por Guillermo Olivera Díaz; godgod_1@hotmail.com

16-9-2010

1. No me refiero al actual Presidente constitucional de la República, sino al malquisto cliente que tuve, como abogado egresado de San Marcos, allá por el año 1992, cuando Fujimori y Montesinos eran el íncubo y el súcubo de la misma pareja criminal. Aunque la persona siga siendo la misma, siempre cimbreante, que no la enderezan ni los coscorrones.

Recuerdo con nostalgia que era Visiting Schollar en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, donde nació uno de mis hijos, aunque por interés puramente académico, cuando fui llamado telefónicamente desde Lima por un vocal superior que la ignominia acaba de suspender, me encontraba en la Universidad de Sevilla, al sur de España, muy cerca del consagrado penalista español Francisco Muñoz Conde. Su famosa obra “Teoría general del delito” era motivo suficiente para haber ido tras él.

2. De Sevilla fui en tren de clase económica a Madrid en grata compañía de una peruana inmigrante sin papeles, luego a Londres y por fin llegué a Cambridge, donde tenía que acomodar mis trastos para venir al Perú. Con la mía compré el primer boleto de avión que pude y llegué presuroso a Lima, conversé con el intermediario, hoy Presidente de la Corte limeña, y con él enfilamos al domicilio de Chacarilla del ex, ahora Presidente. Conversamos de las diversas aristas de sus casos penales, dije lo poco que tenía que decir, y luego nos separamos de los circunstantes, entre otros, Jorge del Castillo y Agustín Mantilla, a tratar el espinoso tema de los honorarios.

Acuerdo verbal inmediato.- A boca de jarro, sin mayores preámbulos, le lancé la suma de los ya publicitados 600,000 dólares USA, que fueron aceptados sin titubear, pestañear ni tamborilear con los dedos. Parecía que las arcas estaban repletas. Acto seguido, recibí un inmenso fajo de papeles anillados (BCCI, venta de aviones mirage, compra de inmuebles en Chacarilla, Naplo, Av. Pardo de Miraflores, etc.), los llevé a mi Estudio y comencé rigurosamente a examinarlos. Hasta me hacía llevar mis alimentos a la oficina para no perder el tiempo. Se trataba del ex presidente y debía ser bien atendido; además ya había el guarismo del honorario en la cabeza que motivaban hasta los sueños y los planes donde colocarlos. Hasta se me ocurrió sacar pasaporte a mi hermano Carlos para facilitar una inversión en el extranjero. Rodolfo Díaz Palacios lo sabe, como Jefe de Migraciones nos entregó el documento en un abrir y cerrar de ojos; le invitamos de almuerzo cuy chactado en el Club Arequipa de la Av. República de Chile.

3. Dos días después, un poquito más de las 6 de la mañana se apareció inconsultamente, en mi domicilio, Jorge del Castillo y su comitiva de 03 vehículos con personal armado hasta los dientes. Fuimos a un desayuno de trabajo con el mal cliente, malo porque ya te hacía trabajar sin ningún anticipo de los honorarios pactados. Durante el modesto convite se hizo el escrito que me designaba su defensor ante el Presidente de la Cámara de Diputados, que fue solícitamente entregado por el conocido Tío George, cuyo cargo me lo entregó y lo conservo de ingrato recuerdo. Los papeles de sus enredos iban y venían, los sigo teniendo en mi archivo, las innúmeras llamadas telefónicas se sucedían una tras otra, de hasta una hora de duración, el examen prolijo igualmente, pero el a cuenta de honorarios manan kanchu.

Otro día recibí una llamada de Agustín, me preguntó donde estaba y a los minutos ya se encontraba conmigo en Doña Rosa 341, Los Rosales; una segunda vez fue en la casa de mi hermano en la Calle 9 de Monterrico Norte; y una tercera en mi entonces oficina de Paseo de la República, en cuyos lugares pude advertir del personal armado que andaba de custodia. El asedio al profesional en estos casos es intenso e improductivo en honorarios. Ni George, ni Agustín fueron portadores de suma alguna, pero les gustaba interrogarme.

Cuando llegó el momento señalado fui a la cita con mi hermano Carlos que se quedó en la antesala; nos recibió un vocal supremo ya fallecido y solos con Alan García recibí el tropel de preguntas referidas a sus aprietos jurídico penales. Quizá era preguntón porque sabía que esa mañana pagaría.

4. El crucial momento del supuesto pago.- Recuerdo con claridad que se paró frente a mí, detrás de su escritorio, en cuyo cajón derecho siempre apostaba una metralleta. De un bolsillo del interior de su saco extrajo el primer fajo de dólares que siendo de 100, sumaban los 10,000 claramente y los puso sobre el mueble; del otro bolsillo, un segundo fajo semejante. Le tocó el turno a los bolsillos laterales del pantalón, de donde sacó dos fajos más y dos más de los traseros. Todo sumaba 60,000 dólares USA y con gestos amables, risueños y de buena gente me invitó a tomarlos. No contaba con mi actitud de raíces profundas en los recónditos entresijos de mi personalidad. Le espeté que faltaba. Que era mucho más lo convenido, ante lo cual dejó de sonreír, más bien frunció el seño y aparecieron forzados rictus en su rostro.

Gesticuló con suaves retorcijos siempre parado, tan grande como el mapa de Chile. Hizo discurso, apelando a su conocida oratoria. Me dijo: “doctor, me equivoqué”, “ni que me hubiera tirado los 50 millones del BCCI”, lo cual demuestra que asistía a la cita a sabiendas que lo tratado fue US$ 600,000 y no los diminutos US$ 60,000 que pensaba oblar. Tampoco es usual que se pague el total del honorario convenido, ni que se pague la décima parte si el anticipo fijado era la mitad. Mi reacción fue serena; tengo callos en el minado campo del “perro muerto”. Le dije: “No se preocupe, tome su dinero y me retiro de la defensa”. Acto seguido me retiré con mi hermano Carlos, quien inquieto me preguntaba si ya pagó, pues él quizá también soñó viajar por primera vez al extranjero. Siendo ésta la verdad monda y lironda, al día siguiente publicó la primera página del periódico “La República”, con una foto de él a cuerpo entero, “ALAN, cambió de Abogado”. No me cambió; lo dejé porque no pagó, honrando su alicaída palabra. Seguía falso en partida doble.

5. Nunca más he tenido la ocasión de darle la mano.- Convoqué a una Conferencia de Prensa, se enteró y me llamó por teléfono a repreguntarme sobre su contenido; le referí que la verdad será la que resplandezca. Señalé a la prensa este espinoso tema de los 600, 000 dólares USA, mi retiro de la defensa, diferente al cambio por él publicitado y traté de olvidarme del asunto. Desde el entonces no hubo ocasión de extenderle mi mano como saludo. Ojalá nunca la haya.

Tiempo después me encontré casualmente con Javier Velásquez Quesquén y otro congresista aprista del Ucayali, quienes me propusieron retomar la defensa y yo les acepté en forma ad honorem, pues ya sabía que “no se había tirado los US$ 50 millones del BCCI”. Parece que también fueron veloces en el encargo, pues a los pocos días recibí una carta fechada en Bogotá, Colombia. Era Alan García Pérez que aceptaba la defensa gratuita; inmediatamente RPP, con Enrique Vidal que ponía un micro frente a mí, dio la noticia, la rebotó la agencia EFE, el diario Expreso y me llamaron de Radio Caracol de Colombia para confirmarla. Menos mal que todo esto abortó el amago de reincidencia defensiva. Me habría lamentado de por vida, con serios remordimientos y arrepentimientos.

Finalmente, el tío George llevó a mi oficina los fallos que archivaban los procesos contra el actual mandatario por prescripción, me pidió los estudiara pues me invitaría el programa televisivo “Fuego Cruzado”. Se cumplió y debatí con Robinson Gonzáles Campos, hoy vocal supremo. También fue a verme Judith de la Matta y el padre de la actual Ministra de Justicia, Rosario Fernández. Ambos abogaban porque trabajáramos el caso en conjunto; querían remozar sus conocimientos del movedizo campo penal. Repito, para mi bien eso no prosperó.

6. En conclusión, pagué mi pasaje de avión Londres-Lima, que la Revista Oiga refirió que me lo habían pagado; estudié, analicé y evalué un sinfín de documentos; le entregué a su secretaria Mirtha Cunza mis apreciaciones escritas, que me las agradeció en una tarjeta de presentación con su manuscrito y firma que igual conservo; me acredité como abogado ante la Cámara de Diputados que presidía Roberto Ramírez del Villar; utilicé a mi familia para que llevara mis alimentos a mi oficina, casi me derrota el estrés, pagaba taxis de un lado a otro; en suma, para defender al mal cliente, hoy Presidente de la República, tuve que poner dinero de mi bolsillo.

Se trata, pues, de un “perro muerto”, con el que hay que ir a la tumba, por ejercer la defensa como abogado con probidad, sin ser aprista, ni apristón.