Belisario Domínguez (1863-1913)

Su actitud, que le valió pasar a la historia, contrasta con la de una legión de políticos y comunicadores oficialistas que hoy siguen las consignas del gobierno federal, de origen fraudulento, a la vez que atacan a dirigentes sociales, sindicatos y fuerzas de la izquierda.

A casi un siglo del sacrificio de Belisario, la presea que en su honor otorga el Senado es botín de la clase política, que, haciendo burla de la propia historia de Belisario, en ocasiones la ha otorgado a personajes sumisos a los dictados de la derecha en el poder.

Valentía y patriotismo

Belisario Domínguez nació en Comitán, Chiapas, el 25 de abril de 1863, hijo del comerciante mexicano Cleofás Domínguez y de la señora guatemalteca Pilar Palencia (Daniel Muñoz, “El Dr. Belisario Domínguez”, Boletín Bibliográfico, Novedades, 1 de abril de 1956).

El padre de Belisario perdió una pierna en 1863 cuando combatía contra los partidarios de la intervención francesa, mientras que uno de sus tíos, Pantaleón Domínguez (1821-1894), participó en la Batalla de Puebla contra la intervención francesa.

Belisario estudió medicina en París, donde se graduó en 1890, y publicó un par de escritos dedicados a su estado natal, así como el periódico quincenal El Vate, del que sólo aparecieron cuatro números.

Se dice que atendía gratuitamente a los pacientes más pobres que no podían pagar su tratamiento.

En 1911 fue elegido presidente municipal de Comitán, donde defendió los principios liberales frente a los embates de la reacción (José Pinto Meneses “Belisario Domínguez entre los héroes”, Novedades, 8 de octubre de 1947).

En marzo de 1913, Domínguez, quien era senador suplente, tomó posesión de esa curul al morir su propietario, Leopoldo Gout.

Para entonces, Huerta y sus cómplices ya habían asesinado a varios de sus críticos, como los diputados Adolfo C Gurrión y Serapio Rendón, entre otros.

Gabriel Hernández, jefe revolucionario, amigo de Madero y comandante de rurales, fue aprehendido y fusilado arbitrariamente (De cómo vino Huerta y cómo se fue, Sedena, México, 1988, p. 243)

A Edmundo Pastelín, diputado suplente por Tuxtepec, se le acusó de conspirar contra el gobierno, por lo que fue fusilado, sin formación de causa, en junio de 1913 (véase Ramón Prida, De la dictadura a la anarquía, Botas, México, 1958, p. 569)

Días después fueron fusilados Jesús Velázquez y Domingo Juárez, jueces de paz del pueblo de San Pedro Mártir, acusados de ser zapatistas.

“Mariano Salgado, Néstor E Monroy, Jesús A Vázquez y Trinidad Zapa Castillo fueron fusilados el 16 de julio (de 1913) por imputárseles que estaban conspirando contra el gobierno y se proponían lanzar una bomba explosiva para matar al presidente de la República. Sin previo juicio, sin siquiera oírseles en debida forma, fueron fusilados” (Prida, p. 572).

En ese clima de terror, el 23 de septiembre, el senador Domínguez se atrevió a solicitar al Senado la destitución de Huerta, porque “el pueblo mexicano no puede resignarse a tener por presidente de la República a don Victoriano Huerta, al soldado que se amparó del poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al presidente y al vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular…”

Con pretextos burocráticos, se evitó que Domínguez leyera su discurso en la Cámara, lo mismo que una segunda alocución que presentó días después, donde denunció la política del terror ejercida por Huerta, cuyo cerebro, dijo, “está desequilibrado y su espíritu está desquiciado”.

El dictador, afirmaba Domínguez, apelaba “a sus instintos más crueles, más feroces, y entonces decía a los suyos, “maten, asesinen a mis enemigos…”

El senador sabía que esas palabras le costarían la vida, y a riesgo de perder la suya, María Guadalupe Martínez Ruiz, que en ese entonces era una jovencita de 14 años, estudiante de comercio, hizo y distribuyó algunas copias del famoso discurso, que nadie quería imprimir (“Relato de la Taquígrafa que tomó el discurso de don Belisario Domínguez”, El Nacional, 2 de octubre de 1969).

El 7 de octubre desapareció el senador Domínguez, aprehendido por agentes de Gobernación en el Hotel Jardín. Fue asesinado por sus verdugos, y su cadáver fue llevado al panteón de Coyoacán, donde lo quemaron.

Los saldos de la historia

El discurso de Belisario, que el oficialismo de la época quiso silenciar, se ha convertido en timbre de gloria para México, en ejemplo de valor civil, y se ha reproducido muchísimas veces, aunque en su momento, sólo circuló en unas copias que pasaban de mano en mano. Por el contrario, nadie recuerda ya las apologías que de Huerta hacían los “grandes” medios oficialistas de la época.

En 1953, el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortínes instituyó la medalla Belisario Domínguez, que otorga anualmente el Senado de la República (ww.senado.gob.mx/medalla_belisario.php?), y que en algunas ocasiones, contradiciendo los valores que encarnó Belisario, se ha otorgado no a críticos del poder, sino a personajes que se han beneficiado de él.

Tales son los casos de Jesús Kumate, exsecretario de Salud, y del fallecido dirigente panista Carlos Castillo Peraza, galardonados con esa presea en 2006 y 2007, respectivamente.

El primero de ellos no tuvo empacho en aliarse con Carlos Salinas de Gortari, y apoyar su criminal gobierno, ayudándole a legitimarse luego del fraude de 1988. En contraste, no se ha otorgado la medalla a Othón Salazar, extinto dirigente magisterial que en la década de 1950 defendió los intereses de ese gremio hoy tan amenazado por las políticas derechistas.

Kumate, luego de recibir la medalla, destacó como propagandista antiabortista, incorporándose a las huestes que pretenden encarcelar a las mujeres que abortan. Personaje que persigue a las mujeres para quedar bien con el gobierno derechista, fue laureado con la presea que lleva el nombre de un héroe que murió combatiendo los abusos de un gobierno reaccionario.

CONTRALÍNEA 185 / 06 DE JUNIO DE 2010