A continuación, la entrevista:

 ¿Cómo ingresó al mundo de la literatura?

 Durante muchos años, a partir de mi adolescencia, el arte jugó un papel decisivo en mi vida; desde ese tiempo, la poesía fue una manera de vivir para mí. Te aseguro que me cansé de dar recitales de poetas hispanoamericanos, prólogo de mi encuentro con el teatro independiente en pleno auge del mismo, ya que contribuí a la fundación de algunos de ellos, como “La Antorcha”, el “Pequeño Teatro de Avellaneda”, así como el elenco del Club Independiente. Paralelamente, mis poemas comenzaron a publicarse en revistas y periódicos; esto culmina en 1965, cuando aparece mi primer libro que lanzó el Grupo “Monoblock al Sur” que lideraba Alfredo Carlino, y que se llama “Poemas del amor militante”.

Por supuesto, además ya incursionaba en el periodismo gráfico, comenzando en 1960 en la revista “Todos” que dirigía un gran escritor argentino, Bernardo Kordon, y el secretario de redacción era Santiago Ferraris, quien ejercía igual función en el diario “La Razón”. Ahí comencé haciendo “gremiales” y terminé en la sección “política”.

Así, deambulando entre periodismo y arte, desemboqué en el mundo de la literatura.

 ¿Cómo fueron los años en que se mezcló la militancia política y la literatura? ¿Siguen aún hoy mezclados?

 Esa mezcla, desde que la asumí, vive y morirá conmigo. Yo no hago literatura de evasión, sino que el contenido de mi obra se relaciona estrechamente con mi concepción del mundo, la que nutre a esta búsqueda impenitente de una nueva sociedad, donde como decía Paul Eluard, “el pan y las rosas, sean para todos.”

Los escritores nos enamoramos de la palabra porque es la herramienta que utilizamos para explicitar nuestro pensamiento, nuestra crítica a lo ya establecido, y de ese modo poder aportar a la maduración definitiva de la identidad cultural, el rasgo más sensible de la identidad nacional de los argentinos.

 ¿Por qué gran parte de su obra está emparentada con Avellaneda y alrededores?

 Recuerdo que León Tolstoi señalaba aquello de “pinta tu aldea y serás universal”, sugiriendo que sólo parándose en las raíces, uno podía trascender más allá de las propias fronteras. Cuando anduve presentando mi libro “La memoria en la sangre” en España, por ejemplo, supuse que la frase del legendario escritor ruso se transformaba en realidad. Pero, fundamentalmente, para quien ha nacido en una Avellaneda que entonces estaba salpicada de potreros y pájaros, y cruzada por la orilla sur del Riachuelo; con los barrios crecidos es prolijamente, a la sombra de aquellas casas bajas de chapa y madera, y donde uno de pibe meceó sus deseos de crack en el viejo callejón con la pelota mordida y jubilosa, el suburbio era un destino insoslayable para mi literatura. Avellaneda ha sido siempre el telón de fondo que ilumina mis textos, y sus habitantes, los protagonistas ineludibles de las historias que trato de rescatar.

Yo soy de aquí. Por eso, amo sus calles, los seres humanos que la caminan, sus olores (incluido el del Riachuelo), y el idioma que alimenta nuestra manera de “ser de Avellaneda.” No sé si me explico.

 ¿Cree usted que la literatura tiene más valor cuando está a favor de las mayorías populares?

 No sé si tiene más valor; lo que sí estoy seguro es que sólo perdura aquella literatura que sepa revelar los conflictos de una época determinada, el corazón y la herencia de la misma. Por supuesto, como parto de la base de que la sociedad se dinamiza con la presencia que le brindan los combates de clase, el escritor no tiene más remedio que tomar partido en una situación límite de esas características. Por ejemplo: en el 2008 tuvimos el problema con la patronal agraria por la resolución 125 auspiciada por el gobierno, que determinaba retenciones sobre la renta agraria diferencial. Personalmente, desde el inicio, no tuve ninguna duda; y esto lo explicité en un folleto que firmé junto con el secretario de los Trabajadores Municipales de Avellaneda, Rubén García, y que lleva por título “El motín de los satisfechos”.

Porque conociendo la historia nefasta de la Sociedad Rural Argentina desde que fue fundada en 1866 por el abuelo Martínez de Hoz, la peor actitud, también en este caso, hubiera sido el silencio. Por ende, cuando “los dueños de las vacas y las tierras”, esa oligarquía con “olor a bosta” como la estigmatizara el controvertido Sarmiento, se ubique en una vereda, yo voy a estar, siempre, en la de enfrente.

 De todos los premios y reconocimientos que recibió en su vida, ¿cuál es el más importante?

 Desde el punto de vista íntimo, tendría que decir que es el haber encontrado en mi ya lejana adolescencia, a la mujer que sigo amando, y con la que concebí a dos hijas maravillosas, las que nos dieron “cuatro locos ya no tan bajitos”. Pero como huelo que la pregunta discurre por los andariveles de mi actividad pública, debo afirmar que el hecho ocurrido el 23 de octubre del año pasado, día en que el Concejo Deliberante de mi ciudad me declaró Ciudadano Ilustre de Avellaneda. Confieso que eso me sobrepasó. Ocurre que se rompió aquello que indicaba “que nadie es profeta en su tierra”.

Quienes habían determinado otorgarme por unanimidad tamaña distinción eran los representantes políticos de mis vecinos, haciendo gala de una pluralidad de afectos y de convicción que me abrumó más allá de las lágrimas. Porque como nos enseñara la psicoanalista Silvia Bleichmar, “la solidaridad es simétrica, es entre iguales, permite la identificación”. Ese acto multitudinario, emocionante, me sacudió el alma. Ciertamente.

 ¿Qué tan importantes son las letras y la comunicación entre los sectores populares que luchan por un mundo más justo?

 De mis respuestas anteriores surge el criterio de considerar a la literatura como un acto de amor, pero también como un bisturí, para que así podamos introducirlo en la entraña de la sociedad, y desde allí extraer aquellos aspectos que la degradan y la tornan maléfica. Al respecto, me viene a la memoria el recuerdo del filósofo húngaro György Lukács, cuando en el marco de las turbulencias políticas de su país a fines de la Segunda Guerra Mundial, expresaba en un Congreso de Escritores que “con la literatura no se hace la Revolución… ¡pero también con la literatura!”

Es decir, el escritor necesita comprender que su obra debe estar lista para ser parte de los cambios que su época exige, y no temer a que él y su obra, se conviertan en sólo un rasgo de una Confluencia Nacional de Mayorías que tenga, como horizonte, la bandera insobornable de la esperanza. Y en cuanto a la comunicación, rasgo de la Cultura de la que el periodismo es factor ineludible, es menester señalar que la vocación y el compromiso social que emergen de la misma, deberán crecer en cada mujer, en cada hombre que se honren en ejercer ese rol, sobre la base de cuatro columnas fundamentales que deberán defender contra viento y marea: la libertad, la democracia, la justicia social y los derechos humanos.

En un país tan complejo como el nuestro, fragmentado socialmente, alterado, la profesión periodística no puede ser una isla perdida en el espacio. Su deber es estar empapada por la realidad; realidad que, por cierto, no ha creado, pero que tiñe ideológicamente su actividad. Los periodistas deben ser ardorosamente independientes, pero jamás neutrales.

La concentración mediática permite manejar una mercancía que suele provocar reacciones intempestivas, y que representa mucho poder social o revulsivo, más que el mismo dinero; y, por supuesto, y aunque esto parezca torpe, más que los alimentos. La notable concentración y la proletarización de la profesión periodística, demanda luchar para que exista pluralidad de medios, respeto y más igualdad para los periodistas. No en vano, Manuel Vázquez Montalbán, plasmó en su “Historia de la Comunicación Social”, este juicio: “La Comunicación, como sistema de conformación de conciencias, opiniones y actuaciones históricas consiguientes, se ha convertido en material estratégico de primera categoría. Y esto repercute en su condición actual de sutil y de real manipulación por parte del poder.”

En síntesis, la Literatura y la Comunicación, tienen un puesto decisivo junto a quienes luchan por una sociedad más justa, más democrática, donde la igualdad sea algo más que una simple palabra.

 ¿Cómo fue que se volcó al canto, al recitado y a la música?

 En principio, debo señalar que ni el canto ni la música han sido disciplinas en las que haya incursionado como protagonista. Ambas, ejercidas por dignos músicos y cantantes, sólo me ha permitido explicitar más adecuadamente mis canciones.

Por el contrario, como ya lo he venido señalando, la poesía la adopté como uno de los latidos más caros de mi derrotero existencial, y conmigo andará, para siempre, navegando en mi sangre.

En cuanto a mis canciones, que son parte de varios de mis libros, me remito a una reflexión que sobre el tema enunciara Silvio Rodríguez, y que la siento como propia: “La canción es la medida que tengo para saber que no soy un ser humano estéril”.

 ¿Con qué nos vamos a encontrar en el espectáculo del próximo viernes, 14 de mayo, en la Asociación “Gente de Arte” de Avellaneda?

 El espectáculo lo va a realizar Claudio Abraham y sus músicos, cuando él cierre a la noche con un homenaje a Atahualpa Yupanqui. En lo que a mí concierne, en la primera parte del acto, desarrollaré algunas reflexiones, comentarios, y referencias críticas al Centenario de 1910.

A partir de ahí, trataré de esbozar un cúmulo de aspiraciones, para que este Bicentenario sea eminentemente social, y se halle a la altura de los sueños más entrañables que anidan en la conciencia colectiva de nuestro pueblo. Y en estos días que corren, los latinoamericanos, tenemos mucho y bueno por decir.