Hay dos niños de 11 años en la cancha. Seguro no se conocen porque uno viene del barrio pobre y el otro del barrio rico. El primero juega en la calle donde se improvisa la portería con ladrillos y se pierde el balón tras la reja del vecino; el segundo, en una cancha de pasto sintético donde se compite un torneo intercolegial. Por esta ocasión se levantaron temprano. Llevan la playera con los colores del equipo, las calcetas blancas y los tacos al hombro. El primero esperó el autobús de la mano de su madre; el segundo bajó la ventanilla del convertible de su padre. Los dos llegaron al mismo destino: la cantera. A él le tocó el chaleco amarillo; al otro, el anaranjado. Aquí son oponentes. Corren tras el balón, se lo quitan y van directo a la portería. No sólo se juegan el marcador, también el futuro. Los prueban para entrar a la división juvenil. El ojo del entrenador está adiestrado para evaluar la técnica y el talento. Como en todo, es difícil calificar el deseo.

Hay dos niños de 11 años en la cancha que comparten un sueño: entrar al estadio, oír su nombre coreado por la afición, engañar al oponente, ver el balón en la portería, levantar el trofeo. Quizás tienen igual anhelo, pero son jugadores diferentes. El del barrio pobre es más talentoso y tiene más hambre de demostrar quién es. “Registra al otro”, ordena el entrenador. No bastan las habilidades ni la pasión. Si un futuro jugador no puede solventar los viajes a los campeonatos, está descartado.

Hay dos niños de 11 años en la cancha. El del barrio pobre regresará a su casa decepcionado. El del barrio rico tiene un lugar asegurado en las fuerzas básicas del equipo.

Desde sus raíces, la realidad del futbol en México no cambia. Tres jugadores de las fuerzas básicas testifican que si abandonaron su sueño en el futbol profesional fue por la corrupción y el nepotismo. Dos jugadores y un entrenador que dicen: “Los equipos están dejando ir elementos valiosos”. Tienen razón, la pasión no basta.

“No me gustó estar en medio del dinero”

En su primer partido como titular, Alberto Aguilar, ahora de 25 años, anotó ocho goles. Le dio la victoria al equipo Pumas en la categoría de 15 años. Fue gracias a un entrenador interino que pudo pisar el campo. El titular estaba en una gira por España y una vez que regresó, no le permitió jugar nunca más, pues “únicamente elegía a los jóvenes con dinero”. “Pasas toda la temporada en la banca, juegas dos partidos, metes goles, y no vuelves a jugar. No queda más que decir. Me partió no competir”.

A muy temprana edad, Alberto dejó de soñar en ser policía o bombero cuando tocó el balón. No quería ser futbolista. Su padre lo llevó al Club de Futbol Zacatepec. Desde que pisó el campo, se hizo de un nuevo sueño: jugar profesionalmente. Cuando cumplió ocho años, ingresó a Pumitas, división infantil de los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Años después, a dos semanas de que finalizaran las pruebas para pertenecer a las fuerzas básicas, Alberto se presentó y fue seleccionado en la nueva categoría para jugadores de 15 años.

Su carrera en Pumas terminó, pues fue testigo de actitudes y acciones que no iban con él: las mordidas para debutar y la corrupción. Señala que a un compañero le pidieron hasta 500 mil pesos para entrar en la primera división.

Se dio otra oportunidad. Ingresó al Selectivo A de la Generación 1985 del Cruz Azul. El delantero fue campeón de goleo en un torneo en Argentina. Aunque el cuerpo técnico lo quería en las reservas de la “máquina celeste”; su entrenador no se lo permitió. Para formar parte de la selección juvenil, debía entregar un reporte de su trayectoria, documento por el que pedían dinero.

Advierte que ello sucede desde las escuelas de formación que los particulares abren con el nombre de los grandes equipos. Una vez que se selecciona al jugador, el entrenador le pide comisiones que pueden alcanzar hasta los 25 mil.

“No me gustó estar en medio del dinero porque ya no eres dueño de tu juego. Lo que ocurrió chocó con mi manera de pensar y decidí abandonar los clubes.”

Alberto apunta que el 60 por ciento de sus compañeros era jugador realmente valioso que abandonó el deporte por las extorsiones. ¿Qué fue de ellos? “Algunos se convirtieron en albañiles y otros en choferes”. De sus compañeros, en Cruz Azul ninguno llegó al primer equipo; en Pumas, dos.

En el camino sacrificó la escuela. Retomar sus estudios no fue sencillo. Dejó la secundaria a los 15 años; a los 22, comenzaba la preparatoria. No “llegó al ritmo” en la primera carrera que escogió. En la segunda, Ingeniería en Telecomunicaciones, se siente bien. “Elegir una carrera a una edad tan avanzada –sostiene– es jugártela. Tener 22 años y sin nada es la realidad de los jóvenes en México.

“Tenía el sueño de debutar y ser seleccionado, pero me vi frustrado por las mafias, por lo que es México.”

En su opinión, los buenos jugadores no sólo se quedan sin lugar por la corrupción, también por la predilección de los equipos mexicanos por los extranjeros. “No veo un gran cambio en las fuerzas básicas. Se esfuerzan por nacionalizar más extranjeros para que jueguen en los primeros equipos. No piensan en todo lo que pierde México”.

Advierte que mientras los directivos no sean personas apegadas al futbol, lo mismo que él denuncia seguirá repitiéndose: “Si sólo son personas interesadas en el dinero, nunca les llegará el sentimiento de hacer algo más por su equipo”.

Para él, el panorama del futbol en México es negro. Cree que hay una relación directa entre la corrupción y la falta de nivel en el futbol profesional: “La cosa va a seguir igual. No va a sorprender el rotundo fracaso de México en el Mundial. Así va a ser siempre hasta que lleguen personas interesadas en el futbol”.

“Duele porque me encariñé con el equipo”

El esfuerzo y la capacidad se subordinan al favoritismo y el negocio. Así lo confirma en entrevista un entrenador con experiencia en diferentes clubes futbolísticos. Relata que comenzó su carrera haciendo méritos. Fue desde ayudante de utilero hasta asistente de porteros; hizo de todo para ganarse un lugar. Pronto lo ascendieron a auxiliar de divisiones juveniles. Trabajó así con niños de 11 años. Orgulloso de su paso por esas categorías, menciona que sus jugadores llegaron a los primeros lugares: mejor goleador, mejor defensa y mejor ofensa.

No obstante, pasado un tiempo sufrió represalias. En alguna ocasión, organizó una rifa que pagaría el viaje de su equipo a un campeonato. Cada jugador debía desembolsar más de 1 mil dólares para asistir al que sería su primer torneo en el extranjero. Con lo reunido se cubrirían los gastos de los niños con menos recursos. Debido a que no lo hizo con el consentimiento de sus superiores, fue degradado a una división menor.

Cuando los padres de sus jugadores le preguntaron cómo podían ayudarlo, el entrenador les respondió que no enviaran a sus hijos al viaje. Y es que, les explicó, se trataba de un negocio de los directores de las fuerzas básicas. El costo real del viaje era de 900 dólares, por lo que recibirían utilidades por 600. Acusado de boicot, fue despedido.

El entrenador, quien prefiere omitir su nombre por seguridad, confiesa que quizás le faltó experiencia para saber cómo actuar. “Lo cierto es que otros entrenadores valiosos se quedan sin trabajo porque no se prestan a la corrupción”, comenta.

Durante su época como jugador, el 90 por ciento de los futbolistas profesionales salía de las canteras. Ahora, señala, se pueden evaluar a 100 aspirantes sin que quede ninguno, pues no pagan las mordidas o no están apadrinados. De este modo es casi seguro que el niño del barrio pobre no sea elegido, como lo constató el propio entrenador.

Atribuye al nepotismo que falten elementos de las fuerzas básicas en la primera división: “La lista de futbolistas –observa– está plagada de hijos, sobrinos o nietos de los directivos. Quien ocupa el lugar es el hijo del papá que no tiene esa hambre y que ve el futbol como un pasatiempo”.

La extorsión sucede en todo momento. Relata que en un torneo estatal fue testigo de que el entrenador que iba a cargo le pidió a un padre una botella de Torres 10 a cambio de dejar participar a su hijo.

Aunque no justifica lo que sucede, sí le encuentra una explicación a la corrupción al interior de las fuerzas básicas: el salario insuficiente e inequitativo del cuerpo de entrenadores. Mientras un entrenador puede ganar hasta 6 mil pesos, otro en el mismo nivel recibe un cantidad 16 veces mayor.

Sin que el pago se otorgue según las aptitudes de los entrenadores, “se sigue preparando a las fuerzas básicas con el mismo ejercicio obsoleto. El futbol ha cambiado, pero los equipos no quieren modificar sus métodos viejos de enseñanza.

No obstante, aclara que no toda la gente que trabaja en fuerzas básicas se ha contagiado con los malos manejos; en general, “no hay visión y se deja ir mucho talento. Si se combinan malos entrenadores con jugadores mediocres y una pésima directiva, el equipo nunca va a dar buenos resultados”, reflexiona.

Que la pasión no baste, lo confirma el entrenador con las llamadas que continuamente recibe de jugadores que ya no quieren saber nada más del futbol: “Prefieren no continuar porque algún ‘recomendado’ les quitó el lugar. Si se formara un equipo con muchachos que tienen hambre de triunfo, sin ningún tipo de nepotismo, tendríamos 23 jugadores que se van a romper todo para demostrar quiénes son”.

El entrenador dice estar en un punto muerto en su carrera, pues lo suyo es trabajar con equipos profesionales: “Es algo que duele porque me encariñé con los colores del equipo. Como entrenador mexicano, quiero ayudar a los muchachos a llegar a las primeras divisiones. Es algo que todavía extraño mucho”.

“Para debutar debes tener un padrino”

Su carrera en el futbol se truncó sin mayores explicaciones. El equipo filial Cruz Azul Lagunas jamás lo citó para las pruebas físicas. Después argumentaron que no las había realizado. Le sugirieron regresar a las fuerzas básicas. Dependía de él si subía o no. Desmotivado, desde hace más de 11 años Arturo Aldana no practica el futbol, ni como pasatiempo.

El exjugador de 27 años fue ascendido a los 16 a las fuerzas básicas del Cruz Azul. Viajaba diariamente de Toluca a La Noria, sede de la “máquina celeste”. Ni el cansancio, la separación de su familia o la interrupción de sus estudios importaron. Incluso estaba dispuesto a mudarse para realizar su sueño: ser jugador profesional.

Después de sólo tres semanas, fue promovido a la Tercera División. Los equipos filiales Cruz Azul Lagunas y Cruz Azul Jasso fueron las opciones para el joven futbolista. De todos los futbolistas con los que jugó durante su año y medio en el Cruz Azul, ninguno debutó ni juega de manera profesional. Ello porque, dice, no es suficiente ser un buen futbolista o tener aptitudes: “Para debutar es necesario tener un padrino”.

Por otro lado, hace hincapié en la poca libertad que tienen para demostrar sus capacidades en la cancha. Durante las pruebas para pertenecer a un equipo piloto del Cruz Azul, Aldana jugó como defensa, cuando su lugar está en la media ofensiva: “No puedes ser tú. No te dan libertad de moverte o de expresarte jugando. Te ponen en una posición que tal vez no es la tuya y no te permiten cambiarla. Tienes poco tiempo para demostrar tu nivel y no puedes hacerlo”.

El favoritismo es palpable desde los entrenamientos: “Se da mucho el ‘hacer la barba’ a los de alta jerarquía. Si le caías mal al entrenador, te expulsaban del equipo o te iban relegando”.

Aúna el que la formación de las fuerzas básicas sea tan relajada. Sin que hubiera una supervisión más estricta, un jugador podía o no entrenar. Quienes estaban más cerca de la primera división tenían mayor libertad. Por otro lado, agrega, los entrenadores eran los propios jugadores, quienes carecían de una preparación formal en educación física.

El apadrinaje y la falta de preparación más estricta, predice, seguirán siendo una realidad. Pese a perder su sueño, no se arrepiente: “Si hubiera una máquina del tiempo, volvería a hacerlo todo de nuevo”. Arturo encontró otra pasión: como chef profesional, le interesa la cocina molecular.

CONTRALÍNEA 185 / 06 DE JUNIO DE 2010