Cada día costará más trabajo a la gente tragarse la historia de que el imperio acepta con toda seriedad, responsabilidad y apego a las leyes y a la decencia, el ejercicio soberano de la voluntad popular en América Latina.
Al propio tiempo, y precisamente bajo esa premisa de intervencionismo y hostilidad exterior a la cual se añade la agresividad de los cipayos internos, cada día también está más claro que una de las tareas esenciales de las democracias progresistas en la región es la conquista del poder, una vez asumido el gobierno con el apoyo mayoritario de la ciudadanía.
No es que este dilema clave se ignore ni mucho menos. De hecho, las administraciones populares vencedoras en los lances eleccionarios de los últimos años, vienen trabajando en ese sentido mediante cambios parlamentarios, leyes más participativas, reformas institucionales y otras medidas sustanciales de cambio.
No obstante, el proceso no es fácil. En las citadas sociedades todavía los grupos oligárquicos e imperiales acumulan nocivos nichos de poder y de maniobra, junto a la propensión a entronizar la anarquía y la violencia reaccionaria a la menor oportunidad para favorecer su retorno a las posiciones totalitaristas de antaño.
Ejemplos hay suficientes en torno a cómo se proyecta este entramado, desde la intentona que quiso sacar del poder a Hugo Chávez en Venezuela años atrás, hasta los planes de atentado contra Evo Morales mediante el uso de mercenarios locales y extranjeros, pasando por el brutal golpe de estado en Honduras.
Y por estos días, esa tendencia al caos, el desorden y el uso de las modalidades cruentas para lograr los sucios propósitos ultraconservadores, volvió a ponerse de manifiesto.
Hasta último momento la incitación a la inestabilidad estuvo a la orden del día en los empeños de la oligarquía venezolana para dañar las elecciones parlamentarias del pasado 26 de septiembre.
Incluso, desde el exterior llegó a Caracas, y fue detenido de inmediato, el mercenario Antonio Francisco Chávez Abarca que, por encargo de la mafia miamense, se ocuparía de recalentar el panorama interno previo a la consulta comicial.
Poco después, y utilizando como pretexto el presunto descontento policial con medidas fiscales gubernamentales, se gestaba en Ecuador el intento de asonada y la posible eliminación física del presidente Rafael Correa.
Si bien la mayoría de los conatos reaccionarios han sido aplastados por la fuerte reacción popular, el apego de las diferentes entidades nacionales a la voluntad de la ciudadanía, el valor y el prestigio de los gobiernos agredidos, y la solidaridad regional y mundial inmediata y firme, lo cierto es que los peligros en nuestra región están ahí, a la espera del menor resquicio para trastocar la historia.
De manera que para las democracias populares latinoamericanas insistir en ganar espacios de poder real es indispensable, junto a la demostración palpable de la eficiencia y eficacia en su gestión, que no dejen dudas de su superioridad frente a la mezquindad del viejo orden socio-económico y político.
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