La Asamblea General de la ONU retiró de su agenda la resolución presentada por la Unión Europea para que el presidente de ese bloque regional, Herman von Rompuy, y su Alta Representante para Relaciones Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, pudieran hacer uso de la palabra durante los debates.

Una moción, presentada por Surinam en nombre de la Caricom, fue adoptada en ese sentido con 76 votos a favor, 71 votos en contra y 26 abstenciones.
Aunque no buscaba la obtención de un escaño, la Unión Europea pretendía que se le otorgara la categoría de observador, equivalente a la de Estado no miembro de la ONU, con vistas a poder explotar las nuevas instituciones creadas por el Tratado de Lisboa.

Dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, votaron por el rechazo. Numerosos Estados del sur consideraron que Europa ya está excesivamente representada en el seno de la ONU así como en sus organismos. Piensan, por lo tanto, que no son los países del sur quienes tienen que abrirle un espacio a la Unión Europea en el seno de la ONU y que son los Estados miembros de esa organización regional de carácter supranacional quienes tendrían que retirarse para permitir la entrada de sus nuevos representantes.

La cuestión resulta especialmente polémica en momentos en que se están discutiendo la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU y el tema del derecho al voto en el seno del Fondo Monetario Internacional (FMI). Ninguno de esos temas podrá ser objeto de discusiones separadas ya que sería importante lograr un nuevo equilibrio global más cercano a las realidades contemporáneas.

La Unión Europea no dispone de estrategia de repuesto en el marco de esa negociación. Si no logra obtener un estatus completo de observador en el seno de la ONU, las funciones de presidente de la UE y de Alto Representante para Relaciones Exteriores no son más que títulos sin contenido real. Más que nunca, el Tratado de Lisboa aparece así como un capricho de la clase dirigente transatlántica, tan desconectada de la realidad popular de la propia Europa como de la realidad de las relaciones Norte-Sur.