La crisis actual continúa. Sus profundas y catastróficas consecuencias se abaten en el seno del sistema capitalista mundial. Esta es – seguramente – la crisis cíclica más grave y generalizada que ha sacudido el régimen de explotación en todo el decurso de su historia.

Esta crisis cíclica – de las que irremisiblemente está signado el régimen de la burguesía – inició con el estallido de la llamada burbuja hipotecaria en la economía norteamericana a mediados del 2007; ese fenómeno que trajo en cadena la caída de numerosos y grandes bancos y corporaciones financieras, contaminó con sus efectos a todo el sistema y llevó a la misma recesión a los Estados Unidos de América.

Se produjeron colapsos en las principales bolsas de valores del mundo, pero a la vez estas caídas permitieron la aceleración del proceso de concentración del capital y la riqueza, a partir del aprovechamiento que hicieron de ciertos sectores monopólicos y financieros más débiles que sucumbieron frente a los embates de la crisis, otros que lograron fortalecerse en medio del derrumbe.

La crisis ha sacudido dramáticamente la economía de Europa; sus trepidaciones se hicieron sentir en los diversos ámbitos de la economía mundial; las potencias imperialistas han sufrido los impactos de la misma y sus manifestaciones se han extendido por diferentes regiones del mundo; hoy atenaza con sus efectos devastadores, la economía, la política y otras manifestaciones de la vida social en general, en los países dependientes y atrasados.

Se ha producido la bancarrota de numerosas empresas en sectores importantes como la industria automotriz y aeronáutica, la siderúrgica, el transporte, la construcción, etc. La quiebra sucesiva de grandes bancos y la inestabilidad del sistema financiero, han llevado a la recesión económica en el llamado mundo “globalizado”. Los diferentes gobiernos de la burguesía, – jugando su papel de representantes de la clase dominante – no se han demorado en proveer a las empresas privadas, de seguros y los bancos, billones de dólares y de euros, para que se recuperen de sus pérdidas, cuando hasta hace poco los mismos cabecillas del imperialismo, Obama, Sarkozy, Berlusconi, los economistas y planificadores de la burguesía, pontificaban que el Estado “no debe intervenir en los ámbitos de las empresas privadas” y de que en general, se mantuviera “al margen del mercado”.

La crisis ha revelado con más claridad la naturaleza injusta, salvaje y destructiva del sistema capitalista de producción, – que no se sustenta en planificación centralizada alguna – y ha determinado que las actividades productivas estén basadas en los créditos y la especulación financiera; que todo ello sea superpuesto a la producción real.

Estas contradicciones inherentes a su propia naturaleza, han permitido que estallen las economías capitalistas, llevando a los mercados internacionales a una gran depresión, en la cual, los grandes monopolios y potencias imperialistas que son afectados, busquen resolver sus dificultades financieras, económicas y especulativas trasladando los efectos recesivos sobre las masas trabajadoras y resarcirse de sus pérdidas o de la reducción de sus ganancias, a costa de afinar los diversos mecanismos para redoblar la explotación.

Los países dependientes y atrasados, han sufrido también la descarga de la crisis de los monopolios al intensificarse la política de agresión y saqueo de sus recursos naturales, de las materias primas; se ha producido el desplome o resquebrajamiento de muchas de las economías nacionales, agobiadas ya desde antes, por una voluminosa y asfixiante deuda externa; se tornan más impositivos los dictados de las potencias imperialistas en el área del comercio internacional, la abrupta reducción de los precios de las materias primas que se importan desde estos países; el aumento de los aranceles aduaneros, cupos y restricciones a las importaciones de los mismos. Al mismo tiempo que se han intensificado los procesos de desindustrialización, que ha impactado más aún en el agravamiento de la propia crisis.

En medio de este panorama del “mercado globalizado”, crece y se intensifica aún más la competencia entre los monopolios y corporaciones capitalistas; competencia por materias primas, por la conquista de nuevos mercados en un mundo ya repartido; se exacerban las poses y medidas guerreristas, autoritarias, agresivas de las potencias imperialistas, como ha sucedido principalmente con los Estados Unidos de Norteamérica, que ha recrudecido su política de guerra y agresión contra los pueblos; se tornan cada vez más insistentes las amenazas y presiones internacionales, que atentan a la soberanía e independencia de los países y de sus pueblos; se desenvuelven las tramas, maniobras y conspiraciones en la política, en la diplomacia abierta y encubierta de las potencias; se dispara la carrera armamentista, las potencias se arman y el negocio de la guerra se desarrolla, al tiempo que el imperialismo y sus agentes azuzan los conflictos localizados, fronterizos, tribales, étnicos y de intolerancia religiosa.

Los despidos de los trabajadores y empleados de las empresas industriales o de comercio, de los bancos y corporaciones crecen por millones; la reducción de los salarios que los empresarios ejercen tomando como pretexto el azote de la crisis, dizque para que no se agudicen más las precarias condiciones de vida de la clase obrera; el paro forzoso y el cierre de múltiples empresas, el aumento del desempleo, la generalización de la pobreza, la insalubridad, son los acuciantes flagelos que sufren ahora millones de habitantes del planeta.

Las políticas de atención a la salud pública, a la educación, a la seguridad social, a las obras y los servicios básicos, son afectados directamente – con razones o pretextos – por los distintos gobiernos, que encuentran el camino allanado para profundizar las políticas de privatización de los servicios sociales, aumentar los impuestos a la población, dictar medidas de salvataje y protección a las empresas privadas, a los bancos.

Los gobiernos muestran su carácter de instrumentos representativos de la burguesía y del imperialismo, que aprovechan los escenarios de la crisis para re - impulsar la “flexibilización laboral”, es decir, un conjunto de contrarreformas legales, para eliminar o menoscabar los derechos sindicales, impedir la organización, la lucha y las conquistas de los trabajadores; afectar a los maestros de enseñanza, a los salubristas, organizaciones campesinas, a la juventud, a las mujeres, a los jubilados, etc.

Se produce la radicalización de la política xenofóbica y el acentuamiento de rasgos pro - fascistas en la acción de los distintos gobiernos; se acentúan medidas represivas, persecutorias, policíacas contra la organización y los luchadores sociales; el recorte de derechos a los migrantes, a quienes se los estigmatiza como los causantes del desempleo y de la crisis; ellos son los que sufren en primer lugar los despidos, la reducción de los salarios, etc.

Estas duras condiciones extendidas por el planeta, han llevado a contingentes cada vez más grandes de la clase obrera en los países desarrollados a una creciente ola de movimientos huelguísticos, huelgas generales, manifestaciones de protesta, concentraciones, reactivación del carácter combativo de los sindicatos, el desarrollo de nuevas formas de organización y de lucha, para enfrentar con la unidad y la fuerza de los trabajadores, a los capitalistas. Se ha producido un generalizado despertar de la clase obrera. Las huelgas dirigidas a defender la estabilidad en los puestos de trabajo, oponerse a las reducciones de personal en las plantillas industriales, de los salarios, al socavamiento de los derechos sindicales, de la seguridad social, de los planes de salud y educación públicas, etc., han sacudido diversos ámbitos de la producción industrial automotriz, minera, siderúrgica,

En medio de estas acciones el proletariado internacional va ganando en conciencia, unidad, organización; comprendiendo mejor el carácter del sistema como el origen de sus males, adoptando diverso tipo de medidas para combatirlo, planteando que la crisis la paguen los ricos, como forma de defender sus derechos, aspiraciones y avanzar.

Decididos actores de la lucha han sido los trabajadores migrantes, los “sin papeles”, sometidos a brutales condiciones de trabajo, víctimas de la tercerización laboral, abusados en su dignidad y sus derechos por verdaderas mafias de explotadores. Han sido destacadas sus acciones en contra de la discriminación, de las leyes reaccionarias que fomentan la marginación, como las de Arizona; en contra de la negación de los derechos y las actitudes xenofóbicas que se generalizan en los Estados Unidos y en Europa.

La clase obrera de los países dependientes y atrasados ha desenvuelto luchas en las empresas transnacionales, privadas y en el ámbito de las empresas públicas, estatales. Se han levantado, poniendo en juego nuevas e importantes iniciativas en las huelgas, paros poblacionales, cierres de vías, ocupación de edificios públicos, etc. Los pueblos originarios han combatido por la defensa de los recursos naturales como el agua y la defensa del ambiente; en contra de la explotación minera y por reivindicar sus derechos nacionales, su cultura, su modo de vida; los campesinos por la tierra y por leyes agrarias que favorezcan su condición de trabajadores, pequeños y medianos productores rurales.

Los maestros han enfrentado la aprobación de leyes de contenido regresivo que buscan privatizar la educación, para deslindar la responsabilidad del Estado sobre este derecho de la juventud y los pueblos; los estudiantes de diversos países han luchado contra las leyes educacionales represivas, antidemocráticas; han puesto por delante la defensa de la autonomía de los Centros de Educación Superior y de los establecimientos secundarios, frente a los gobiernos de turno, o la política oficial; han reivindicado derechos como el cogobierno estudiantil, la gratuidad, etc.

El reformismo como un arma ideológica y política en manos de la burguesía

Estas luchas, movilizaciones y confrontaciones de clase han sacudido el andamiaje institucional del imperialismo y las clases dominantes. En la búsqueda de descaminar, frenar o dispersar la acción de las masas trabajadoras, de los maestros, estudiantes, mujeres, pobladores, es que la burguesía y sus gobiernos, sus partidos políticos, sus apologistas, han tenido que sacar nuevamente del viejo arsenal ideológico de la clase capitalista las medidas políticas, los viejos y nuevos argumentos con que se trata de encubrir la corriente del reformismo, que sirve a los intereses de la dominación.

El reformismo, es una corriente burguesa que se impulsa y recrudece en los momentos cuando las confrontaciones de clase se tornan más complejas para los sectores dominantes; cuando la lucha de los trabajadores y los pueblos empieza a desarrollarse en un nuevo nivel y tiende a su generalización; desde el establecimiento burgués se ejercitan determinadas medidas, cambios, que pueden abordar distintos ámbitos y niveles, pero cuyo denominador común es que se promueven en el marco del mismo sistema, cuyo propósito central es que logren amortiguar los conflictos de clase, que apaguen los “incendios”, las convulsiones sociales y políticas que provocan las irracionales medidas del capitalismo, para preservar la vigencia de la propiedad privada, la diferenciación de clases, el sistema de lucro y explotación.

En la actualidad, las concepciones reformistas constituyen parte principal de la plataforma programática de los partidos y corrientes socialdemócratas, a las que en un proceso de reciclamiento, se han sumado muchas de las formaciones políticas del revisionismo. Todos ellos buscan por todos los medios: ideológicos, políticos, sociales, culturales, constitucionales y legales, defender y mantener “el orden y el progreso”, a partir de una supuesta inmutabilidad de las relaciones de producción capitalistas y hablar del “progreso”, entendiéndolo como evolución pacífica, “sin necesidad de recurrir a las manifestaciones, al “desorden social” o la “violencia revolucionaria”.

Según sus concepciones, no es posible interrumpir ese desarrollo en la evolución de la sociedad con revoluciones sociales, a las que consideran “anacrónicas” o “superadas”; o en otros casos se trata de “inventar revoluciones nuevas”: “ciudadanas”, “educativas”, “verdes”, “culturales”, etc. que se llamen tales, con diversos apellidos, pero que en el fondo, mantengan las mismas relaciones de propiedad, las desigualdades de clase que ha instaurado el régimen capitalista, con ligeros maquillajes, mucha demagogia y algunos cambios, sin mayor trascendencia en el plano de remontar las actuales estructuras caducas.

Se entiende en este “orden” de la lógica formal burguesa, que esa evolución social es el resultado del predominio de las aptitudes más elevadas de la mujer o del hombre, sobre las inferiores; muchos de los representantes del reformismo hablan del “predominio de los más capaces”, frente a los “mediocres”, de la “razón” de los capitalistas y sus ideólogos, frente a la “fuerza” de los trabajadores y los pueblos.

Por ello, imprimen una sobrevaloración a la actividad intelectual, la intensificación y excitación de los sentimientos sociales, entendiéndolos como los principales factores de la evolución social. Se insiste que la tarea principal de las medidas políticas consiste en consolidar la “solidaridad social” y establecer una supuesta armonía entre el todo y las partes del sistema social. Se proclama como un objetivo el erigir una “sociedad de productores”, de “emprendedores eficientes” para terminar supuestamente con la desigualdad.

El reformismo tiene su base fundamental en el engaño de que todos los hombres y las mujeres somos “iguales ante la ley”. Todas las personas, incluido el banquero y el pequeño comerciante, el empresario, el obrero y el campesino, son auténticos hombres públicos “libres”, que por igual disfrutan de los derechos y beneficios de la “ciudadanía universal”, en el marco de la “racionalidad y la justicia”.

Desde este ángulo se muestra que el Estado (de los capitalistas), no es sino la expresión jurídica y representativa de todos los miembros de la sociedad y que éste juega el papel de “amortiguador” o “mediador” en los conflictos y controversias de las clases que existen en el seno de la sociedad”. De este modo, la “ciudadanía” puede hablar de la “igualdad social” de la “vigencia plena de los derechos” en un sistema político democrático sin formalismos.

El reformismo se asienta en la política de los consensos, del diálogo social y de la economía solidaria; de la “democracia económica” donde todos por igual, proletarios y capitalistas, pobres y ricos tienen asegurado un lugar, porque la sociedad debe transformarse para obtener el bien común, que es superior a una simple colección de bienes individuales, siendo su fundamento la “voluntad ciudadana” que se concreta en la democracia.

Desde ese enfoque, los defensores socialdemócratas del capitalismo, sustentan que las reformas políticas en estos dominios pueden modificar los aspectos más negativos de la desigualdad económica y hacer que el capitalismo moderno sea más “ecuánime”, justo, sin recurrir a la acción revolucionaria; mientras los ciudadanos tengan mayores derechos que defender, los derechos de la “ciudadanía democrática” a los que acogerse, se pueden mitigar las desigualdades sociales y de este modo no habrán razones para la insurrección.

De allí que se hacen muchas declaraciones, acuerdos, foros y reuniones; se levantan las tesis de la “solidaridad social”, de la “oposición a las inequidades”, del combate a la pobreza; se propugna con muchos aspavientos la solidaridad de las clases entre sí, el combate a la marginalidad y la exclusión, mientras se concibe como anacrónica e irracional la teoría y la realidad objetiva de la lucha de clases, llegando en muchos casos, como sucede en el Ecuador, a la criminalización de la lucha social.

Los acuerdos, los consensos, son para esos ideólogos, una manera de avanzar paulatinamente, pero de manera segura hacia el objetivo final, que es “el interés general de la sociedad”; pero como sabemos, en la historia de las sociedades divididas en clases, los “intereses” tiene un contenido específico y en nuestra época, sirven a la burguesía, a los monopolios imperialistas, mientras los trabajadores y los pueblos tienen intereses distintos, antagónicos a los banqueros y los empresarios capitalistas.

Es conocida la vieja tesis reformista, revisionista, condenada por la historia del movimiento revolucionario, de que se puede llegar al poder mediante las elecciones, por la “vía parlamentaria” que ha propinado duros golpes en los momentos y lugares que intentó ponerse en práctica. Ahora, el reformismo propugna, con igual equívoco, que los pueblos han de llegar al objetivo de construir la nueva sociedad, el socialismo, a través del camino de las Asambleas Constituyentes y nuevas Constituciones.

El reformismo en el seno del movimiento obrero y popular

En el seno del movimiento obrero y popular se agitan también de manera sostenida las tesis reformistas que, aprovechando muchas veces la debilidad de la izquierda y los revolucionarios, pugnan por difundir el apoliticismo, el pacifismo, o mantener las acciones en el estrecho marco de las reivindicaciones económicas, del “sindicalismo” o del “gremialismo”, de las “reformas legales”, que reclaman “mejoras” o migajas de la explotación capitalista, pero que cierra para los trabajadores y los pueblos la perspectiva de su propia emancipación.

Los trabajadores, la juventud y los pueblos, los revolucionarios, en nuestro camino a la conquista del poder, en el proceso de acumulación de fuerzas para la revolución, podemos y debemos luchar en busca de reformas de diverso orden que nos permitan, igual que las palancas, elevar, mejorar las condiciones de vida de la gente; avanzar con mayores fuerzas a la conquista de nuestro objetivo central: el poder popular y el socialismo.

Participar con éxito en los procesos electorales; luchar por la aprobación de Constituciones, leyes y reglamentos que aseguren conquistas democráticas; pugnar por la consecución de espacios de participación popular en determinadas instituciones, es lícito y necesario, pero sin olvidar que esos espacios no constituyen el poder, ni siquiera estando en el gobierno de un país.

¿Cómo se presentan en el Ecuador actual estas tesis del reformismo?

El actual régimen, apoyado por el revisionismo y algunos que se autoproclaman izquierdistas sostiene que está en marcha “la revolución ciudadana” y que se está edificando el “socialismo siglo XXI”, aunque en muy pocas ocasiones los representantes del régimen y el mismo Presidente Correa, hayan ensayado sustentar teórica y políticamente sus fundamentos.

Una repetitiva propaganda a través de los medios de comunicación, buena parte de los cuales están en manos del gobierno, muestran que la revolución ciudadana ha logrado que la “Patria sea de todos”, que el “poder está en manos” de los ciudadanos y que el socialismo se está construyendo a través de realizar determinados cambios, para los cuales no ha sido necesario promover movilizaciones, protestas, ni interrumpir las vías, ni el “fomentar el desorden”.

El impulso de algunas obras públicas como carreteras y puentes; el bono de “desarrollo humano” que se entrega a un sector de la población de menores recursos, la gratuidad de la atención médica en los hospitales públicos, el reparto de herramientas y algunos insumos para los agricultores, el uniforme escolar y libros para los niños, préstamos para abrir pequeños negocios. Estas medidas, algunas de las cuales ya se tomaron en otros gobiernos y que benefician a ciertas franjas de la población empobrecida, son ubicados como la demostración de que la “revolución avanza”, que estamos viviendo o marchando al “socialismo”, etc. Es evidente que estas medidas no expresan siquiera unas políticas reformistas, sino tan solo las acciones de un gobierno demagógico y asistencialista, que utiliza el presupuesto del Estado en beneficio de determinados sectores sociales, a los cuales trata de utilizarlos como base social de su política.

El régimen impulsa dichas medidas con una persistente y agresiva campaña en contra de las organizaciones populares: de los trabajadores, indígenas, campesinos, maestros, jóvenes universitarios, secundarios, jubilados, señalando que para hacer los cambios no se necesitan esas organizaciones, ya que todo se lo puede lograr desde el gobierno y “sin intermediarios” de ninguna clase. Ha tildado de “mediocres”, “pelafustanes” y otros calificativos a las bases y los dirigentes de dichas organizaciones, acusándolos de “corporativismo”, al mismo tiempo que el gobierno trata, por todos los medios, de socavar, dividir o ganar para la política oficial a ciertos dirigentes intermedios, o apoyar a conocidos oportunistas para que se conviertan en exponentes y voceros de las políticas del régimen.

Se produce la criminalización de la lucha social; mas de cien dirigentes sociales, obreros, campesinos, magisteriales, estudiantiles, indígenas, rectores universitarios,- están acusados judicialmente de “alterar el orden público” de “sabotaje” y de “terrorismo”. Marcelo Rivera, Presidente de la FEUE está en prisión siete meses con iguales acusaciones. Mery Zamora Presidenta de UNE, Marlon Santi, Presidente de CONAIE, Delfín Tenesaca de ECUARRUNARI, Carlos Pérez de la FOA, entre otros, encabezan la lista de los enjuiciados.

Debemos reafirmar que en los últimos años se ha producido en el Ecuador una gran movilización social de los trabajadores, la juventud y los pueblos luchando por los cambios que exige la situación actual. Una gran tendencia democrática, progresista y de izquierda se ha ido conformando en medio de las luchas, reivindicativas, políticas, antiimperialistas; esa tendencia fue la protagonista de numerosos y duros combates por una nueva Constitución, donde se logró insertar importantes disposiciones en la defensa de la soberanía del país, derechos trascendentes para el pueblo trabajador.

Muchas de esas propuestas las asumió Rafael Correa para ganar el apoyo popular, pero en los hechos, en la acción de gobierno, esas declaraciones y propuestas han ido quedando atrás, para dar paso a un viraje derechista en el cual el asistencialismo, la política desarrollista y el mantenimiento o afirmación del neoliberalismo, acompañado de una gran demagogia, caracterizan la actual situación del régimen. Últimamente, frente a la presencia en el país de Hillary Clinton, el Presidente Correa declaró que no es “anticapitalista”, ni “antiimperialista”, ni “anti - nada”, esclareciendo con ello su verdadera condición.

La posición que el gobierno y sus representantes han asumido en la Asamblea Legislativa al aprobar toda la legislación conexa a la Constitución, prueban estas aseveraciones. La política gubernamental tiene serios componentes de entrega de los recursos petroleros, mineros, del pago de la deuda externa que se ha calificado como “injusta” e ilegal. Se recurre a declaraciones altisonantes en favor del “pueblo”, de los “compañeros indígenas”, de los “derechos de los maestros y la juventud”, mientras se revela un afán sostenido para controlar desde el gobierno, todo el curso de la vida nacional.

Las tareas de la revolución en el momento presente

El poder se conquista – según la concepción del PCMLE – por vía revolucionaria, utilizando, poniendo en práctica con decisión y sagacidad, todas las formas de la lucha que asumen los trabajadores y los pueblos: reivindicativa, social y política, electoral y parlamentaria, ideológica, de entre las cuales la más importante, la que asegura el logro de los objetivos transformadores del proletariado revolucionario, es la lucha armada, que se hace y se organiza en las condiciones concretas de cada proceso, determinado por las situaciones revolucionarias objetivas y subjetivas de cada país.

El papel de la izquierda en este plano consiste en esclarecer día a día, en cada una de las confrontaciones de clase, la conciencia revolucionaria, para que el movimiento obrero y popular, no busquen las reformas – útiles y necesarias en determinados momentos de la lucha – como un objetivo en sí, sino que se esfuercen para desarrollarlas como un medio para avanzar de mejor manera hacia los objetivos revolucionarios.

Las fuerzas revolucionarias debemos aprovechar la crisis que sacude al sistema, para impulsar un trabajo que permita el esclarecimiento ideológico, político, de los objetivos de los trabajadores y los pueblos. En cada lucha, en cada acción, desenmascarar el carácter de clase del sistema, del régimen capitalista imperante, de los caminos que debemos transitar para liberarnos de él.

Una ofensiva persistente y por todos los medios publicitarios, agitacionales, propagandísticos, acerca de lo que es la revolución y el socialismo. Sólo la revolución es cambio verdadero de la vida, el trabajo y el destino de los pobres, de los oprimidos; la única posible alternativa que tenemos los trabajadores para lograr la emancipación económica y social; un nuevo sistema de producción diferente y antagónico al capitalismo.

Que las masas trabajadoras hagan suya la necesidad de construirlo con su lucha, educación política, unidad y organización, tanto sindical, gremial, pero al mismo tiempo construir la organización política, el partido que pueda ganarse la confianza de las bases obreras y populares; que oriente y canalice sus luchas, que las eduque y organice en la magna obra de acabar con la dominación de los monopolios y las oligarquías y construir la nueva sociedad

Ninguna revolución es tal – cualquiera sea el nombre que le den –, si no acaba con la dominación de los monopolios imperialistas, de la burguesía dominante, la explotación del hombre por el hombre o de la mujer, la diferenciación de clases, la posesión de la riqueza social en manos de los poderosos.

Las fuerzas interesadas en la revolución, debemos implantarnos en los diversos sectores sociales de los pueblos impulsando una política que recoja las necesidades, aspiraciones, reivindicaciones de esos diversos sectores; pero a la vez explique, propagandice y luche por la revolución. Construir fuerzas propias, un movimiento revolucionario de las masas trabadoras, que dejando de lado el reformismo y todos los “cantos de sirena” de los explotadores y sus sirvientes, abra el ancho cauce de las transformaciones que nos permita arribar a la nueva vida: a la Patria Nueva y el Socialismo.