre y destrucción que generan en la población los brotes epidémicos y las emergencias de salud pública agudas.
México es vulnerable
Benjamín Ruiz Loyola, experto en bioseguridad que integró el grupo de especialistas en armas químicas de la Organización de las Naciones Unidas, para inspeccionar, en Irak, la posibilidad de existencia de armas de destrucción masiva en 2003, estima que las instituciones de salud y seguridad de México no están preparadas para enfrentar la amenaza de una pandemia –ya sea de origen viral o bacteriológico– fortuita o de un ataque intencional con agentes biológicos.
Refiere que, tras la emergencia sanitaria de abril de 2009, los tres niveles de gobierno libraron con sus escasos recursos la situación y no solicitaron el auxilio de los centros de investigación de la Universidad Nacional Autónoma de México o el Instituto Politécnico Nacional. Tampoco, explica, requirieron la asesoría de los investigadores calificados en materia de bioseguridad que existen en México.
Ruiz Loyola explica que es necesario conocer los planes del gobierno mexicano en materia de vigilancia epidemiológica efectiva, almacenamiento de vacunas y medicinas; distribución de esos insumos en tiempo y forma adecuados o de atención médica masiva oportuna. Asimismo, cómo se atenderá a los trabajadores de la salud: de ambulancias y hospitales, y la estrategia de aislamiento a los infectados para evitar la contaminación.
Asegura que “no hay esa capacitación en el sistema actual de salud” ni entrenamiento para la población civil que incluya planes familiares ante una emergencia sanitaria. Considera que, ante una emergencia de epidemia, el gobierno debe proporcionar información veraz y correcta. No necesariamente el comandante en el núcleo de comando tiene que ser el vocero, aunque “debe ser uno y siempre”.
Plantea el experto en bioseguridad que hace falta coordinación gubernamental a todo nivel, y recursos económicos para enfrentar las amenazas. Señala que “no hay presupuesto para adquirir equipo especializado de epidemiólogos” y que, ante el celo por el control de la emergencia que mantienen las autoridades, en este momento no hay una preparación efectiva a nivel nacional.
Propone la participación de actores no gubernamentales, como la academia; también que a nivel individual, familiar y comunitario se asuma la responsabilidad de atender la emergencia. De lo contrario, subraya, se corre el riesgo de contagios masivos, la saturación de servicios sanitarios, el descontento popular, la resistencia civil que puede llegar a la violencia armada que derive en la regionalización y globalización de conflictos sociales.
Al revisar la “Escala de Incidentes” del Plan de Protección de la Salud ante el Riesgo de Bioterrorismo de la Secretaría de Salud, se observa que existen seis fases. Cada una se aplicará conforme lo decida, de forma consensuada, el Comité Nacional de Seguridad en Salud a través del Subcomité Técnico de Enfermedades Emergentes y dependerá de la consideración del riesgo o grado que pueda provocar un evento determinado en la salud de la población.
La Fase 1 de la Escala de Incidentes del Plan describe que es una fase “sin alerta de actos terroristas en el extranjero”. La Fase 2 se pone en marcha cuando hay un “Incremento de la alerta de actos terroristas en el extranjero”. La Fase 3 se aplica cuando ocurre un “acto terrorista no biológico ocurrido en el extranjero”. La Fase 4 entra en acción en caso de un “acto de bioterrorismo ocurrido en el extranjero”. La Fase 5, cuando sucede un “acto terrorista no biológico en México”. La Fase 6 opera cuando hay un “acto de bioterrorismo en México”.
Los principios básicos de este plan contemplan que las fases de esta escala no son secuenciales, es decir, puede presentarse una sin haber sido precedida necesariamente por las fases anteriores. Por ejemplo, de confirmarse un brote de viruela en algún país, se declararía Fase 4 sin que hubieran sido declaradas previamente las fases 1, 2 o 3.
Si se logra controlar en corto tiempo el brote en el país en el que se inició y no existió diseminación de la enfermedad hacia otros países, se declararía nuevamente la Fase 1. El establecimiento de estas seis fases permite manejar un lenguaje común para normar los criterios y la aplicación de las líneas de acción que integran la respuesta organizada ante una emergencia de esa naturaleza.
El Plan de Protección de la Salud ante el Riesgo de Bioterrorismo (de abril de 2004) tiene como referente las Fases de Emergencia de la OMS; también contempla seis etapas y las subdivide en tres áreas: Prepandemia, Alerta Pandémica y Pandemia.
La primera subdivisión integra la Fase 1, en la que no hay nuevos subtipos de virus de influenza en seres humanos, y la Fase 2, en la que hay evidencia de un nuevo subtipo de virus en animales con riesgo considerable de enfermedad humana.
En la subdivisión de Alerta Pandémica se ubican la Fase 3, cuando hay casos de enfermedad humana con un nuevo subtipo de virus sin transmisión de humano a humano, y la Fase 4, que presenta pequeños brotes de enfermedad, transmisión limitada de persona a persona y casos con brotes mayores de enfermedad, así como transmisión limitada de persona a persona. Finalmente, en la subdivisión de Pandemia se integra la Fase 6, que se aplica en la transmisión sostenida de la enfermedad.
En una homologación a ese mecanismo, México cubre las primeras cinco Fases de la OMS bajo la consideración de estado de Prepandemia, que considera actividades de preparación a nivel nacional ante el ingreso al país de alguna de esas amenazas. El plan mexicano sólo considera la etapa de Pandemia, el equivalente a la Fase 6 de la propia OMS, es decir, cuando se han presentado casos de enfermedad en los otros continentes que ya afectaron a América y que se han presentado en México.
Ese criterio excluye la declaración de una alerta pandémica previa, pues se limita a esperar el desarrollo en el extranjero de casos masivos de enfermedades por virus, observa Ruiz Loyola. De esta manera, el país estaría en condiciones de gran vulnerabilidad epidemiológica por largo tiempo. Sostiene que la generalidad de la normativa legal que se ha dado el Estado mexicano para prevenir amenazas biológicas se reduce a que se manifiesten brotes y enfermedades en el extranjero, no contempla que se produzcan en el territorio nacional. “Ése es un riesgo muy grande porque los virus y bacterias no respetan fronteras”, subraya el experto.
El actual marco jurídico que regula las acciones de las autoridades sanitarias y de seguridad mexicanas en caso de alerta pandémica o de pandemia está integrado por cinco documentos básicos: dos manuales, dos planes nacionales y un programa. Se trata del Manual para la vigilancia epidemiológica de influenza, de la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud (febrero de 2007). También está el Manual para la preparación de instituciones ante una pandemia de influenza, de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud (junio de 2007).
Los Planes básicos para estas emergencias son: el Plan Nacional de Preparación y Respuesta a una Pandemia de Influenza, de la Secretaría de Salud, de agosto de 2005, y el Plan Nacional de Protección de la Salud ante el Riesgo de Bioterrorismo, de la Dirección General de Epidemiología, de abril de 2004. Finalmente, está el Programa Nacional de Salud 2007-2012.
Cooperación trasnacional
La naturaleza trasnacional de las amenazas inminentes para la salud obliga a la colaboración internacional para superarlas, pues “sin salud no se puede hacer nada”, sostiene la doctora María Cristina Rosas. Sin embargo, la disparidad entre los servicios de salud existentes entre países desarrollados y en desarrollo también se traduce en el manejo de las emergencias sanitarias.
La especialista en amenazas a la seguridad internacional explica que, actualmente, las enfermedades por virus deterioran a poblaciones enteras en países como Swazilandia, Angola y Zambia, con expectativas de vida de 32, 23, 37 años, respectivamente, por la alta incidencia entre su población del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH)-síndrome de inmunodeficiencia adquirida (Sida).
Describe que al final de la Guerra Fría, en 1993, la expectativa de vida en África subsahariana subió, aunque descendió dramáticamente en los años siguientes. En esa región, “los sistemas de salud están colapsados totalmente”, pues quedaron sin atender problemas que afectan a la población, como epidemias y pandemias, al hacer frente a conflictos armados en la segunda mitad de la década de 1990.
Refiere que la relación entre pobreza y conflictos se estableció en 2008 cuando el Banco Mundial publicó su Atlas Mundial de la Seguridad Humana. Ese documento mostró la conflictividad en Níger, el suroeste de la India, Brasil, toda Centroamérica y el sur de la antigua Unión Soviética, así como su escaso desarrollo.
En los Estados con precarias condiciones de salud, las enfermedades transmisibles constituyen una amenaza para su seguridad nacional y afecta la calidad de vida que poseen o que aspiran a tener sus ciudadanos. Como ejemplo, la académica e investigadora advierte que, en 2011, el VIH-Sida afectará a 80 millones de personas, con lo que habrá miles de niños en la orfandad.
Tan sólo para pagar el tratamiento de VIH-Sida, el gobierno sudafricano eroga 500 millones de dólares anuales. Respecto del caso del Ébola en Uganda en 2000, María Cristina Rosas describe que el efecto de esa enfermedad fue el rompimiento del tejido social y su aislamiento del exterior.
“Ésos son los impactos sociales, políticos y económicos, además de las secuelas emocionales en las sociedades que dejan las enfermedades”, concluye la investigadora.
Diplomacia en la salud
El embajador y exdirector del Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, Walter Athié Bustos, describe que, tradicionalmente, “la seguridad se concebía bajo una visión unidimensional, sesgada y politizada”. Esto dejaba de lado la salvaguarda y el bienestar de las personas y daba prioridad a las amenazas a la seguridad del Estado; “no se mencionaban las pandemias” o los problemas de la salud global como amenazas a la seguridad internacional.
Athié describe el escenario mundial en la primera década del siglo XXI: 44 por ciento del producto mundial se concentra en siete países, y el 40 por ciento de la riqueza se concentra en el 20 por ciento de la población mundial. De cada seis adultos, uno es analfabeta y la mayoría es mujer; 54 naciones son más pobres que hace 20 años; en 21 países aumentó la desnutrición y se deterioró su índice de desarrollo humano.
Refiere que más de 1 mil millones de personas padecen hambre en el mundo: entre 40 y 50 millones de personas en pobreza son mexicanos. Para atender ese rezago mundial y nacional, la Declaración del Milenio, de la Organización de las Naciones Unidas, impulsó el concepto de la “seguridad humana” y estableció plazos para disminuir los niveles de pobreza, enfermedad, hambruna y analfabetismo antes de 2015.
Para que México alcance ese objetivo, Athié Bustos, también académico y exdirector de la dirección de América del Norte de la cancillería mexicana, propone que el gobierno cree el cargo de agregado de Salud en las representaciones mexicanas del exterior, para que los diplomáticos incorporen en su agenda el tema de la salud y que los profesionistas de esta disciplina incorporen en su quehacer los temas que tratan los diplomáticos.
Ésas son algunas propuestas para salvaguardar la seguridad nacional y de la población ante la inminencia de una pandemia en un país de más de 120 millones de personas.
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