Huajuapan de León, Oaxaca. Medios estatales, locales y observadores de derechos humanos empezamos a reunirnos en punto de las 8:00 horas en el Parque de la Libertad de Expresión de esta ciudad. A los pocos minutos, arriba un contingente de maestros de la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, para respaldar a los integrantes de la caravana por la paz, que tenían como destino la comunidad autónoma de San Juan Copala.

10:35 horas. Los medios y los integrantes de comunicación de observación de Alemania y Finlandia abordamos la Van blanca con el logotipo “Frente Nacional Indígena y Campesino”, y encabezamos la caravana conformada por seis vehículos. Hasta entonces también viajaban Omar Esparza Zarate, integrante del Movimiento Indígena Zapatista, y Macario García Merino, integrante del municipio autónomo.

Los vehículos que conformaban la caravana eran una camioneta Nissan color roja, sin placas de circulación; un Volkswagen color verde; el vehículo marca Dodge, de color azul, con placas de circulación 4761-TND, del estado de Quintana Roo; una Ford Explorer de color negro, con placas de circulación EAU 51-87, del estado de Chihuahua, y una camioneta Ranger color blanca, sin placas de circulación.

13:45 horas. Arribamos a la altura de la gasolinera ubicada en la carretera federal 135 Putla-Juxtlahuaca. Se intercambian pláticas y se deciden los vehículos que entrarán a la comunidad de Copala. Antes, Omar Esparza Zárate [quien ya no acompañaría la caravana por estar amenazado de muerte] dice que les reportaron que tres mujeres fueron secuestradas y desconocen su paradero. Por ello, insiste que si la caravana detecta el camino bloqueado, no entremos.

13:55 horas. En el paraje Los Pinos, comunidad de La Sabana, nos percatamos que está bloqueada la carretera con piedras. Cuando pretendemos tomar fotografías, alguien dice: “Hay gente armada en los cerros. De pronto, una lluvia de balas cae sobre nosotros. Buscamos cómo esquivar las balas.

—Vamos, regresemos.

—Demos vuelta.

Aproximadamente 15 personas fuertemente armadas vienen sobre nosotros al momento que una lluvia de balas cae sobre la Van. Veo cuando Jiry Jaakkola cae muerto por un disparo en la cabeza. También percibo el odio de las personas que, a sangre fría, tratan de matarnos.

Los gritos de las mujeres crean pánico. No logramos coordinarnos: cada quien busca salvar su propia vida. Me tiro al piso. La lluvia de balas cruza sobre mí. Son segundos de terror interminables. Dejan de echar bala. “Están cambiando el cargador de sus armas”, grita alguien.

—Hay que salir corriendo.

Me arrastro hasta alcanzar el suelo, caigo y emprendo la huída. Las balas siguen detrás de nosotros. Pienso que somos la presa, el animal que busca escapar del cazador.

Buscamos cómo parapetarnos. Alguien grita “por aquí”. “Ya vienen, vamos”. Las balas no cesan. Tomamos caminos distintos. Sólo se escuchan detonaciones de los cuernos de chivo. Las balas zumban al romper el aire. A unos los alcanzan y los llevan presos; otros buscan la forma de salvar su vida. Parece zona de guerra: el enemigo de los defensores de derechos humanos y de los medios de comunicación tiene mucha ventaja.

Logro escapar y esconderme en un arbusto. Otros compañeros se esconden entre las piedras. Pasan más de cuatro horas. Estoy casi al lado de mi compañero Rubén Valencia (después supe su nombre). Los armados andan cerca de nosotros.

—Vámonos ?me dice Rubén.

* No, mejor no. Nos van a matar.

* ¿Alguna vez éstos han matado periodistas?

* Que yo sepa, no; pero están locos y muy agresivos.

—Se los llevan presos por el río. Ya los agarraron, los tienen a todos ? me dice Valencia.

Yo estoy tan asustado que había cerrado los ojos y no me percaté de eso. El sol penetra nuestras pieles. El dolor no nos vence. Al caer la noche, decidimos salir. Nos encomendamos a dios, a quien le doy las gracias por haberme salvado.

Me doy por muerto. Ocasionalmente me preparo, pero sigo luchando porque hay cuatro personas a las que les prometí que regresaría: mi amada esposa, mi hija y mis dos hijos. Ruego a dios que me ayude.

Salimos a rastras. Luego de varios metros, caemos frente a ellos. Intentamos regresar pero a mis espaldas se escucha el cerrajear de un arma. Nos llevan presos por más de 40 minutos.

Uno de ellos nos da un discurso muy largo, que omito por motivos de seguridad. Termina de hablar. Nos permiten salir, según ellos, nos perdonan la vida. Emprendemos la caminata: 2 kilómetros, aproximadamente, pero para nosotros significa caminar el mundo en una hora.

Alrededor de las 21:35 horas salimos a la carretera. Nadie nos quiere levantar. La luna nos alumbra el camino. Al cabo de unos minutos, el conductor de un vehículo nos dice que subamos rápido. Nos lleva hasta Santiago Juxtlahuaca. Yo vuelvo a nacer.

Me comunico con mi familia, que ya está muy preocupada. Buscamos a nuestros compañeros en el hospital. Intercambiamos puntos de vista. Luego solicitamos a la policía ir por los demás desaparecidos. Lamentablemente, ninguna corporación policiaca quiere ir a la zona. Justifican su actitud: es muy peligroso.

Me pregunto cómo es posible que ninguna corporación policiaca acudiera al llamado de las víctimas de una agresión de esta naturaleza. Todos somos libres de transitar en el país sin pasaporte y sin ser molestados, dice la Constitución Mexicana. ¿Sabrán eso las autoridades?

Este suceso no se lo deseo a nadie. Es una muestra más del estado de descomposición que se vive en Oaxaca. El hecho también revela que algunos medios de comunicación y periodistas estamos comprometidos con la verdad.

Le doy gracias a dios y a todos los medios nacionales e internacionales, en especial a Noticias de Oaxaca, por todo su apoyo. Después de ver los vehículos donde viajamos y ser el segundo pasajero (detrás del chofer), no entiendo cómo sobreviví a la lluvia de balas.

Lamento el fallecimiento de Beatriz Alberta Cariño y de Jiry Jaakkola. Me alegro por mis otros compañeros que lograron salvar la vida. Les pido perdón si no los pude ayudar.

No fue nada fácil sobrevivir a este artero ataque: sólo contaba con una cámara y una grabadora que, a diferencia de las armas, no matan; pero mis herramientas de trabajo sí demuestran y plasman el estado de sitio, la agresión y la violación de los derechos humanos de las cuales son objeto los pueblos indígenas en México.

Fuente: Contralínea 181 / 9 de mayo de 2010