Construirnos en movimiento revolucionario con integralidad en nuestro accionar

Hacer revolución requiere de un colectivo de organizaciones, grupos, personas, sujetos, sectores que nos cohesionemos y nos construyamos como movimiento revolucionario; que transformemos radicalmente todo en todo momento con la coherencia de nuestro pensamiento, accionar y relacionamiento. Es decir, hacer revolución requiere de un pueblo organizado.

Construirnos en movimiento revolucionario no significa homogeneizarnos. Entiendo que sí debe significar desarrollar un conjunto de características que han de aportar a nuestra integralidad y coherencia con un paradigma propio. Tenemos que desarrollar: visión y valores compartidos; participación consciente y activa de todos los sujetos; comunicación abierta y franca; acción integral; articulación y seguimiento.

El desarrollo de estas seis características implica mantener una coherencia entre lo que buscamos y el proceso que llevamos a cabo para lograrlo, entre lo que promovemos en el discurso y nuestra práctica cotidiana.

1. Visión y valores compartidos

Para construirnos como movimiento revolucionario tenemos que asumir una visión y valores compartidos. Esto significa tener respuestas comunes y coherentes a las preguntas:
¿Cómo entendemos la realidad o por qué vivimos, cómo vivimos?;
¿Qué es ser humano?
¿Quiénes somos?
¿Cuál es nuestra identidad de clase?
¿Contra qué y contra quiénes trabajamos?
¿Cuáles valores y principios guían nuestras acciones?
¿Qué queremos?
¿Hacia dónde vamos?

En el proceso de transformación revolucionaria de la realidad en todas sus dimensiones, las respuestas a cada una de estas preguntas deben ser compartidas por quienes asumimos el proceso de manera conjunta.

Las respuestas a las primeras preguntas que tratan sobre la noción de la realidad y del ser humano, tendrán consecuencias sobre todas las demás. Como movimiento revolucionario debemos desarrollar análisis profundos de la realidad colectiva en la que estamos, que aborden la estructura económica, política, social y cultural. De igual modo, es importante redefinir y asumir una concepción propia de lo que es el ser humano. Hemos de asumirnos como seres humanos integrales, sociales y solidarios, con el poder de transformar las situaciones, realidades y fenómenos, con los que nos enfrentamos para satisfacer el bien colectivo y recuperar la armonía con el resto de la vida.

La definición clara de lo que es el ser humano, nos permitirá como movimiento revolucionario profundizar en la respuesta a ¿quiénes somos? y en el proceso de responder a dicha pregunta fortaleceremos nuestra identidad de clase. En sentido general, muchos y muchas militantes del movimiento revolucionario estarían de acuerdo en plantear que en el mismo somos “los oprimidos, los explotados, los excluidos”.

Sin embargo, cuando decimos que es preciso profundizar en esta respuesta, nos referimos a la importancia de nombrar sin exclusión a todos los sujetos que han de involucrarse activamente en el proceso de transformación de la opresión, la explotación, la exclusión y toda forma de dominación. Por ejemplo, el movimiento revolucionario también son las mujeres oprimidas, explotadas y excluidas. Y también los son niños y niñas, uno de los sujetos más vulnerables a sufrir violencia e injusticia y a ser excluido de los procesos de participación social y organización comunitaria.

Asumir la revolución como el proceso de transformarlo todo en todo momento se refiere también a redefinir y repensar quiénes son sujetos revolucionarios. Recordemos cómo en algunos procesos revolucionarios se ha intentado monopolizar quiénes revolucionan, reduciendo el “quiénes” a un pequeño grupo de hombres con potestad de decidir “qué” se revoluciona [1]. Casi siempre la decisión de este pequeño grupo es que se transforman las relaciones sociales de producción, pero no, por ejemplo, las relaciones entre los hombres y las mujeres.

La reducción del sujeto revolucionario, ha llevado a grandes errores que no han permitido la profundización de las transformaciones en otros ámbitos de la vida –más allá del económico- como el relacional, el espiritual, el mental, el corporal, etc.

También debemos estar conscientes de contra qué y contra quiénes trabajamos. La sociedad capitalista de dominación se conserva tanto por el rol activo que ejercen las clases dominantes para mantenerla, como por el pensamiento y accionar alienado de muchas personas y la complicidad activa que tienen muchos sectores que no son directamente de la clase dominante, pero que funcionan como sus agentes para impedir la transformación social revolucionaria.

Por último, partiendo de un análisis común de la realidad, de una visión compartida de la diversidad de sujetos revolucionarios y de una definición común de los valores, también es preciso que construyamos una respuesta conjunta a la pregunta “¿qué queremos o hacia dónde vamos?”. Se trata de construir y tener siempre claridad sobre la visión estratégica y de largo plazo de la sociedad comunista que queremos construir.

Con la visión estratégica clara, podremos asegurarnos de que los aspectos operativos de nuestra labor de transformación social, no nos ofusquen. Ocurre con frecuencia en las organizaciones que el día a día del trabajo operativo desgasta a la militancia y les lleva a perder de vista el horizonte estratégico y el “para qué” de todas las acciones que realizan. Caen en un “actividadismo” sin visión. Es por ello de suma importancia guardar un equilibrio entre lo que hacemos en la cotidianidad y su vinculación con nuestros objetivos de largo y mediano plazo.

Hacer revolución no es “hacer cosas aisladas”; es desarrollar acciones, reflexiones, transformaciones a partir de la conciencia permanente y de una visión estratégica. Esto requiere de libertad creativa de la militancia, de siempre estar en permanente análisis de la realidad del momento y en permanente regreso a la postura ideológica propia para lograr un accionar que esté enraizado en la realidad material y en el paradigma que enarbolamos.

2. Participación consciente y activa de todos los sujetos

La participación consciente y activa de todos los sujetos es una característica fundamental a ser desarrollada por el movimiento revolucionario. Debemos reconocer la participación en la transformación de las injusticias, como un derecho de todas las personas dominadas por este sistema opresor. La gente tiene que participar a partir de la información crítica; de la construcción de espacios de inteligencia colectiva y de toma de decisión, sin ningún tipo de manipulación, para así aportar a la mayor convicción, compromiso y solidaridad de las personas.

Además, tenemos el desafío de promover y fortalecer explícita y especialmente la participación de los sujetos que tradicionalmente han sido excluidos de la toma de decisiones y de los espacios de participación. Desarrollar la participación consciente y activa también es promover y practicar un liderazgo amoroso, que tome en cuenta las opiniones y planteamientos de las personas a partir de sus experiencias, vivencias, capacidades, su coherencia, compromiso y aportando así al empoderamiento y desarrollo de distintos liderazgos, sin caudillismos ni seguidismos.

En este sentido, algo que debemos cuestionarnos es que es común ver cómo la dirigencia de los partidos de izquierda y organizaciones comunitarias está conformada en su mayoría por hombres adultos, aún cuando los mecanismos de base y la membresía de dichas agrupaciones cuenten con una gran cantidad de mujeres y de jóvenes. Cuando sucede esto entonces hay que revisar cuáles son los mecanismos de avanzar hacia espacios de toma de decisión que discriminan a las personas jóvenes y las mujeres y, por tanto, están reproduciendo la dominación adultocéntrica y androcéntrica o sexista [2].

Muchas veces sucede también que si una pareja sentimental milita en una organización y hay una situación de enfermedad de los hijos e hijas u otro tipo de inconveniente familiar, quien se queda atendiendo el problema es la mujer y quien participa de la reunión es el hombre. Esto hace que los hombres participen más de las organizaciones y que tengan más elementos y herramientas para avanzar hacia los mecanismos de toma de decisión.

3. Comunicación abierta y franca

La comunicación abierta y franca en el movimiento revolucionario es una característica clave para la unidad, ya que aporta a desarrollar lazos de sinceridad y honestidad. La comunicación abierta y franca nos llama a desarrollar un discurso común del movimiento revolucionario. Ponernos de acuerdo en: de qué, para quién, para qué y contra quién hablamos. No debemos dar nada por sentado, sino discutir todos los conceptos, términos, palabras que utilizamos para asegurarnos de tener un discurso verdaderamente común.

La comunicación abierta y franca es parte también del desarrollo de espacios de inteligencia colectiva. Para hacer revolución se necesita de mucha discusión y debate en un ambiente de sinceridad. No debemos temerle a no estar de acuerdo. Los desacuerdos discutidos y reflexionados a profundidad entre camaradas, suelen convertirse en las posturas más profundizadas, posicionadas, aclaradas del movimiento como tal.

4. Multidireccionalidad del accionar

Esta característica se refiere a que como movimiento logremos definir hacia dónde se dirigen nuestras acciones. En este sentido, entiendo que las acciones transformadoras han de tocar y dirigirse hacia todos los ámbitos de la vida, ya que nos corresponde hacer revolución siempre y en todas partes.

Para especificar un poco más dichos espacios hacia los cuales el movimiento revolucionario debe dirigir su accionar, aquí los presento: hacia lo interno de las organizaciones; hacia los espacios donde se encuentran los sujetos (barrios, campos, escuelas, universidades, espacios de trabajo, etc.); hacia otras organizaciones; hacia las instituciones del Estado burgués; hacia las personas individuales y sus relaciones. Cada ámbito implica un tipo de acción y, a la vez, todas las acciones han de estar íntegramente articuladas para que respondan a la misma visión estratégica.

La multidireccionalidad del accionar del movimiento revolucionario, nos permitirá construir en la práctica el paradigma de la cultura de Solidaridad, para aplicar su visión y posicionamiento en los distintos ámbitos de la vida. De esta manera, cada espacio, cada lugar en el cual nos encontremos será una trinchera para hacer la revolución, como ese proceso de transformarlo todo en todo momento.

5. Articulación

La articulación es el elemento que permite dar integralidad a las acciones que desarrollamos. Se refiere a la vinculación de nuestras luchas con las que desarrollan otros pueblos del mundo; a la conexión entre las reivindicaciones y luchas de los distintos sujetos revolucionarios y, por último, a la coherencia de visión que ha de existir en todas las acciones que desarrollemos, sin importar que se trate de ámbitos totalmente distintos.

La vinculación de las luchas entre los pueblos del mundo, parte de la asunción del internacionalismo proletario como principio. Se trata de comprender que la Dominación que ejerce el sistema capitalista es a nivel internacional, por lo que su combate también estará articulado internacionalmente. Para ello, debemos asumir una noción de “comunidad” o de “identidad” que trascienda más allá del espacio geográfico local. La comunidad debe entenderse, sobre todo, a partir de la visión y valores que compartimos y éstos trascienden las fronteras. La identidad se construye desde el reconocimiento de una historia común de resistencia y un proyecto común de transformación, sin importar el lugar del mundo donde nos toque vivir.

La conexión entre las reivindicaciones y luchas de los distintos sujetos revolucionarios, quiere decir que nos comprometamos con el desmonte de toda expresión de la dominación. Es decir, aportar a la vinculación entre los movimientos feministas, antirracistas, ambientalistas, sindicalistas y todos los demás sectores que luchan por su situación particular de dominación. Por tanto, la articulación también se refiere a la vinculación entre los sujetos y sectores de un mismo país y además a nivel internacional.

Se impone desarrollar la capacidad de vincular cada temática particular con otras especificidades y la Dominación, en sentido general. Las especificidades de cada parte del movimiento social aportan a la profundidad de nuestra propuesta alternativa al poder dominante. Al mismo tiempo comprender, que con nuestras particularidades, formamos un todo integral e inseparable, que sólo con la unidad sincera podremos lograr la construcción de la justicia y la solidaridad.

Por último, la articulación también se refiere a que todas las acciones que desarrollemos en los distintos ámbitos de la vida, estén conectadas y vinculadas con la misma visión. Ninguna acción puede ser aislada de la otra, para evitar que nos dirijamos hacia caminos opuestos y contradictorios en cada una de ellas. Debemos aportar a la permanente reflexión y análisis de nuestras acciones para que seamos conscientes de para qué las hacemos y asegurarnos de que nos dirijan hacia la transformación radical de toda forma de Dominación.

6. Seguimiento.

Una característica fundamental a desarrollar como movimiento revolucionario es el seguimiento. Debemos darle continuidad y permanencia a todos los procesos que iniciamos. Esto permitirá que mantengamos la coherencia entre lo que anunciamos y planificamos y entre lo que efectivamente llevamos a cabo. El seguimiento es la garantía de que podremos cumplir nuestros objetivos y lo que permitirá desarrollar la confianza de la gente en el movimiento revolucionario.

El seguimiento no significa que no podamos cambiar de opinión en el camino. Los procesos de discusión y reflexión permanente que debemos desarrollar, nos permitirán darnos cuenta de cuándo nos hemos equivocado y cuándo hay que cambiar de paso. Lo importante es que si dejamos de realizar un proceso iniciado, sea producto de una decisión consciente y no de la dejadez o del espontaneismo y el coyunturalismo.

Ideologización, politización y radicalización del movimiento revolucionario

Tenemos que reconocer que todo movimiento social es al mismo tiempo político. La despolitización de los movimientos sociales ha sido una estrategia dirigida desde los sectores dominantes para desarticular el movimiento de un proyecto político colectivo de transformación. Debemos denunciar que la división entre un mundo social y un mundo político es falsa e ilusoria. Todo movimiento social es político y todo proyecto político es a la vez social.

Ya hemos visto cómo la visión de las élites sobre el poder, lo cosifica y lo encierra en las instituciones del Estado, escondiendo de esta manera cómo el poder opera en todos los otros ámbitos de la vida. Es esta visión dominante la que ha implantado la noción de que lo político sólo se circunscribe a las instituciones estatales y los partidos y que todas las demás relaciones, luchas, conflictos que se desarrollan en el ámbito público son “sociales” y “a-políticas”.

La ideologización aportará a que sin abandonar el escenario de las reivindicaciones sectoriales, podamos trascenderlo y que todos los sujetos tengan una visión común de transformación radical de la sociedad. Se trata de que no dediquemos ni un solo segundo de esfuerzo para mejorar o “reformar” esta sociedad capitalista. Todo nuestro ser y todas nuestras acciones deben estar dirigidas a derrocar a este sistema que ha evidenciado ser inmoral, insostenible e insoportable.

La politización del movimiento social pasa por reconocer el poder popular que nos toca construir en nuestras acciones cotidianas y colectivas. Debemos asumir que todas nuestras reivindicaciones son políticas, sea en el ámbito ambientalista, feminista, anti-rracista, sindical. Esto significa, que nuestras denuncias, propuestas, movilizaciones tendrán que partir de una concepción explícita sobre la organización del poder colectivo; debemos evidenciar nuestras posturas sobre el Estado burgués y aportar en todos nuestros planteamientos a desenmascarar su manipulación y control.

Al mismo tiempo, en la politización del movimiento social hay que reconocer la importancia de mantener su independencia, frente a los aparatos del gobierno. “Politizar” no es lo mismo que burocratizar, ya que esto último es propio del poder burgués. Politizar en un sentido revolucionario quiere decir que aún cuando se trate de un gobierno que tenga algunas características progresistas –como los que tenemos hoy en algunos países de América Latina- se requiere de un fuerte movimiento social que se mantenga en pie de lucha, para que no se desvíe la ruta por la que deben ir esos gobiernos.

Sin un movimiento social fuerte ideologizado y politizado, puede que los gobiernos progresistas de América Latina se burocraticen y se mantengan dentro de la “gobernabilidad” del Estado burgués. Sólo el pueblo organizado puede garantizar que se trascienda esa lógica y se camine hacia la construcción del verdadero poder popular.

Desde el movimiento social y político revolucionario nuestro rol principal está en desarrollar un trabajo organizativo de manera estratégica e inteligente. Nuestro planteamiento y nuestra práctica radical implican:
• En primer lugar, hacer una práctica de ruptura ideológica, política y en la cotidianidad;
• En segundo lugar, marcar un horizonte y direccionalidad estratégica;
• En tercer lugar, generar una nueva conciencia y una nueva práctica y
• En cuarto lugar, ir a las raíces de los problemas.

Esta radicalidad – que no es lo mismo que un “radicalismo” que niegue la realidad actual y coyuntural – la podemos fortalecer a raíz de conformar espacios de inteligencia colectiva, donde profundicemos en el análisis de nuestra realidad actual e histórica y logremos construir siempre un pensamiento y una práctica de ofensiva. De esta manera, podremos romper con seguir la agenda de la clase dominante y estaremos en la avanzada de un pensamiento y agenda propios como izquierda revolucionaria.

Reivindicar la vanguardia revolucionaria

Todos los intentos de transformar radicalmente la sociedad
exigen una organización consciente de los oprimidos,
y esto a su vez requiere una vanguardia lúcida
.” [3]
Paulo Freire.

Uno de los discursos que ha sido infiltrado en el movimiento popular por parte de las “agencias de desarrollo” ha sido la negación de la vanguardia revolucionaria. Dicha negación de la vanguardia ha tomado como excusa la crítica a la tendencia de muchos grupos y personas revolucionarias quienes en su práctica tergiversaron el concepto de vanguardia, puesto que la asumieron como sinónimo de sustitución del pueblo organizado. En este sentido, comparto la crítica a esto, conocido como vanguardismo.
Sin embargo, la negación del vanguardismo no debe llevarnos a la negación de la vanguardia. Por el hecho de que rechacemos el vanguardismo, no significa que obviemos el papel de la vanguardia.

En este sentido, no debemos caer en el error en el que se incurre en muchos espacios que por negar el “vanguardismo” y a nombre de una supuesta “igualdad” y una falsa “construcción colectiva”, se niega el papel del educador o educadora, del formador o formadora, del orientador u orientadora, de quienes asumen responsablemente la iniciativa y conducción de un proceso determinado.

Si asumimos que la clase dominante activamente manipula, aliena y reprime a las personas, entonces la transformación revolucionaria de esta sociedad implica nuestro rol también activo en la des alienación, la formación para la libertad y propiciar la rebelión. No es con nuestra pasividad que las personas optarán conscientemente por la transformación de esta sociedad. Se requiere de nuestro papel activo y constante para romper con la manipulación, la alienación y la represión.

No podemos ser pasivos ante el capitalismo. Nuestro rol ha de ser el de constante y permanentemente invitar y motivar con nuestro pensamiento, accionar y ejemplo a toda persona que nos rodee a asumir la revolución como opción de vida. Si bien la vanguardia no se autoproclama, la vanguardia tampoco se auto-niega, ya que sería una irresponsabilidad histórica.

Para derrocar al capitalismo y contribuir a la construcción de un nuevo sistema político y económico de justicia, la vanguardia revolucionaria ha de asumir una función de dirección del proceso revolucionario y esto no significa sustitución de la gente. La vanguardia revolucionaria tiene la responsabilidad de asumir el liderazgo del proceso, sin personalismos. La manipulación que lleva a cabo la sociedad capitalista ha provocado que muchas personas asocien el liderazgo al personalismo. Sin embargo recordemos que es el poder burgués que promueve un liderazgo personalista. El poder popular promueve liderazgos amorosos, plurales, diversos y enraizados en la organización del pueblo.

Combatir todos los procesos de manipulación, de sometimiento, de miedo, de engaño, de represión del sistema de Dominación, requiere de una labor constante y consciente. Requiere de un pueblo organizado, una vanguardia “lúcida” y conectada al latir del pueblo y un movimiento ideologizado, politizado, radicalizado y sus acciones dirigidas a derrocar en todo momento el sistema de dominación capitalista.

Fuente : Revolución Cotidiana: Espiritualidad y Política de la autoría de Ángel Pichardo Almonte. Ediciones Abre los Ojos.

[1En Rahola, Pilar. Mujer liberada, hombre cabreado. 2ª ed. Editorial Planeta. Barcelona, (2000).

[2El adultocentrismo y el androcentrismo son Pilares de la Dominación, que es la forma en la que llamo a las expresiones que tiene la Dominación en el relacionamiento de las personas. El reconocimiento de los pilares de la Dominación nos debe aportar a que también busquemos formas de desarrollar liderazgos que rompan con este esquema dominante. Otros pilares identificados son el antropocentrismo, el racismo, el occidentalismo, el reduccionismo y el nacionalismo.

[3Freire, Paulo. La naturaleza política de la educación. Cultura, poder y liberación. Paidos. España (1990)