En la década de los noventas, el levantamiento indígena sorprendió por la magnitud de los acontecimientos. Fue una acción masiva que recorría los campos, las carreteras, que llegaba a las ciudades, que se hacía presente en la capital de la república, que significaba la voz activa de los pueblos ancestrales de nuestro país. Recordaba que los pueblos indígenas habían luchado siempre, que resistieron heroicamente en la conquista española; los nombres de Rumiñahui, de Daquilema y de muchos otros que recorren la historia del Ecuador, nos demuestran cómo los indígenas no allanaron el paso a los españoles. Resistieron heroicamente.

Recordemos que Guayaquil fue incendiada tres veces y refundada por los españoles, porque los huancavilcas no querían que se pisotee su territorio. Recordemos que Rumiñahui incendió Quito y dejó en ruinas esta ciudad para librarla de la codicia de los conquistadores. Pero esa resistencia a la conquista y las continuas luchas de los pueblos indígenas, en oposición a la humillación, al vejamen, se fueron repitiendo a lo largo de los años de la conquista, de la colonia y de la república. Y tuvieron siempre un signo: eran levantamientos masivos, con las armas que poseían los indígenas, con su poncho, su azadón, la piedra, la pica. Eran levantamientos que tuvieron distintos objetivos concretos, los impuestos a la sal, la resistencia a un terrateniente desalmado, la respuesta a unos curas muy abusivos. Pero todos estos levantamientos que se produjeron a lo largo de 500 años tuvieron también una limitación, fueron levantamientos localizados. Se producían en Riobamba, en Cuenca, en Imbabura, en la Amazonia, y carecían siempre de la unidad, de la integralidad de lo que hoy es el país.

El levantamiento de 1990 es, sin embargo, una cosa diferente. Seguramente este levantamiento fue soñado, elaborado, planificado por años, pero se expresó de manera generalizada en ese año.

Los indígenas de todo el país alzaron los puños, se movilizaron, dijeron lo que significaban en el país. Nos demostraron a los -mestizos, que no queríamos evidenciar su existencia, o que queríamos que su existencia sea siempre subordinada-, que existen.

Nos demostraron siempre su peso histórico, su peso social, su peso en la vida económica y cultural del país. Ese levantamiento fue victorioso, en lo fundamental. Las conquistas alcanzadas, las conquistas concretas para ese momento, no fueron tan significativas; una de las banderas era la tierra, otra la interculturalidad. Pero más importante que las conquistas, fue la elevación de ese movimiento indígena a sujeto histórico de la vida del país, fue la expresión de la existencia de un vigoroso sustrato social, cultural y político que como un relámpago se alzaba a la vida del país.

De ahí para acá, nadie que se precie de tener alguna instrucción, nadie que se precie de conocer lo que pasa en el Ecuador, puede decir que algo se hace sin los indígenas. Todo lo que sucede en este país tiene al indígena como un sujeto social extraordinariamente importante. Puede ser que los designios sean aplastar a ese sujeto social, pero si ese es el propósito, es precisamente porque ese sujeto social tiene un alto contenido, un alto valor.

Entonces, la vida de nuestro país, a partir de 1990, tuvo un giro de calidad significativo. Nos encontramos en un nuevo país, en un país en el que los sujetos políticos y sociales tienen un nuevo integrante: un vigoroso movimiento indígena de carácter nacional.

Evidentemente, en las filas del movimiento indígena ocurre, en distinta medida, en distinta magnitud y características, lo que sucede con el mestizo, lo que ocurre con el pueblo negro. Existe una diferenciación clasista. Entre los mestizos hay mucha gente que trabaja, y un puñado de gente que se aprovecha de nuestro trabajo y de la riqueza. Existimos las clases trabajadoras y existen las explotadoras. En el movimiento indígena existen, con absoluta mayoría, las clases trabajadoras. Es posible que exista un núcleo de indígenas que hayan logrado acumular alguna fortuna y que se coloca por encima del resto de indígenas y por encima del resto de mestizos pobres. Pero como ocurre en todo país multinacional, en el cual hay una nación dominante, el conjunto del pueblo indio, incluido esa escasa agrupación de personas indígens adineradas, está subordinado, soporta el peso social, cultural y económico de las clases dominantes del país. Esto le ocurre a la inmensa mayoría de los pueblos indios, mestizos y negros.

El movimiento emancipador y la interculturalidad


En el Ecuador de las últimas décadas, particularmente a partir de los años 90, se viene gestando un movimiento emancipador que une, en un conjunto de aspiraciones comunes, a todos los trabajadores ecuatorianos, intelectuales y manuales, de la ciudad y del campo. Que une a todos los pueblos del Ecuador (pueblos, no a la oligarquía), a los indígenas, negros y mestizos. Este movimiento emancipador se está construyendo, tiene dificultades para avanzar, pero también tiene logros, tiene espacios ganados, tiene un trecho caminado. ¿Quiere decir esto que indígenas, mestizos y negros, somos un mismo sujeto? Evidentemente que no. Somos trabajadores la inmensa mayoría, somos pobres, contribuimos a hacer este país, con nuestros hombros y manos se ha edificado lo que es el Ecuador.

Las carreteras que hoy recorren el país y que Correa dice que él las ha hecho, las estamos haciendo, las hemos hecho en el pasado, mestizos, negros e indígenas. Todo lo que hay materialmente en el país es obra nuestra, pero no nos pertenece, no gozamos del fruto de ese esfuerzo. Todo lo que hemos hecho está en manos de los que dominan nuestro país. Sin embargo, esta unidad que venimos forjando, esta comunidad de penurias, nos hace iguales en el sentido de que estamos abajo, de que somos trabajadores, en el sentido de que no vivimos del trabajo ajeno, de que somos oprimidos, iguales en el sentido que queremos cambiar esto, que queremos una patria nueva y distinta. Pero también expresa las diferencias culturales históricamente marcadas en la vida del país. Es evidente que los mestizos no somos indígenas y, a su vez, los indígenas no son mestizos, cada uno tiene su identidad.

Si nosotros tenemos un modo de ver las cosas como pueblo mestizo, también los indígenas tienen un modo de ver culturalmente las cosas, y los negros tienen también manifestaciones de esa naturaleza. Nuestras culturas, esencialmente, no son opuestas, no son excluyentes, pero en los hechos el pueblo mestizo tiene el rol de la cultura dominante, de la cultura que impone su modo de ver a los demás. Todos los ecuatorianos estamos obligados, independientemente de donde vengamos o en donde nacimos, a hablar español, a estudiar en la escuela, a seguir el colegio, en las reglas establecidas por la cultura mestiza.

Desde el levantamiento indígena venimos hablando de la escuela intercultural bilingüe, venimos hablando en otras dimensiones de las poblaciones indígenas. Pero eso no quiere decir que se ha eliminado la concepción de los mestizos de creerse superiores. Y como se creen superiores, adoptan posiciones de supremacía sobre los indígenas y sobre los negros. Esta es una realidad, esta es una relación intercultural, esto ha existido siempre. Lo que planteamos es un interculturalidad nueva, diferente, que no sea la interculturalidad de las culturas dominantes sobre las dominadas, que no sea la interculturalidad del opresor sobre el oprimido. Sino que sea una interculturalidad de pueblos para pueblos, de pobres para pobres. Esto lo vamos a ir construyendo, y en esta construcción vamos a dar un salto gigantesco cuando los trabajadores y los pueblos conquistemos el poder: construiremos esa interculturalidad desde arriba, ahora la estamos construyendo desde abajo.

Hay cosas significativas de esa interculturalidad fraternal. Lo podemos ver en las nuevas generaciones. Si nosotros visitamos una escuela de los barrios periféricos de Quito y donde asisten niños de la Costa, de la Sierra y del Oriente, del campo y de la ciudad, encontramos que hay niños negros, indígenas y mestizos, y hay un profesor que enseña en español; y ¿qué encontramos ahí?: que para los niños es natural jugar, y en el patio, en el juego no hay distinciones. Ese es el proceso nuevo. Pero las distinciones sí existen, lo que pasa es que ese momento, ese espacio, las elimina para darles un interés común.

Lo que nosotros proponemos no es que se eliminen las diferencias, porque caeríamos en el juicio de valor de la cultura dominante.: de que todos se homologuen a lo que somos los mestizos. Ese es y fue el criterio de la burguesía y los terratenientes ecuatorianos. “Para que los indios dejen de sufrir, para que se liberen, para que progresen, tienen que dejar de ser indios, tienen que mestizarse”, decía Pío Jaramillo Alvarado. Nosotros rechazamos esas aseveraciones.

El nuevo Ecuador, decimos nosotros, tiene que ser producto de la unidad, de la lucha, del trabajo de los trabajadores y de los pueblos. Y tiene que ser un Ecuador en el que construyamos la igualdad social, pero simultáneamente afirmemos la diversidad cultural. No podemos ser iguales si no nos respetamos en nuestra cultura, si no estrechamos la mano de un revolucionario indígena, si no hacemos puños juntos para golpear al imperialismo y a la oligarquía, pero al mismo tiempo respetando su cosmovisión. Y eso va generar el respeto de ese compañero indígena hacia nuestra cultura. Y vamos a ir haciendo en el camino. Desde abajo, por ahora, esa interculturalidad que soñamos.

Ya logramos ver expresiones de esto, por ejemplo en la lucha por el agua, donde mayoritariamente estuvieron los pueblos indígenas, pero a su vez también estuvieron, aunque en minoría, campesinos mestizos; también estuvimos hombres y mujeres, jóvenes de la ciudad que no somos indígenas, con la misma causa. Estábamos unidos con un objetivo común.

En el paro de los maestros del año pasado ocurrió algo similar. En el magisterio se refleja lo que pasa en el país, hay una franja de profesores mestizos, una franja importante de profesores indígenas y una de profesores negros. En la lucha no estábamos diferenciándonos, Estábamos unidos. Tenemos un enemigo común e intereses comunes.
Es en la lucha donde se va desarrollando un movimiento intercultural emancipador. Eso no quiere decir que hemos dejado de ser negros, mestizos o indígenas. En el caso de la lucha, esa diferenciación cultural ocupa un lugar secundario, no desaparece y no va a desaparecer. Solo Hitler y otros dictadores hicieron limpieza de carácter étnico de los pueblos, podían tratar de eliminar a los pueblos.

Desde 1990, los trabajadores y el movimiento revolucionario cuentan con un sujeto nuevo, importante, vigoroso y dispuesto a avanzar. Tenemos un compromiso con los indígenas, ellos tienen un compromiso con nosotros. Juntos tenemos un compromiso con el país y con la patria.

Este articulo es el resumen de la intervención en el panel: Veinte años del movimiento indígena, organizado por el MPD