La noticia podría sorprender a aquellos que suelen dejarse embelesar por los cantos de sirena de la propaganda imperial en torno a la libertad de expresión.
Se trata de que el gobierno norteamericano pretende asumir la plena facultad de cortar los servicios de Internet en el país ante una “amenaza a la seguridad nacional” o alteraciones no deseadas en la red.
De tal forma la Casa Blanca, que contaría con una oficina especial para el caso, se transformaría de la noche a la mañana en el gran censor nacional, el trabajo que a escala más reducida realizan en las redacciones y jefaturas de radio y televisión quienes representan a los dueños de los medios de comunicación y sus particulares intereses.
En pocas palabras, la fórmula vigente insistiría: para libertad, la que yo estime… y punto.
Y no es, por cierto, que la información fluya a escala mundial como vendaval carente de ciertas normas y cauce. No podemos ser ingenuos ni carentes de objetividad en el asunto.
El gran pecado no tan escondido en las pretensiones oficiales yanquis es que no solo censuran, manipulan, alteran, silencian o amplifican a su gusto: con las manos totalmente sucias se lanzan por el mundo a proclamarse adalides de la independencia de la información, y son los primeros en no respetar ni permitir.
De hecho, afirma el sitio web ADSL Zone, la ley en ciernes, denominada Protecting Cyberspace as a National Asset Act (PCNAA), se intenta justificar con el axioma de que “el país no ha de esperar a que se produzca un 11 de septiembre cibernético para reaccionar".
Así, decidir lo que se hace o no en la red de redes quedaría en manos de un titulado Centro Nacional de Ciberseguridad adscrito al ejecutivo, el cual sería la máxima autoridad en esos casos.
Desde luego, para algunos analistas la inclusión de semejante ley sería algo así como la tapa al pomo en materia de control sobre al tráfico de noticias, toda vez que Internet es, de hecho, privilegio en las manos de los poderosos, vedado en alto grado al resto del planeta.
El propio surgimiento de la red de redes, cosas del imperio, estuvo ligado precisamente a tareas de “seguridad nacional”, cuando el Pentágono procuraba vías precisas y casi en tiempo real para transmitir órdenes, conocer datos y procesar informaciones militares y de espionaje.
Luego, con su desarrollo en la vida civil, se estableció el monopolio, esencialmente norteamericano. De hecho, la casi abrumadora totalidad de los servidores de la red radica en territorio estadounidense, al tiempo que cerca del 75 por ciento de los accesos a Internet se concentran en América del Norte y Europa Occidental. El resto del planeta debe conformarse con poco más de 20 por ciento.
Si a ello se une que el 90 por ciento de las informaciones y pareceres que circulan en el planeta provienen de fuentes noticiosas controladas y establecidas en los Estados Unidos y sus aliados, lo cierto es que lejos de libertad, estamos en presencia de una colosal tiranía mediática imperial.
Con todo, entre los círculos de poder todavía no hay satisfacción con estas aplastantes cifras totalitarias. Si se trata de despotismo debe ser lo más absoluto posible, parece ser el plan que sustentan las nuevas disposiciones oficiales norteamericanas.
Mientras África suma 1,5 por ciento de los usuarios; Asia, es el 15; el Caribe, 0,6; América Central, uno; América del Sur, 3,5; y Oceanía, 2,8 por ciento. Sin dudas, es extraña manera de entender la “libertad de información”.
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