Una vez dentro, quienes descubren los objetos pertenecientes al autor de El viejo y el mar, la piscina donde se bañó con Ava Gardner, el yate de tantas aventuras marítimas o la torre desde la cual emergen a la vista las colinas de San Francisco de Paula, quedan impactados por la historia conservada en el actual Museo Hemingway, santuario del Dios de Bronce de la Literatura Norteamericana.
La morada del célebre novelista provoca, desde su fundación en 1962, efecto místico, sugestionador. Aunque todavía la totalidad del inmueble y cuanto atesora, urge de algunos retoques o restituciones, es alentador conocer las acciones que asume el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural (CNPC), para mostrar al público el bungalow, el garaje y otros espacios de la casa hoy convertidos en oficinas de trabajo.
Desde noviembre de 2002, el CNPC y el Consejo de Investigación de las Ciencias Sociales, organización estadounidense no gubernamental , respondieron a la petición del Museo Hemingway con la firma de un convenio para recuperar y digitalizar más de 11 mil misivas, folletos y libros, el cual incluía además la restauración de los inmuebles.
Ada Rosa Alfonso, actual directora de la casa museo, admite que los especialistas norteamericanos facilitaron la recuperación de las tonalidades cromáticas originales del barco y la vivienda con sus investigaciones de laboratorio, pero su gobierno les limitó la estancia en la Isla a solo tres días y contra su voluntad, debieron acatar las exigencias.
El convenio permitió que el material digitalizado fuera a la Biblioteca John F. Kennedy, de Estados Unidos, en cambio la reparación capital de la casa, de la torre y del yate “Pilar” fue financiada completamente por Cuba.
A principios del presente año se firmó otra continuidad del acuerdo por Margarita Ruíz, presidenta del CNPC y la estadounidense “Fundación Finca Vigía”, pero el estado cubano asume aún todos los gastos cuyo monto, hasta el presente, es de alrededor de 3,5 millones de pesos.
Ya en los alrededores de la hacienda se observan las nuevas construcciones destinadas a las oficinas y al taller de rehabilitación de documentos, aunque será necesario que el gobierno de Estados Unidos no obstaculice, a quienes lo desean, contribuir con materiales para la restauración de los libros, muchos de ellos con valiosas anotaciones del creador de Adiós a las armas y otras personalidades vinculadas a él, como su editor Maxwell Perkins.
Margarita Elorza, especialista del CNPC, afirma que para este año se prevé importar desde Italia algunos implementos para el taller al costo de 50 mil dólares, solo si la reconocida marca Gaylord, de patente estadounidense, puede ejecutar la venta.
Sin lugar a dudas, gran cantidad de norteamericanos que visitarían este Museo son víctimas de la arbitrariedad; otros tantos, interesados en la vida de uno de sus más ilustres coterráneos, no pueden participar en el Coloquio Internacional Hemingway, realizado cada dos años en La Habana, asevera Ada Rosa Alfonso.
El reclamo de la directora va más allá: ella pide al gobierno de ese país que permita, al menos, la adquisición de reproducciones de las obras de arte de Juan Gris, Waldo Pierce y Paul Klee, quienes alguna vez decoraron los interiores de la residencia y Mary Welsh, viuda de Hemingway, se llevó al marcharse de Cuba.
Lo cierto es que preservar este lugar, donde parece que Hemingway asomará de un momento a otro, debe ser cuestión no solo de gobiernos y estados, sino de interés de los pueblos.
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