El estudio de los procesos históricos y sociales, desde la dialéctica marxista, nos permite comprender que toda revolución tiene en su seno a la contrarrevolución; por tanto, solo quienes no valoran las leyes de la historia y de la dialéctica, pueden pensar en procesos irreversibles; de manera que, la derrota del proletariado soviético es el referente más importante para estudiar la realidad mundial de nuestro tiempo.

Lo anterior es de tal importancia que, tan pronto como se produjeron los
acontecimientos que llevaron a la disolución del ex campo socialista, comenzaron a circular una serie de tesis. Dietrich, daba cuenta de que tanto el socialismo como el capitalismo habían fracasado, lo cual imponía que los científicos sociales, políticos y filósofos, debían intentar la teorizacion “sobre otro posible mundo”, y un nuevo proyecto histórico. El argentino Néstor Kohan, asumiendo las tesis del venezolano Ludovico Silva, arremetió no solo contra el leninismo, sino que lo hacía contra el cuerpo teórico del marxismo basado en la crítica al “manualismo”, y al materialismo histórico y dialéctico, que desde su criterio habían distorsionado el pensamiento de Marx, y su autor seria el mismo Federico Engels.

Naturalmente el fin de la guerra fría, exacerbó a conservadores y liberales, como ya había ocurrido años atrás en la historia, cuando los conservadores proclamaron el nazi fascismo y los liberales, posteriormente, el keynesianismo; esto significó que, el impulso de la corriente de Franfurt, fuera perdiendo peso, y que ésta sea ocupada por los austro marxistas, y por los teóricos del neoliberalismo y sus apologistas de la calidad total.

Veinte años de contrarrevolución y euforia del liberalismo mundial, hicieron posible el aparecimiento de diversas corrientes, desde el anarquismo y el terrorismo, sin faltar desde luego, la de los neoconservadores. El discurso multiculturalista invadió al mundo. Se proclamaron las tesis del porvenir, y la seudo crítica, que desde el seno del liberalismo vulgar, surgió como supuesta respuesta de innovación, así se hundió en el terreno de la especulación, la subjetividad e idealismo, a las generaciones de la post guerra fría.

Reforzada por los triunfos de la guerra, los ambientalistas, ecologistas, los movimientos de derechos humanos, los sectores étnicos y de género; y apadrinados por las fundaciones, es decir, por el capital financiero internacional, proponían como estrategia a seguir, las tesis de la nueva izquierda. Una nueva izquierda que, pretendía surgir de la crítica al socialismo proletario, al materialismo histórico y dialéctico y que elevó a la sociedad norteamericana a la calidad de ideal del mundo; en esta sociedad encontraban el principio y el fin de los máximos ideales de la humanidad en materia de igualdad, economía, libertad y democracia.

Resultado de la disolución del campo socialista, se quebraron las políticas de equilibrio mundial, surgidas en Yalta. El planeta volvió a vivir épocas superadas. Las zonas de influencia de los “dos sistemas sociales” desaparecieron para dar paso a bucaneros, comerciantes y traficantes de armas, que como avanzada de las diversas potencias imperialistas, forzaban un nuevo reparto del mundo.

Veinte años de ofensiva contrarrevolucionaria a nivel mundial, no han sido suficientes para resolver los problemas de la naturaleza del capitalismo, la realización del capital, la ganancia capitalista, basadas en una tasa media de ganancia, verdadera palanca de solución de la crisis capitalista.

Del seno de las izquierdas que por oportunismo, o por confusión, buscaban ponerse a tono con el tiempo, con las tesis y teorías anticíclicas, contra cíclicas, antisistémicas o sistémicas, pues, consideraban que las tesis del marxismo, no servían para comprender el mundo actual; se generalizó la idea de que había que construir programas y prácticas más inteligentes, menos beligerantes, mas prudentes; había que asumir la crítica al capitalismo, y abandonar la lucha contra el capitalismo y el imperialismo.

Para el abandono de la teoría marxista, se recurrió al rescate de las tesis de Otto Bahuer y su teoría del “equilibrio entre las clases”. Los revisionistas de izquierda y de derecha, se reencontraron con las tesis de Bernstein y su crítica al marxismo; así se vulgarizó la idea de que el marxismo, como teoría habría fracasado; en ayuda de esta tesis, manipularon las estadísticas y demostraron que contrario a las predicciones de Marx, la clase obrera no crecía, sino decrecía, y en cambio se fortaleció la clase media,
gracias a la ampliación de los empleados de cuello blanco.

Teóricos como Agustín Cueva y Herbert Marcuse, antes de la derrota del campo socialista, creían que los obreros europeos y norteamericanos, en el marco de la guerra fría, habían asumido la ideología y psicología de la clase media, lo cual al universalizarse, constituía el mayor peligro para el mundo y la revolución proletaria.

Si los teóricos de la nueva izquierda, criticaban al socialismo, también surgían los que hablaban del ultra imperialismo o del imperialismo colectivo, con lo cual, declaraban que la tesis y estudio de Lenin sobre el imperialismo y su fase superior, era obsoleta; en buena hora, la realidad y la historia se mostraron con su necedad; pues cada día se ponían al descubierto mayores formas del entramado de la crisis mundial del capitalismo.

Los que pensaban que el imperialismo y capitalismo se sostendrían gracias a la guerra, equivocaron su análisis, porque olvidaron que la guerra es la continuación de la política, y que la política es, en última instancia, expresión concreta de los intereses de las clases. Pese a la euforia contrarrevolucionaria, en el corazón de las potencias imperialistas cobró inusitada fuerza la triada del capitalismo de nuestros días: “inversión, especulación, corrupción”. Entonces, cuando las burbujas económicas empezaron a reventar, hasta los más escépticos debieron regresar sus miradas, al “viejo y superado” estudio científico de Carlos Marx, “El Capital”.

Hoy, las aguas parecen volver a su cauce y la contrarrevolución se encuentra en la encrucijada. Para consolidarse, requiere que el reparto del mundo, amplié la riqueza, y la realización del capital. El imperialismo, entonces se aboca a resolver el reparto del mundo de forma directa, como lo hicieron en 1914.

Las potencias imperialistas creyeron que avanzando sobre el ex campo socialista, podrían tomar sus recursos, sus riquezas y esclavizar a sus trabajadores; no fue así, la victoria sobre el ex campo soviético, solo exacerbó los apetitos de las potencias imperialistas, y amplio su crisis.

La nueva situación creada con la desaparición del ex campo socialista, impuso renegociar áreas de influencia, términos de intercambio, áreas de mercado e inversión y de renovación tecnológica, esto último, ha permitido que las burguesías de los países semi coloniales y en vías de desarrollo, puedan hacer una nueva avanzada en la lógica del “nacionalismo” y la soberanía burguesas para lograr, en otras regiones, mercados, crédito y tecnología; pero esto no significa, ni mucho menos, que el mundo asista a la existencia de una corriente “progresista” de la burguesía, sino que, ésta es una más de las formas que asume la contrarrevolución en algunas regiones del mundo.

De la contrarrevolución a la revolución

Lo ocurrido en la Unión Soviética, demostró, que del seno de la revolución surgió la contrarrevolución, y que esta, se expandió rápidamente y tomó carácter mundial. En la época de existencia del campo socialista, la disyuntiva entre “reforma y revolución”, ciertamente, que constituía tema de debate; así como en la época de Rosa Luxemburgo, lo era el debate entre “Socialismo o barbarie”. Estas disyuntivas, definían que el proletariado debía triunfar, y que su revolución requería instaurar su dictadura de clase, para expropiar a los expropiadores. En tal lucha a muerte, si triunfaba la corriente conservadora de las clases precedentes y presentes del capitalismo, ocurriría lo que en efecto, paso en la Alemania y en Europa con el triunfo del nazismo, fascismo y falangismo.

En nuestros días el problema es concreto. Desde el seno de la contrarrevolución debe surgir la revolución. Para que lo anterior se realice es indispensable reconstruir la
fuerza internacional del proletariado, para que la clase obrera en el seno de las sociedades capitalistas contrarrevolucionarias, recupere la iniciativa, vuelva a convertirse en la guía y dirigente de los explotados y oprimidos de la sociedad, hoy controlados por las políticas dirigidas desde los estados capitalistas.

El problema actual es muy complejo. A diferencia de los primeros años del siglo XX, en que el proletariado debatía los problemas de la insurrección y la forma que debe tener su revolución; el proletariado de hoy, debe comenzar por debatir el objetivo y tareas en torno a la independencia política de clase, como una cuestión urgente y necesaria.

En el seno de la sociedad europea y norteamericana, con la post guerra y el “estado de bienestar”, se estableció el pacto de los trabajadores de estos países, con la burguesía imperialista. Fue evidente que el proletariado del llamado primer mundo fue desarmado, desarticulado y controlado por una burocracia aburguesada, fuertemente comprometida con los intereses monopólicos y la ofensiva contra revolucionaria de las potencias imperialistas.

Las masas obreras de estos países fueron sometidas a la lógica de la democracia burguesa y del capital imperialista. El discurso de la contrarrevolución se elevó a la calidad de máximo principio de la humanidad; la libertad personal, se convirtió en la máxima del movimiento obrero europeo y norteamericano; así, se sumó al anticomunismo, y se transformó en sujeto pasivo que apoyó la guerra imperialista contra el proletariado revolucionario del mundo.

La crisis general del capitalismo de nuestros días, lanza a millones de trabajadores a la calle, como víctimas del terrorismo económico de los capitalistas; se convierte en el principal elemento sobre el que se tendrá que reconstruir la conciencia proletaria, y la lucha internacionalista mundial. Esta debe pasar primero por la defensa de los puestos de trabajo; pero para ello la clase debe superar su aislamiento nacional para reconocerse como clase internacional, si no lo hace, es víctima de la ideología burguesa e imperialista que recupera al racismo y la xenofobia, para, desviar la lucha de la clase obrera, haciéndole creer que el desempleo y la miseria, tienen como origen
la presencia de los trabajadores del llamado tercer mundo, en Europa y Estados

Unidos, y no la naturaleza del sistema capitalista.

Señalado lo anterior, es evidente que, la forma actual de confusión, desorganización, división y fragmentación del campo popular, y centro del discurso anticomunista, constituyen las tesis del reformismo burgués, tanto las que impulsan el señor Obama en los Estados Unidos, como los gobiernos que replican su discurso y práctica en el tercer mundo.

Se criticó durante la guerra fría al reformismo obrero, por servir de furgón de cola de la burguesía y ahogar la protesta social.

Se debe denunciar hoy, como el reformismo obrero, invoca a Lenin, y lo tergiversa, haciéndolo ver como favorable al apoyo y compromiso de los sindicatos con la burguesía reaccionaria y sus prácticas reformistas. Lenin no habla de apoyar gobiernos burgueses, sino de apoyar todo movimiento de la lucha social, para que estos sirvan a su objetivo final, su emancipación. Por tanto en la crisis mundial del capitalismo, apoyar la reforma y reestructuración de los aparatos del estado, es traición: llamar a renunciar a los sindicatos a su luchas reinvidicativas, en nombre de que son objetivos primitivos; ya que lo moderno, actual, y clasista, es apoyar la política del gobierno y estado capitalistas es igualmente apostasía y traición.

Lenin planteo a su tiempo que como una de las etapas de la lucha del proletariado por
el socialismo, en contra el zarismo, era indispensable la lucha por la república democrática y la libertad política; reconoció abiertamente, que aquellas tareas y una
Constitución, servían para que el conjunto de la clase capitalista asuma con nitidez y
claridad sus intereses políticos y económicos; pero también para que el proletariado
luche abiertamente contra los capitalistas por la revolución.

En consonancia con lo anterior, Lenin llamaba a comprender la importancia de la
independencia política del movimiento de clase de los trabajadores, para que el
proletariado luche y encabece al conjunto de los trabajadores y al pueblo; el seguidismo y voluntarismo toman forma de oportunismo cuando se plantea a los
trabajadores que hay que apoyar la reestructuración de las instituciones del Estado
capitalista y el establecimiento de un pacto social que someta a los trabajadores del
campo y la ciudad a los intereses del gran capital nacional, en nombre de una Constitución progresista, del nacionalismo económico y de la soberanía política.

La revolución debe surgir en la sociedad, enfrentando a los órganos del Estado, y a las instituciones sociales que sustentan al capital imperialista; porque el eslabón más débil de la dominación imperialista se encuentra en los países donde las burguesías nacionales, sometidas por el mercado mundial y el capital financiero internacional, deben seguir los designios de la reaccionaria política del anticomunismo, aunque disfrazadas de gobiernos étnicistas, patrióticos, o de democracias participativas e
incluyentes.

Es indispensable la comprensión de que reforma y contrarrevolución son lo mismo, y
de que atacan los intereses de los trabajadores. Cuando institucionalizan la participación social, como en nuestro país con el llamado quinto poder, en realidad se
esta excluyendo y proscribiendo toda forma de organización y protesta social de los
trabajadores del campo y la ciudad. Porque en la contrarrevolución se legisla punitivamente, para perseguir toda resistencia proletaria, para hacer efectiva su política reaccionaria.

La revolución debe surgir como la unidad de los trabajadores del campo y la ciudad, como el esfuerzo conjunto de las fuerzas de la izquierda marxista, que saben y conocen que sus contradicciones no son antagónicas, que sus diferencias políticas son superables; y que es indispensable la agitación y propaganda sobre las tareas del proletariado en torno a la lucha por sus derechos conculcados, por la conquista de sus aspiraciones; para que los derechos de huelga, organización, movilización, y para que tenga vigencia su lucha democrática.

Lo anterior impone al movimiento revolucionario y las masas proletarias, crear
nuevos órganos de democracia obrera y de poder popular, porque sin las masas en las calles reivindicando sus derechos, toda acción política es estéril e inútil para la revolución proletaria.

¡Con La Fuerza de los trabajadores romper las leyes de los explotadores!
¡Organizarse es Comenzar a Vencer!
¡Lucha a muerte por una patria nueva!